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Miguel Córdoba y los Premios Sombrero de Sandoná

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Desde Nod
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com

Voy a contar una infidencia:

En una de las periódicas visitas a mis padres a Sandoná, a mis familiares y amigos, a sus calles, a su sol, a su luna, a su niebla densa que sube desde el Guáitara, y a ese viento que tanta falta me hacen, y a pocos meses de haber publicado mi segundo poemario, Cartas de Odiseo (Medellín, 1996), algunos amigos de la emisora de entonces (Cañaveral Stereo, propiedad del municipio), me invitaron para una entrevista para hablar de esa mi segunda aventura pública literaria en solitario. La primera había sido por mi libro Transparencias (Medellín, 1.991). Como integrantes del panel se encontraban el profe Sofo Rodríguez, el profe Libardo Suárez, Miguel y otros amigos que hoy no recuerdo y, en los controles de la emisora, Nelson Rivera (a cuya “Academia de la Lengua” -que debate sus eruditos cónclaves en su sastrería del parque principal- le debo una columna porque la disfruto y la extraño), se sentaron frente a mí y me dieron un micrófono en la desnuda mesa de esa salita. Pregunta va respuesta viene, repreguntas, y así pasamos un agradable momento, tal como si estuviéramos sentados conversando en alguna de las inolvidables bancas de nuestro parque, a la sombra de alguno de sus árboles, que en estos últimos tiempos que he ido los he visto bastante más escasos, aunque ceo que es un problema remediable: sembrar más, con todas las reglas agroforestales del caso, por supuesto.

Con Miguel (a quien conocía un poco menos porque en edad le llevo ventaja y, claro, no habíamos sido contemporáneos de escuela ni de colegio) volvimos a “reconocernos” allí. Fuera de micrófono, me había recordado que la casa de sus padres en el Alto de El Ingenio (hoy Alto Ingenio), donde él nació y creció, quedaba muy cerca de lo que fue la casa de mis abuelos paternos (don Julio García y doña Concepción Enríquez), quizá la última en ese camino que, ascendiendo por ese alto, sube hacia la cima del Galeras y se encuentra con el antiguo camino de herradura Sandoná-Pasto, que era de jornada de un día más o menos, a buen paso. Hoy esa casa y su solar se encuentran convertidos en un pastizal. Pero esto y el resto de esa plática, aunque para el conocimiento de mis orígenes –de los que me siento agradecido y orgulloso- era muy importante, no sería lo más trascendente de esta infidencia.

Lo que más recuerdo de la entrevista sobre mi nuevo libro, era lo puntilloso y agudo de sus preguntas. Eran interrogantes de periodista certero, tanto que cada una daba lugar a reflexiones mías, porque, sorprendentemente, me las había hecho yo también –quizá de diferentes maneras- al ir escribiendo cada palabra del entramado de metáforas de mis poemas. Tan agradablemente me impresionaron que así se lo comenté en charla posterior extra micrófono, porque percibí su amor y talento por esa profesión: el periodismo. Él ya se había recibido como ingeniero civil. En otra plática muy posterior, me recordó -hace años- las palabras exactas que entonces le dije sobre su talento y amor por el periodismo, que yo había intuido ahí. A muchas personas, uno de los trabajos da el sustento y otro la vida. Él escogió el periodismo para lo segundo y quizá yo sea un poco (sólo un poco) culpable de eso, porque el resto lo hace el deseo (en el sentido freudiano) que uno lleva adentro, deseo cuya búsqueda y objetivo es la propia felicidad, a la que todos tenemos no sólo el derecho sino el deber de buscar.

El periodismo es una profesión de tercos, dicen muchos, si es llevado con honestidad, transparencia y anhelo de servicio a las comunidades, que se constituyen en “nuestra humanidad”, porque cada uno tenemos una propia humanidad alrededor nuestro pienso yo, y esta –la de nuestro pueblo- es la nuestra. Es bien conocido lo que pensaba el premio nobel de literatura Albert Camus sobre el periodismo: “la mejor profesión del mundo”. Por mi parte pienso que el periodista y el poeta están llamados a desmitificar esa máscara tan oscura como nimbada con que los poderosos intentan cubrirse. El poeta (es decir el artista) y el periodista están llamados a descubrir (desmitificar) los pies de barro en los que se sustenta el poderoso, tal como hizo Abundio con su padre, el inhumano y cínico Pedro Páramo, del genial Juan Rulfo. Desmitificó su poder y ya sabemos lo que pasó con la colosal imagen de Páramo, al final de la novela.

