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“Educación incluyente”: Verdades y mentiras

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“Que
personas con y sin discapacidad compartan la misma aula de clase no es garantía
de inclusión ni de calidad, pues las garantías de educación especial no se
cumplen”
, afirma doña Rosa Inés Gómez, madre de un joven discapacitado, y según
el periodista ella agrega, “la ley que obliga a cualquier institución a recibir
a un discapacitado es un saludo a la bandera, un gesto protocolario”, (EL
MUNDO, 30.III.12)
Además
de su obstinada persistencia en el decreto educativo de promoción automática en
evaluación de secundaria y media, el 230/02, sólo levantado en la agonía de los
ocho años del segundo mandato de Uribe, una de las causas en el retroceso de la
calidad educativa, otro fracaso de la ex ministra de Educación Cecilia Vélez,
fue su preconizada “educación incluyente”, un sofisma vestido con ropajes
democrateros, manipulado con el sentimiento humanista de la solidaridad
,
lanzado al país entre el resonar de los bombos y platillos de los medios de
comunicación, bajo la indiferente mirada de los colombianos, adormecidos por
algún truculento escándalo similar al del hijo escondido de Galán, o por uno o
tres  goles a favor o en contra de
nuestra selección de fútbol
Hoy
vemos que, desafortunadamente, quienes con razones nos oponíamos a ese
esperpento sofístico teníamos razón. Decíamos en su momento, en esta misma
columna, que lo que verdaderamente se buscaba entonces era abaratar los costos
educativos
como una nueva genuflexión ante el Fondo Monetario Internacional
(FMI) a causa de otra humillación llamada préstamo, para terminar embolsillado
en el saco de la corrupción
Hace
siete años, en uno de mis doce, o más, cursos del colegio, había una niña
sordomuda en grado VI, muy inteligente y muy apoyada por sus padres, entre mis
más o menos 450 o 550 estudiantes. No recuerdo la cifra exacta, pero el número
siempre oscila entre esas cantidades o más. Por razones familiares, conozco
algo el lenguaje de las señas. Cuando me dirigía a ese curso de 45 estudiantes,
yo siempre tenía presente el caso. Su madre nos había comentado a sus
profesores que la niña era muy hábil para leer los labios y nos pedía que,
primero, habláramos siempre de frente a la clase, no de espaldas o frente al
tablero; y segundo, que procuráramos vocalizar lo mejor que pudiéramos, hablar
más lento. Yo trataba de seguir las instrucciones, pero a veces, por algún
motivo –la pasión por algún tema o la demostración ante el tablero u otro- lo
olvidaba. Al terminar, si mis ojos lograban cruzarse con los de ella, caía en
la cuenta de que la había “embarrado”; debía empezar nuevamente, entre el
cansancio callado de sus compañeros, hablándoles a todos para que ella no se
incomodara, porque era de excepcional delicadeza. ¿Cuántas veces dejaría de
caer yo en la cuenta de mi error? Similares experiencias las he escuchado de
otros compañeros maestros
El mismo
término, (Educación) “incluyente”, es de un refinado cinismo. De las 450
instituciones educativas con las que cuenta Medellín, la mayoría debería contar
con personal capacitado al efecto, simultaneo con el de las otras disciplinas.
La Secretaria de Educación de Medellín, Luz Elena Gaviria, afirma que la
Administración “no podría tener una persona especializada en cada sede… (sino
que) ubicamos los recursos donde hay más necesidades” (Ibíd.). Y John Mario
Garavito, rector de la antes conocida como Escuela de Ciegos y Sordos, del
Barrio Aranjuez, antaño especializada sólo en la educación de estas personas,
afirma que “lo único que hace la entidad territorial es facilitar un intérprete
del lenguaje de señas para las clases (¿uno solo para todos los cursos?), el
transporte de los alumnos y los módulos lingüísticos, que es el material con el
que los adultos enseñan el lenguaje de señas a los niños”
(Ibíd.). Sobran
comentarios.
Nota.-
¿Por qué ni Avianca ni otra compañía aérea establecen vuelos directos
Medellín-Paso y viceversa a pesar de la inmensa “colonia” antioqueña en Pasto?
15.IV.12
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