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Dos poetas “desaparecidos”

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Columna DESDE NOD
Por Alejandro García Gómez.
pakahuay@gmail.com
Años 80’. Asistíamos los miércoles tarde al
taller literario, de la Biblioteca Piloto con Manuel Mejía Vallejo, que duraba
lo que tardaba en beber el segundo vaso whiskero de ron Medellín con Coca cola
que le servía Herminia Albán u otra compañera. Él llegaba con el primero
preparado. Saludaba, se sentaba y comenzaba a conversar sobre temas de
actualidad que los hilvanaba con recuerdos o con apuntes literarios de algún
autor o con algún poema o con fragmentos de novelas o de cuentos, de memoria.
Nos mantenía electrizados. Manuel era un maestro de la charla.De su boca, todo
salía real. A veces nuestra carcajada. Por su dicción, para mí difícil de
entenderla a veces, me sentaba en primera fila
.

Luego comenzaba a leer los
trabajos que se le habían entregado la semana anterior, cuando no los había
perdido entre sus rones. Si algo no le gustaba, no se ahorraba nada. Algunos
ripostaban, como ese que le contestó: “Manuel, por qué me dice eso. Mi novia
lloró cuando se lo leí”. “Mateo se cayó anoche y también lloró”, le respondió.
Mateo era entonces su bebé. Si no tenía la respuesta con el argumento perfecto
echaba mano de la caricatura. Había que ser muy “nuevón” para responderle.

Ahí conocí a muchos que en esta columna he ido
recordando con alguna excusa. “Hay un ángel oscuro/ que me besa en la boca;/ y
me atenaza en la niebla con sus ojos de serpiente// Estoy asqueado de todo
esto,/ me dice (…)” (El ángel oscuro), nos leyó un día. Luego siguió: “A veces
la lluvia del cielo te visita/ y dejas que toque tus senos blancos
./ Es dulce
tu amor, ¡mira cómo brilla!/ Tu piel agitadora de mi cuerpo,/ mujer denuda en
la luna”. E hizo leer más poemas al que provenía de Remedios (Antioquia).
Luque, sos un poeta, carajo. Qué bello esto.
Vamos a ver la manera de publicarte el libro. Y -con la diligencia franciscana
en el manejo del recurso, de Gloria Inés Palomino, la directora- lo publicó
(1). Gilberto Luque era un Ángel oscuro. A veces nos reuníamos después del
taller, en alguna tienda de los alrededores de La Piloto o en el centro y nos
tomábamos unas cervezas. Aunque casi siempre andaba escaso de dinero, nunca
dejaba de obsequiarnos con su ronda. Indagaba y descubría dónde se guardaba la
bebida. Se llevaba nuestras botellas vacías y nos las cambiaba por otras pero
llenas, con la mayor tranquilidad del mundo. Era mayor el temor nuestro al
beberlas. El, tranquilo.
Otro día llegó un muchacho absolutamente
callado. El cabello revuelto en su cabeza y se sentó solo. Ya César Herrera, el
poeta de Santa María de Itagüí, hablaba hasta por los codos y no dejaba hablar
a nadie. También había llegado así. Pero Jorge Marín, el poeta a quien me
refiero, nunca habló con nadie. César asegura que con él sí cruzó unas
palabras. “…Hoy el curso de los ríos / permanece en mis manos:/ Su cuerpo
abierto como la vida/ ha venido a cerrarse al mar;/ mis brazos/ son dos
palabras de su canto,/ mi boca una hora extraña/ que nunca termina en su
pasado.// La noche/ es el silencio de su rostro” (Mido sus manos con la
desnudez de un pájaro). Los títulos de sus poemas son otro poema. “El viento es
un recuerdo de las aves
”, por ejemplo. O éste: “Un canto en la vieja casa ha
terminado por callarse en el mar”. O este otro: “El universo está roto en su
boca”. Al igual el título del libro: “En este día tan lentamente aprendido”
(2).
De otros talentosos talleristas, a veces me
llegan noticias: algunos torcieron su vida por la literatura con mayor o menor
reconocimiento. Otros por negocios o profesiones. De los reseñados, jamás volví
a saber nada. Juan M. me cuenta que le contaron que a Luque lo han visto debajo
de uno de los puentes de Medellín. Desde eso pongo más cuidado
.
(1).- LUQUE MEZA, Gilberto. “El Ángel Oscuro”.
Biblioteca Pública Piloto. Taller de escritores. Editorial Lealón. Medellín.
1984. 96 pp.
(2).- MARÍN, Jorge. “En este día tan
lentamente aprendido”. BPP. Taller de escritores. Ed. Lealón. Medellín. 1990.
136 pp. (Con apoyo de Colcultura). 12.XI.14

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