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Columna: Desde Nod por Alejandro García Gómez

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Ciudades: el conflicto se transforma (5)

pakahuay@gmail.com
Estoy completamente convencido de que el
problema de la degradación del conflicto urbano con la utilización de menores
en la guerra por las bandas neonarcoparamilitares ni es sólo de las grandes
ciudades ni es sólo de fuerza ni es sólo de sus actuales alcaldes
(aunque
también es claro que ellos tienen hoy la responsabilidad gubernativa que la
buscaron del pueblo y que éste se las concedió).

Es de toda Colombia y si no le
ponemos la seriedad y el patriotismo necesarios, la borrasca nos arrastrará no
sólo a todos quienes hoy vivimos aquí sino a quienes vienen detrás.

En artículo anterior hablé sobre la formación
histórica y social de esos sectores marginados que conforman las barriadas
populares colombianas, geografías laberínticas donde se reproduce la desesperanza,
la miseria, la frustración y el rencor. Miremos a quienes ya están asentados
ahí. Muchos de esos hogares están conformados por madres cabezas de familia
que, varias de ellas, han llegado a la maternidad aún púberes o adolescentes,
reproduciendo la tragedia de sus madres que la repetirán en sus hijas, como una
noria. Los padres, han fallecido muy jóvenes por causas, generalmente,
violentas y, así vivan, se han desentendido de sus deberes paternos y se han
convertido en cadáveres vivos para sus hijos y compañeras.
Debido a esto, las madres con hijos pequeños,
que pueden o no ser del mismo padre, deben salir a trabajar en algún rebusque
y, generalmente, los dejan solos. En medio de esa soledad, los niños empiezan a
crecer entre las necesidades, el hambre y la angustia
. Los amigos empiezan a
llenar ese vacío y en esos amigos de la misma edad o algo superior se empieza a
depositar la confianza y el afecto debidos a los padres. Varias, muchas veces,
según mis estudiantes, son amigos que han conseguido por alguna afinidad en la
feroz utopía de alguna de las barras de un equipo de fútbol profesional.
Esos amigos, niños aún o ya adolescentes,
también han crecido entre el resentimiento del hambre, de la angustia y de la
soledad y si algo tienen para enseñar es resentimiento y rencor
. Algunos ya son
pequeños delincuentes. Los mayorcitos, han aprendido algún vicio que,
supuestamente, les calma la desesperanza; vicio que les ha llegado a ellos de
la misma manera como lo reproducen con otros amiguitos. Para alimentarlo han
tenido que aceptar negocios riesgosos (transporte de armas, de drogas, ejercer
de “campaneros” cuando se aparecen las autoridades a sus barrios, etc.)
transitando por esas calles, laberintos de escaleras, terrazas, recodos y
miseria, convertidas en rencor y amor al mismo tiempo por sus geografías, amor
de querencia. A estas calles, su territorio, han aprendido a recocerlas como
propias, a defenderlas y defenderse en ellas, son su universo que les refuerza
su auto percepción de marginalidad y que los atan para siempre a traficantes
y/o delincuentes, ligados a  combos o
bandas más grandes a las que más tarde van a servir como carne de combate y
muerte, cuando no a milicias guerrilleras. Esta laberíntica geografía de
miseria de esas calles empieza a tener una escasa respuesta gubernativa
positiva, quizá tardía.
Si el niño tiene la fortuna de poseer familia
con satisfacción mediana de necesidades, los traficantes y delincuentes se las
ingenian para convertirlo en consumidor
y potencial carne de choque o en
miliciano de las guerrillas, apto para la cruenta muerte indiferente.
En la siguiente y última entrega plantearé
unas propuestas de solución, con el ánimo de aportar al debate. 07.II.13.
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