Hay quienes reconocen en el periodista esa voz que no alcanzan a tener por diferentes causas, “ese grito que no son capaces de pegar”. Pero también hay quienes desean que el periodista –hijo, esposo y padre de familia con deberes- tome su propia cabeza, la monte en una pica y la exhiba como carne de cañón ante el poderoso. Y en nuestro Sandoná, coronado también de montañas azules y verdes de sueños y de envidias, seguramente así podrían exigirlo –y quizá ya lo hayan hecho-, no sólo a él sino a todo aquel que pretenda pegar ese grito solidario (y en solitario). Pero no, no debe ser así, porque el primer derecho que toda persona está obligada a defender es la vida e integridad. El segundo es la felicidad… y a la felicidad sólo se llega si uno está vivo, completo y libre.

Esta infidencia que cuento rememora los primeros veinticinco años periodísticos de este ingeniero civil-periodista o, mejor, de este periodista de corazón con estudios académicos de ingeniería (a cuyos conocimientos recurro ante mis dudas). De un largo proceso de ese periodista de corazón y acción, nacieron en 2013 nuestros Premios Sombrero, que todo sandoneño anhela ganar cada año y, que al ser galardonado, se siente honrado, orgulloso y agradecido al recibirlo. Los Premios Sombrero son los encuentros sensibles –casi místicos- a esa búsqueda de un pueblo que ya tiene satisfechas, más o menos, sus necesidades materiales y que posteriormente busca saciar las espirituales, intelectuales y artísticas; satisfacciones que son el obligado siguiente paso en el verdadero desarrollo de cualquier comunidad y sociedad humana en esta fase de su desarrollo. El resto de la historia, ustedes la conocen mejor que yo, que –por cuestiones de trabajo- vivo alejado de las calles de ese Sandoná donde nací, crecí, me enamoré, y me graduaron de bachiller y de amigo (y que tanta falta me hacen, como dije antes).

Y es que los Premios Sombrero, de Sandoná, pueden contarse entre los más democráticamente dignos y, me atrevo a señalarlos, entre los más paradigmáticos. Para su proceso, entiendo que hay una convocatoria a toda la ciudadanía para que, cada año, sea ella quien postule a los candidatos en sus diferentes modalidades, de la población o de sus corregimientos y veredas. Estas modalidades (educación, medio ambiente, deportes, etc.) se han ido incrementando según las necesidades que la ciudadanía ha ido identificando. Una vez termina la convocatoria, un jurado de muy confiables competencia, honorabilidad y transparencia, -de nuestro mismo pueblo- la analiza, la estudia y posteriormente se reúne para el respetuoso pero libre debate decisorio. Entiendo que cada jurado también puede proponer sus postulantes y van a gozar del mismo democrático derecho que los del resto.

Posteriormente se divulgan los ganadores y luego la población se viste de una fiesta sencilla y sobria en la que se entregan los premios a los ganadores (este año de 2021, la ceremonia de esta novena cita se realizará el 15 de diciembre). En días posteriores se hace una evaluación del proceso. Desde mi territorio libre de Nod, felicito a los nuevos ganadores de este año, con el deseo de que este reconocimiento se convierta en un impulso que los lleve más lejos, y en el de muchos otros más, buscando siempre la mejoría de nuestro amado pueblo.

Como propuesta, respetuosamente pongo sobre el tapete de la mesa de debate la siguiente: que esta premiación se la institucionalice en la fecha onomástica de Sandoná, es decir sugiero un cambio, que los Premios Sombrero hagan parte de las celebraciones de cada año de la fundación o reconocimiento de nuestro municipio por la ley. Y lo propongo así porque Sandoná no sólo son sus calles, su agradable clima, la pétrea belleza de nuestro templo, etc., sino todos nosotros, los sandoneños, los que lo cultivamos y lo cuidamos para nuestro bien y el del resto, para los de hoy y para los que vienen, es decir, para beneficio de todos. Los sandonenos somos los que hemos hecho a Sandoná, es decir somos responsables de su futuro y la fiesta de entrega de los Premios Sombrero es un símbolo de esa responsabilidad nuestra.

Otra propuesta: soy de la opinión de que las fuerzas vivas y en general el pueblo de nuestro Sandoná deberían reconocer y agradecer la labor cívica de este periodista-ingeniero, Miguel Córdoba, y eso espero. Yo por mi parte –desde mi territorio libre de NOD- le doy mi abrazo de reconocimiento y agradecimiento. 10.XII.21

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