Por Enrique Herrera Enríquez
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Hace 197 años, concretamente el 24 de diciembre de 1822, la gente de Pasto y sus alrededores sufrían el más encarnizado sometimiento a sangre y fuego por parte de los ejércitos que la mando del General Antonio José de Sucre, y obedeciendo expresas órdenes del General Simón Bolívar, penetraron en la ciudad acabando con cuanto encontraban en su camino.
Nada ni nadie los detuvo, ni la imagen de Santiago, estaban sedientos de sangre por la derrota que un mes atrás les había propinado las milicias pastusas al mando Agustín Agualongo en Taindalá, y ahora cobrarían caro su derrota. Es el tema que trataremos en este Especial del programa VIVAMOS NUESTRA HISTORIA que se trasmite los días domingo a partir de las ocho de la mañana, y el cual volverá en el próximo mes de enero. Veamos y analicemos de acuerdo a los documentos cual fue la criminal actitud de Sucre y sus ejércitos para con la gente de Pasto en aquella macabra navidad sangrienta.
Bolívar al tener conocimiento de los acontecimientos de Pasto respecto a la rebelión que encabeza Agustín Agualongo y Benito Boves finalizando el mes de octubre de 1822, encontrándose en Guayaquil, dio la orden al General Antonio José de Sucre para que aliste lo mejor de los batallones: “Rifles”, los escuadrones “Guías” y “Cazadores” y “Los Dragones de la Guardia” donde sumados todos alcanzaban algo más de los dos mil hombres perfectamente pertrechados. En tanto Boves, el advenedizo venezolano, Agualongo y Merchancano habían dispuestos sus fuerzas de milicianos pastusos en el Guáitara en el sector de Taindala donde esperarían cualquier ataque del Sur.
El 24 de noviembre de 1822, las tropas de Sucre sufren una derrota inesperada en Taindalá, obligándolos a retroceder hasta Túquerres para esperar nuevos refuerzos de Quito, los cuales llegaron a mediados del mes de diciembre con mil hombres más integrando los batallones “Vargas”, “Bogotá” y “Milicias de Quito” que venían al mando de experimentados militares como José María Córdoba, Hermogenes Maza y Jesús Barreto.
El combate de Tailandá preocupó a la gente de Pasto por cuanto se supo cómo se estaba preparando una nueva arremetida contra la ciudad que obligaba a defenderse tal cual se tuvo que hacer en años anteriores. Los ahora tres mil hombres de Sucre marchan a la vanguardia con el “Rifles” que pidió ese espacio para reivindicar su actitud nada clara en la pasada contienda de Taindala. Los pastusos estaban parapetados en los riscos del Guáitara esperando alcanzar un nuevo triunfo que al percatarse de la imposibilidad de lograrlo por el gran número de sus contrincantes, retroceden no sin antes destruir el puente sobre ese el rio. Sucre ordena en medio del fuego la reposición del puente y avanza combatiendo cuanto al frente encuentra.
La responsabilidad de este operativo criminal contra Pasto y su gente se hace manifiesto cuando Bolívar le dice a Santander en carta suscrita el 23 de diciembre de 1822, desde Ibarra camino a Pasto: “Yo no he ido en persona a dirigir aquellas operaciones militares contra Pasto por no desairar al General Sucre, que no es digno de tal bochorno y es muy propio para mandar tropas en campaña por que tiene talento, juicio, celo y valor y yo la verdad no me creo con tantas cualidades…”.
Dos días previos a la navidad, Sucre descansa en Yacuanquer en tanto espera el cruce del resto de sus tropas por el improvisado puente. En la madrugada del 24 de diciembre de 1822, Sucre ordena marchar sin ninguna espera para Pasto, avanza arrasando cuanto se presenta en su camino, es una guerra sin cuartel, a campo abierto. El General José María Córdoba con el batallón “Bogotá” va por la derecha, el “Rifles” y el resto de la tropa lo hace por el centro, en tanto el venezolano Benito Boves al observar el alto número de combatientes que tiene al frente, se acobarda, retrocede llevándose consigo a un grupo de soldados foráneos que salen corriendo hasta perderse por sectores de La Laguna para introducirse al Putumayo y no saberse nada nunca más de ellos, dejando comprometida a la gente de Pasto que tendrá que darlo todo para evitar ser destruidos como es la pretensión de los ejércitos republicanos.
