Por John Jairo Rodríguez Saavedra
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A la pequeña feria le faltaba algo. Hacía tiempo que había prometido no comprar más libros, ni nuevos ni usados, pero cuando cruzaba el parque de los Periodistas, una fuerza interna incontenible me empujó hacia un toldo blanco y pequeño que atendía una joven de suéter de lana rojo y falda de florecitas estampadas.
–Entre cinco y veinte, me dijo, sin necesidad de que yo le pregunte nada, mientras tomaba café en un vaso de plástico.
Los precios estaban visibles en medio del montón de libros en unas cartulinas verdes y escritos con marcador negro. A veces me fijo en la caligrafía y arbitrariamente me hago una idea de cómo es la persona que ha escrito, pero esta vez no se trataba de palabras sino de números y eso me dificultó mi adivinación.
Con todo, no pude dejar de hacerlo.
Si quien escribió los precios fue la chica, es posible que no peguemos en ningún sentido, pensé. Sus trazos son demasiado definidos, y cortos, y eso me dio la impresión de que su vida era un poco así: limitada, exageradamente concreta, planificada.
Me paseé por el toldo lentamente, echando los ojos al azar por encima de los libros, pasando de un lado a otro sin detenerme en ninguno más de cinco segundos y de vez en cuando y de reojo miraba a la chica para comparar mi intuición sobre su vida. Me hubiera encantado mirarle los ojos de cerca, saber de qué color eran, qué tipo de mirada tenía, pero sus lentes de sol me lo impidieron.
Una de las incomodidades de comprar libros usados es que muchos tienen marcas de sus anteriores dueños en las hojas: subrayados con lápices de colores, notas en la parte superior, o a los lados, y eso condiciona la lectura, marca una ruta de un corazón lector ajeno al nuestro. Pero muchas veces eso ha pasado a un segundo plano si el libro me interesa.
Primero recorrí la zona de los libros de 10 mil y luego la de los de 20, pero sólo cuando llegué a la de libros de 5 mil, me llamó la atención uno: Hombres y mujeres, de Françoise Giroud y Bernard-Henry Lévy editado por Planeta en su colección de Ensayo Temas de Hoy. En la contra tapa dice que ese libro es el resultado de las conversaciones veraniegas entre Giroud y Henry-Lévy, de sus disertaciones sobre el amor, el deseo, la seducción, los celos, la infidelidad y el matrimonio. Cuando lo vi me llamó la atención la tapa y las hojas amarillentas y roídas de la edición de 1993.
Entonces compré el libro, me lo llevé sin abrirlo y busqué un Café para meterme a leerlo.
En el centro de Bogotá, en el sector de La Candelaria, ya son pocos los Cafés que me atraen. Por eso caminé hacia la carrera séptima a ver si encontraba uno nuevo o uno viejo que no me repugne tanto. Después de caminar más de quince minutos, decidí más bien comprar un café de siete onzas en el Tostao de la universidad del Rosario y sentarme en la plazoleta de esa universidad a leer el libro.
A veces, cuando compro un libro así, rompo el orden y no empiezo a leerlo por el principio, sino que prefiero abrir una página cualquiera y buscar allí al menos una frase que me llame la atención. Y así lo hice. Abrí el libro y caí en la página 215. Empezando la página Henry-Lévy cita a Valéry: “Lo más profundo es la piel”.
Esa frasecita me obligó a tomarme el café rápidamente y a volver al toldo de la chica. Quería volver a verla, hallarle un sentido a la mañana, al mes, al año; ser testigo de su piel, de su profundidad, para hablar con Valéry.
Cuando llegué al toldo, ella ya no estaba.
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