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Colombia en octavos: un triunfo a ritmo de tambores

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Foto: AFP

Por Alberto
Salcedo Ramos

Tomado de
BOGOTÁ — Esta
es la historia de dos equipos distantes que, sin embargo, están emparentados.
Lo están, en
principio, porque comparten una creencia que podría enunciarse de la siguiente
manera: hay que bailar hasta que venga la muerte.

Los
camarógrafos encargados de cubrir a la selección de Senegal en Rusia nos han
mostrado cómo sus integrantes convierten cada entrenamiento en una jarana. Cantan,palmotean, danzan.
En las muchas
regiones afrocolombianas donde se juega fútbol está generalizada la misma idea:
la pelota se conquista con pies bailarines. Luis Antonio Biohó, un viejo
profesor que tenía una escuela de fútbol en Tumaco (en la costa pacífica),
hacía los exámenes de admisión no con pruebas para los muchachos con el balón
sino poniéndolos a danzar: “Quien baila bien, juega bien”, decía.
Tal concepto ha
imperado también en el resto del país; es decir, en la Colombia mestiza.
Durante años hemos cultivado un preciosismo estético más relacionado con el
baile que con el espíritu competitivo
. Se nos facilita el baile guaguancó y se
nos dificulta ganar.
Muchas de
nuestras selecciones del pasado la tocaban cortita, la tocaban larga, tiraban
un caño inesperado, armaban una pared imposible y, cuando quedaban mano a mano
con el arquero, fallaban
. Si el fútbol se hubiese concebido como recreación sin
responsabilidad —si no existieran los arcos, si se jugara por la única gracia
de someter a la pelota y convertirla en un trasto de hechicería—, tendríamos
varios títulos mundiales.

Foto: AFP
Senegaleses y
colombianos nos parecemos, además, en que durante un largo periodo fuimos
capaces de convertir los apagones propios del subdesarrollo en una oportunidad
para conversar. El reportero Ryszard Kapuscinski contaba que en una aldea
senegalesa donde no había energía eléctrica, los habitantes compraban por las
noches una linterna china de un dólar y se ponían a contar historias. “Era ese
el momento más literario, más bello, más fantástico del día
”, dijo.
Foto: AP
En el pasado
muchas poblaciones colombianas respondieron de la misma manera ante la falta de
energía eléctrica: fútbol durante el día y tertulias durante la noche. Acaso
fue así como se forjó nuestro estilo expositivo. Porque a la selección de
Colombia se le podría describir con esta maravillosa frase de Jorge Valdano:
juega “como en tiempos en que se sacaba la silla a la calle y se hablaba con
los vecinos”
.
Un pase para
allá, es decir, un cuento; otro para acá, es decir, una nueva historia. En
Colombia y Senegal, jugar es narrar
. Aquí y allá, oír contar historias es como
leer con los oídos. Por eso el poeta senegalés Léopold Sédar Senghor decía que
cuando un viejo de su país muere, es como si se incendiara una biblioteca.
Dije al
principio que en ambos países se cree en aquello de que hay que bailar mientras
viene la muerte. Bailar y contar, añado ahora. Quien puede bailar, tiene vida
para contarlo; quien puede contarlo, tiene motivos para seguir bailando
.
En la Colombia
afro, como en el Senegal profundo, la muerte no inspira temor: es tan sólo el
último capítulo de la vida vivida y el primero de la vida que vendrá después.
Cuando alguien está moribundo, alguno de sus conciudadanos toma un tambor y se
va a golpearlo en la montaña más alta. Es su manera de avisarles a los difuntos
que pronto les llegará nueva compañía
.
Así, entre
tambores, uno de los dos parientes, o Senegal o Colombia, iba a morir hoy en el
Mundial
.
Pensándolo
bien, no es que simplemente se trate de equipos emparentados: Por las venas de
nuestra selección corre sangre africana, así que es una gran justicia poética
que un jugador afro haya anotado el gol del triunfo colombiano
.
Parodiando al
poeta Jaime Jaramillo Escobar, podríamos decir que Yerry Mina estiró “su largo
pescuezo para beber agua en las totumas, para husmear el cielo, para chuparle
la leche a los cocos, su pescuezo largo para dar gritos de colores con las
guacamayas”
.

Estiró su pescuezo hermoso de abuelo bantú y metió
un golazo que eliminó a sus desconocidos hermanos, un golazo que desató los
tambores comunes y prolongó el latido eterno del corazón africano.

Foto: Reuters

Nota original:

https://www.nytimes.com/es/2018/06/28/colombia-octavos-mundial-senegal/

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