El combate es cada vez más sangriento para la gente de Pasto que ha salido a rechazar la invasión, Agualongo se bate con fiereza al lado del “Escuadrón Invencible”, sabe que al igual que otras veces Pasto y su gente han quedado a su suerte. Las tropas enfurecidas de Sucre entran a Pasto sin dar cuartel, tumban la imagen de Santiago que carga en andas la gente tratando de evitar el criminal asalto, saliendo automáticamente del combate, se sacrifica a hombres, mujeres, niños y ancianos, no hay conmiseración para nadie así sea día de Navidad, por eso ni templos, ni conventos son de protección ante las encolerizadas tropas republicanas. El historiador Leopoldo López Álvarez afirma: “Ocupada la ciudad, los soldados del batallón “Rifles” cometieron toda clase de violencias. Los mismos templos fueron campos de muerte. En la iglesia Matriz le aplastaron la cabeza con una piedra al octogenario Galvis, y las de Santiago y San Francisco presenciaron escenas semejantes”. El ahora General republicanos José María Obando, refiriéndose a este macabro espectáculo dice al respecto: “No se sabe cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustrado como el general Sucre la medida, altamente impolítica y sobre manera cruel de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada; las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho, salióse a la calle llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco antes que otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y refugiados fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a referir por menor tantos actos de inmoralidad ejecutados por un pueblo entero que de boca en boca ha trasmitido sus quejas a la posteridad”.
Duele, atormenta, da rabia, se siente cual si estuviésemos siendo testigos de la masacre de aquel 24 de diciembre de 1822 y subsiguientes días en Pasto, leyendo el citado texto de Obando. Siete batallones desplegándose por todas sus calles, sus plazas, con sus fusiles calados con la bayoneta dispuestos a matar a quien encuentren, sin que importe que sea mujer, niño o anciano. Los templos, las capillas, los conventos, nada sirven de refugio. Se viola a las mujeres, se mata a la abuela, a los abuelos, los niños son lanzados al aire para ser luego recibidos ensartados en dagas o lanzas en medio de grandes carcajadas. El crimen continua, se pasea orondamente por tres días que se plasma en páginas escritas por quienes vivieron o estudiaron detenidamente los macabros episodios del 24 de diciembre de 1822, que continuamos analizando a través de los escritos que han llegado hasta nosotros.
La noche buena, la navidad, se volvió tenebrosa, cruenta, inimaginable para una gente tan católica y creyente como la de Pasto que tuvo que soportar por tres días el saqueo, la violencia, los crímenes de toda una soldadesca libres de hacer cuanto a bien tengan, ávidos de sexo y fortuna. Fue una trágica y macabra navidad sangrienta donde algo más de ochocientos cadáveres e innumerable de heridos, quedaron esparcidos entre las calles, plazas, templos y casas de la ciudad que pagaba así el derecho a disentir, a ser autónomos, a vivir en libertad de pensar y actuar de acuerdo a sus principios y en contra de la violencia con que se la trataba. La ciudad ardía en llamas por sus cuatro costados, en tanto la soldadesca buscaba y se llevaba cuanto de valor encontraba, acribillando a cualquier ser humano que se presentaba a su vista. Fue una verdadera carnicería que con horror presenció la martirizada población en aquella navidad y días subsiguientes, por eso con dolor el historiador Ignacio Rodríguez Guerrero manifiesta: “Nada es comparable en la historia de América, con el vandalismo, la ruina y el escarnio de lo más respetable y sagrado de la vida del hombre, a que fue sometida la ciudad el 24 de diciembre de 1822 por el batallón “Rifles”, como represalia de Sucre por su derrota en Taindala un mes antes, a manos del paisanaje pastuso armado de piedras, palos y escopetas de caza.”
