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Dos colosos del ring

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Por Ramiro
García

ramigar71@hotmail.com
De mi época
universitaria recuerdo aquella memorable noche de mayo del 74, cuando varios
estudiantes inquilinos de las Residencias Universitarias aledañas al icónico
Teatro Imperial, en Pasto, frente a un
televisor con imágenes en blanco y negro, celebrábamos con frenesí la victoria
del hoy fallecido boxeador Rodrigo “Rocky” Valdés (1946-2017)
, ante el  estadounidense Bennie Briscoe (1943-2010), en
la disputa por el vacante campeonato del peso mediano del Consejo Mundial de
Boxeo (CMB), evento celebrado en Montecarlo, en el principado de Mónaco.

A Valdés se le
reconoce como el más completo de los boxeadores colombianos de todos los
tiempos. Basta recordar su impecable técnica, elegancia, y por lanzar sin
descanso su amplio repertorio de golpes. Además, fue un auténtico fajador.
Siempre al frente
. Literalmente, como una fiera.
Quizá los
combates más electrizantes los realizó frente al boxeador argentino Carlos
Monzón (1942-1995), a quien el colombiano envió al piso por única vez durante
su exitosa carrera boxístic
a. Sin embargo, Rocky perdió por puntos en dos
ocasiones en las que enfrentó al santafesino, quien entre las cuerdas era frío,
pícaro y sobre todo inteligente, cualidades que no manejó de la misma manera en
su vida personal. A la postre, se retiró luego de su segunda pelea con Valdés.
Una década
después de aquel sonado e histórico episodio que presencié en aquel vetusto
televisor, tuve el privilegio de conocer personalmente al fajador argentino en
su nuevo rol como orientador de  promesas
boxísticas argentinas
. Fue una mañana soleada de  primavera bonaerense, en octubre del 84,
cuando visité el templo del boxeo argentino, el deslumbrante Luna Park, ubicado
entre las avenidas Bouchard y la tradicional Corrientes, en pleno corazón de la
encantadora Buenos Aires.
Alto, elegante,
de marcadas facciones indígenas y con una figura estilizada que conservaba ya
retirado del cuadrilátero, Monzón tenía un biotipo privilegiado para la
categoría que lo catapultó a la fama y que lo hizo el peso mediano más
dominante de su tiempo
y uno de los más grandes de la historia. Fue un
encuentro fugaz, suficiente como para retener para siempre aquella estampa de
quien fuera admirado por los amantes del boxeo exquisito y depurado. Por
aquella época las tapas de revistas y titulares de la prensa mundial lo
asociaban con eventos faranduleros.
Entre candilejas. Se comentaba que era frecuentado por amistades de la
categoría de Jean Paul Belmondo, Alain Delon, Mickey Rourke, el príncipe Rainiero,
etc. Y muchas mujeres bellas. En fin, hacía parte del Jet Set Internacional.
Muy lejanas
aquellas épocas cuando su origen humilde lo obligó a trabajar como sodero
(repartidor de aguas gasificadas), canillita (vendedor de diarios) y  lechero (repartidor de leche).
La suya fue una
existencia de contrastes y el hombre humilde que conoció el hambre y la pobreza
en su natal Santafé, Argentina
, fue luego conocedor de la opulencia en plan de
millonario, ya como campeón mundial y defensor del título en catorce ocasiones.
Pese a todo, nunca abandonó su vocación por el rudo deporte del pugilato, así
haya sido abajo del ring.
Finalmente, un
feminicidio originado en una larga noche de farra lo condujo a las rejas, y en
un día de permiso extramural falleció en un sonado accidente automovilístico.
Ese negro episodio puso punto final a su vida. Tenía  53 años.
Muchos años
después, ya de retorno a mi patria, intenté conocer al Rocky Valdés  en la caribeña y calurosa Cartagena de
Indias, donde no existen las estaciones. En el lugar donde transcurrió la dura
y humilde infancia del Rocky, cuya vida tuvo muchas similitudes con la de
Monzón, si de penurias y carencias iniciales se trata. Pero en contraste con el
coloso argentino, nuestro Rocky tuvo mucha disciplina dentro y fuera del ring
.
Siempre estuvo rodeado de amigos incondicionales, muchos de ellos humildes, a
quienes conoció durante sus faenas como lustrabotas o como pescador artesanal.
Obviamente, también fue admirado por celebridades mundiales, políticos,
empresarios, etc., mientras lució el cinturón que lo acreditaba como campeón
mundial del peso mediano. Pero jamás se dejó obnubilar por la fama y el dinero.
En contraste
con el argentino, Valdés ya lejos del cuadrilátero, dedicaba su tiempo a
emprendimientos comerciales; al receso de batallas permanentes dentro de las
cuerdas, a reparar su cuerpo y mente de aquella andanada de golpes recibidos
durante su permanencia en la división mediana de las ciento sesenta libras. A
recordar los dramáticos momentos cuando ganó el trono a Briscoe, el ‘Robot de
Filadelfia’  quien cayó por nocaut en la
única de noventa y cinco peleas profesionales, esa vez en Mónaco. Y cuando puso
de rodillas por primera y única vez al fenómeno Monzó
n.
Entonces fui en
búsqueda del campeón a su lugar favorito: el mercado de Bazurto. Con mi
acompañante ingresamos atemorizados a ese lugar sucio, bullicioso, fétido y
caót
ico; aunque increíblemente animado y lleno de colorida y fascinante
gastronomía caribeña. Y de movimientos frenéticos de comerciantes.
Para infortunio
no lo encontramos… Los lugareños nos comentaron que hacía un instante había
acabado de almorzar después de jugar varias partidas de dominó con sus amigos,
y se había retirado del lugar. Iba a cumplir otra cita rutinaria. La tertulia
de todas las tardes, con otros amigos, en una calle del centro de la romántica
Cartagena
. Una lástima no haber conocido a este personaje,  quien jamás estuvo salpicado por escándalos
mediáticos. Un caballero arriba o abajo del ring.
El miércoles, con
profunda tristeza supe de su viaje sin retorno
. Había cumplido 71 años.
Que descanses
en paz, CHAMPION. Nos diste muchísimas alegrías.
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