El general Daniel Florencio O’Leary, secretario privado de Simón Bolívar, siendo como es obvio suponer su hombre de confianza, dice al respecto: “En la horrible matanza que siguió soldados y paisanos, hombres y mujeres, fueron promiscuamente sacrificados”. Es decir no hubo discriminación alguna, toda persona que se atravesase en su camino era muerta de manera inmediata, sin formula de juicio.
A ciento noventa y seis años de la toma militar de Pasto a sangre y fuego por parte de las tropas que comandaba Antonio José de Sucre, aquel 24 de diciembre de 1822, varios son los comentarios que respecto a este macabro acontecimiento han escrito diversos autores, unos muy allegados y defensores acérrimos de la actitud de Simón Bolívar y sus demás Generales contra Pasto, por aquello que han dicho: Así es la guerra, y otros de pronto imparciales. Pero es lo cierto que los unos y los otros no pudieron ni se podrá ocultar el acto criminal que se cometió contra una población civil indefensa.
Es de recalcar que nuestra censura, nuestra crítica contra las tropas que comandaba Sucre a nombre de la autoridad ejercida por el General Simón Bolívar como Presidente de Colombia, es haberse metido a sacrificar, asesinar a la población civil de Pasto sin que exista discriminación alguna.
Entremos a analizar la serie de comentarios que se han hecho por diversas personalidades respecto a la macabra navidad sangrienta de Pasto en 1822.
José Manuel Restrepo, historiador coetáneo de los acontecimientos y profundo admirador de Bolívar y su ejército dice al respecto: “Después de hora y media de combate los facciosos –léase los pastusos- fueron derrotados completamente en todos los puntos. Los dispersos huyeron, unos con Boves hacia las montañas de Sibundoy, camino del Amazonas, y otros al Juanambú, a fin de ampararse en el desierto de El Castigo”.
“En el acto fue ocupada la ciudad, en la que solo hallaron las monjas y unas pocas mujeres acogidas al convento – se refiere al de Las Conceptas- . Los hombres habían huido todos llevándose las armas. Desgraciadamente la ciudad fue saqueada por las tropas vencedoras, irritadas sobremanera por la obstinada resistencia que habían hecho sus habitantes”.
“Los pastusos tuvieron cerca de ochocientos muertos en los diferentes combates, y se les tomaron muy pocos prisioneros a causa de la vigorosa terquedad con que se defendían. Por una rara fortuna, el General Sucre perdió solo ocho muertos y treinta y dos heridos.”
“Pasto fue entregada al soldado, no hubo domicilio que no fuera violado y robado. Sediento de sangre buscaba la víctima en quien saciar sus ímpetus salvajes y la que encontraban la dejaba muerta en el puesto. Toda la noche buscó víctimas, aun con la aquiescencia muda de sus jefes”.
Duele, ciertamente conmueve, cuanto hemos leído de los macabros acontecimiento del 24 de diciembre de 1822, en que las tropas al mando de Sucre van acabando con todo cuanto encuentra en su camino. El criterio, los comentarios que se han traído a referencia son muy puntuales, todos expresan el dolor, la angustia, la pena que se siente cuando una población civil es maltratada por la bota militar y sus fusiles.
Sigamos, entonces, conociendo mediante los documentos que estamos dando lectura los difíciles momentos por los cuales tuvo que atravesar la gente de Pasto hace ciento noventa y seis años.
El doctor e historiador José Rafael Sañudo, manifiesta: “Lo que pasó después fue una iniquidad que no puede perdonar la historia. Los soldados vencedores penetraron a la ciudad ebrios de sangre y empezaron a matar a todo el que oponía la más mínima resistencia o se lo encontraba con un arma en la mano. Como muchos de los habitantes se habían encerrado en sus casas y echado el cerrojo, empezó la obra de destrucción de hacer volar en astillas las puertas y ventanas para buscar a los milicianos o los haberes de las familias saqueadas, sin perdonar las vidas.
No se perdonó a las mujeres, ni a los ancianos ni a los niños, aunque muchos se habían refugiado en los templos o iglesias. En la de San Francisco (hoy Catedral de Pasto) joya de arte colonial por sus altares y por la riqueza de sus paramentos, los Dragones penetraron a caballo y cometieron los más horribles excesos en las mujeres que allí se habían acogido; del robo solo se libraron los vasos sagrados que horas antes se habían puesto a buen recaudo.
La nochebuena de ese año fue para los pastusos una negra noche de amarguras. Una Navidad sangrienta, llenas de gritos de desesperación, de ayees de moribundos, de voces infernales de la soldadesca entregada a sus más brutales pasiones. Imposible narrar todos los horrores en esa que debía ser “Noche de paz, Noche de amor”. Se entregaron los re¬publicanos a un saqueo por tres días, y asesinatos de inde¬fensos, robos y otros desmanes hasta el extremo de des¬truir como bárbaros al fin, los archivos públicos y los libros parroquiales, cegando así tan importantes fuentes histó¬ricas. La matanza de hombres, mujeres y niños se hizo aunque se acogían a los templos, y las calles quedaron cu¬biertas con los cadáveres de los habitantes, de modo que “el tiempo de los Rifles” es frase que ha quedado en Pasto para significar una cruenta catástrofe”.
Del doctor Roberto Botero Saldarriaga, historiador antioqueño, presidente que fue de la Academia de Historia de Colombia, dice: “Al combate leal y en terreno abierto sucedió una espantosa carnicería: los soldados colombianos ensoberbecidos por la resistencia, degollaron indistintamente a los vencidos, hombres y mu¬jeres, sobre aquellos mismos puntos que tras porfiada bre¬ga habían tomado. Al día siguiente, ochocientos cadáveres de los desgraciados pastusos, hombres y mujeres, abando¬nados en las calles y campos aledaños a la población, con los grandes ojos serenamente abiertos hacia el cielo, parecían escuchar absortos el Pax Ómnibus, que ese día del nacimiento de Jesús, entonaban los sacerdotes en los ritos de Navidad”.
El historiador Emiliano Díaz del Castillo, dice al respecto: “Los 3.000 soldados victoriosos de Sucre, mataron en las calles a cuantas personas encontraron, sin distinción de sexo ni edades; con las culatas de sus rifles rompieron las puertas de las casa, entraron y asesinaron a ancianos, mujeres y niños, se robaron las vajillas de plata, las joyas y cuanto objeto de valor encontraron. No respetaron los templos, violentaron la puerta del templo de San Francisco (hoy la catedral de Pasto), entraron a caballo y con las mujeres que allí se habían refugiado cometieron atrocidades que la decencia impide relatar. Robaron de las iglesias o templos los objeto de valor, a la imagen de la inmaculada Concepción de la Iglesia Matriz de San Juan Bautista, conocida también como la Danzarina de Legarda, le arrebataron las alas de plata con incrustaciones de perlas preciosas, arrancaron de los altares las láminas de plata que los adornaban y todo se llevaron en cajones que cargaron en bestias mulares, en ellas transportaron el fruto de su rapiña para la posterior distribución entre oficiales y soldados”.
Un documento de la época dice de manera categórica: “Que el soldado brutal no perdonó en las 26 horas del desorden, ni templos, ni sacerdotes, ni la inocencia, estuprando multitud de niñas de 10 años para arriba, viudas, casadas y todo género de mujeres. Que pasaron a los pueblos e hicieron otro tanto con las indias, por lo los indios han abandonado sus hogares, y sean retirado a lo más espeso de las montañas”. Que hasta aquella fecha habían salido ya para Quito más de ocho mil bestias mulares, caballares etc, etc, y como diez mil reses.
Todo, absolutamente todo, cuanto hemos dicho está basado en documentos de gran credibilidad porque, no solamente se ha traído los escritos de quienes han censurado la actitud de los ejércitos de Sucre siendo ampliamente contrarios a su proceder, también lo hemos hecho con los escritos de personajes que han defendido la actitud de Sucre y de Bolívar para con la gente de Pasto, manifestando que fueron cosas de la guerra. Es lo cierto que uno y otros coinciden en admitir que Pasto y su gente en aquel 24 de diciembre de 1822, sufrió una arremetida cruel y criminal, sanguinaria y alevosa, macabra, siniestra que no se puede ocultar ni menos desconocer o ignorar.
No está por demás manifestar que son muchos los comentarios que por espacio de tiempo no los hemos traído a referencia. A hora para concluir este programa especial de la Negra Navidad en Pasto el 24 de diciembre de 1822, veamos que pasó días después en la martirizada ciudad.
EL General Simón Bolívar, llega a Pasto el 2 de enero de 1823, es decir siete días después de la masacre, de la dantesca carnicería humana que habían llevado a efecto los ejércitos republicanos al mando de Sucre en contra de una población civil, si cabe la expresión, ajena a los acontecimientos, por cuanto como vimos anteriormente, los combatientes, los milicianos pastusos gran parte habían muerto en la contienda y el resto tuvo que retirarse a los campos para evitar ser exterminados como era la orden del General Bolívar.
Pasto había quedado a merced de las mujeres, ancianos y niños. Contra ellos procedieron miserablemente los republicanos para llenar de cadáveres y heridos la martirizada ciudad ahora en ruinas. Si alguien dudase de la responsabilidad del General Bolívar frente a la amarga situación planteada en Pasto, veamos que dice él al respecto en carta suscrita el 28 de diciembre de 1822 desde Ibarra, por intermedio de su secretario J.G. Pérez al general Juan Paz del Castillo: “Tengo la satisfacción de participar a ud. la destrucción completa de la facción de Pasto. El 23 del presente el señor general Sucre los batió desalojándolos sucesivamente de las inabordables posiciones que median entre el Guáitara y la parroquia de Yacuanquer. Desde el amanecer de aquel día hasta las seis de la tarde en que nuestras tropas ocuparon a Yacuanquer, duro combate. La operación fue tan bien acertada como audaz y felizmente ejecutada. El enemigo fue atacado de frente y de flanco y completamente envuelto”.
El 30 de enero de 1823, Bolívar escribía a Santander manifestando categóricamente: “El famoso Pasto, que suponíamos tan abundante de medios, no tenía nada que valiera un comino; ya está aniquilado sin mucho empeño…”. Que se podía esperar de un pueblo que fue sometido tan cruelmente por parte de un criminal ejército que no tuvo consideración alguna para con nadie, como hemos visto en las expresiones que se ha traído a referencia.
Daniel O`Leary, secretario y edecán preferido del Presidente Simón Bolívar, es muy gráfico en su descripción de las situaciones que vivían las gentes de Pasto en aquel entonces: “La esforzada resistencia de los pastusos habría inmortalizado la causa más santa o más errónea, si no hubiera sido manchada por los más feroces hechos de sangrienta barbarie con que jamás se ha caracterizado la sociedad más inhumana; y en desdoro de las armas republicanas, fuerza es hacer constar que se ejercieron odiosas represalias, allí donde una generosa conmiseración por la humanidad habría sido, a no dudarlo, más prestigiosa que el ánimo de los rudos adversarios contra quienes luchaban para atraerlos a adoptar un sistema menos repugnante a la civilización. Prisioneros degollados a sangre fría, niños recién nacidos arrancados del pecho materno, la castidad virginal violada, los campos talados y habitaciones incendiadas, son los horrores que han manchado las páginas de la historia militar de las armas colombianas en la primera época de la guerra de la independencia; no menos que la de las campañas contra los pastusos pues algunos jefes empleados en la pacificación de éstos parecían haberse reservado la inhumana empresa de emular al mismo Boves (no se refiere a don Benito) en terribles actos de sangrienta barbarie”.
“Los prisioneros fueron a veces atados de dos en dos, espalda con espalda y arrojados desde las altas cimas que domina el Guáitara, sobre las escarpadas rocas que impiden el libre curso de su torrente, perdiéndose sin eco entre los horribles vivas de los inhumanos sacrificadores y el ronco estrépito de las aguas, los gritos desesperados de las víctimas. Estos atroces asesinatos, en el lenguaje de moda entonces, fueron llamados matrimonios, como para aumentar la tortura de aquellos infelices, tornándoles cruel el de suyo grato recuerdo de los lazos que los ligaron a la sociedad en los días de su dicha. Declaraciones de sus mismos verdugos han descorrido el velo que debería siempre ocultar estas crueldades inauditas”.
El también historiador ecuatoriano, Roberto Morales Almeida, dice: “En la historia tremenda de la independencia de América no hay hechos de mayor crueldad que los que se ejecutaron contra los vencidos pastusos: destierros en masa al Perú, a Guayaquil, a Cuenca; contribuciones forzosas, confinio de mujeres, requisa de caballos, ejecuciones secretas, lanzando a los abismos del Guáitara amarrados por parejas las víctimas, despojos de bienes, redadas de hombres para forma r batallones. Y en esas bárbaras represiones tuvieron que soportarlas todos: los hombres del pueblo y los nobles, los clérigos y los labriegos, los indios los mestizos y los blancos. Los tiempos heroicos de Pasto están floridos de episodios de singular grandeza de ánimo, cualquier ellos es sugestiónante y revelador del carácter del pueblo pastuso“.
Por todos estos acontecimiento, es muy justa la protesta de nuestro insigne historiador José Rafael Sañudo, cuando afirma: “Ante tan exaltados instintos sanguinarios contra Pasto, tengo que contener mi ira, que brota naturalmente de la piedad de un hijo, por insultos y depredaciones de su patria; no hay hidalguía en olvidar las ofensas de su madre y es muy vil elogiar a quien manchó con tantos crímenes contra ella”.
El historiador ecuatoriano, Nicolás Augusto González, manifiesta sobre tanta iniquidad contra la gente de Pasto: “había cólera justa, cólera santa, cólera incontenible, que estalla como un volcán, contra los autores de tantos crímenes horrendos, cuya memoria debería execrarse en América”.
Bien dice el historiador ecuatoriano Oscar Efrén Reyes: “Hubo momentos en esa campaña contra los rebeldes en Pasto, que ya no eran los simples defensores de la monarquía española, sino como los heroicos defensores de sus vidas y haciendas, y como los vengadores de la muerte cruel de sus madres, de sus padres, hijos y familiares”.
Queda, entonces, para su reflexión mis apreciados radioyentes, toda esta serie de documentos que nos hemos permitido trascribir para que saquen sus propias conclusiones respecto a los macabros acontecimientos del 24 de diciembre de 1822 en contra de la gente de Pasto por parte de los ejércitos republicanos que al mando de Antonio José de Sucre, obedeciendo órdenes expresas de Simón Bolívar, casi lo destruyen y desaparecen del catálogo de los pueblos del mundo como diría en otra oportunidad el caraqueño.
De los ocho o nueve mil habitantes que tenía Pasto en tiempos de la incursión militar de Simón Bolívar y sus ejércitos, de acuerdo a su propia confesión registrada en carta suscrita a Santander el 21 de julio de 1823, reconoce que tan solo quedan tres mil personas entre hombres, mujeres y niños, el resto fueron pasados por las armas o llevados a otra parte como el mismo lo reconoce, razón por la cual desde Potosí, Bolivia, el 21 de octubre de 1825, dice: “Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidaran de nuestros estragos…” Para finalizar invitamos a nuestros radioyentes residentes en Pasto a participar del homenaje a los héroes de la resistencia pastusa que fueron vilmente sacrificados por las tropas de Sucre en aquel 24 de diciembre de 1822 por órdenes expresas de Simón Bolívar, evento que anualmente organiza un grupo de estudiantes hoy ya profesionales, poniendo velas a lo largo de la calle del Colorado el día 27 de diciembre a partir de las seis de la tarde.