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“Palabras al viento”

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Desde Nod
Por Alejandro
García Gómez.
pakahuay@gmail.com
Conocí a Ángel
Galeano en los andurriales del magisterio. Ambos éramos profes del INEM de
Medellín. Además de la docencia en el dpto. de Industrial, él hacía parte de la
directiva de la Asociación Sindical de Profesores (Acpes) de la institución, a
la que yo también estaba afiliado. Cuando llegué (1979) él ya llevaba laborando
un tiempo allí
. Éramos alrededor de 250 docentes y proveníamos de los cuatro
puntos cardinales del país y hasta uno que otro extranjero. La mayoría eran
nativos. Ni él ni yo éramos escritores aún. Pasado un tiempo no lo volví a ver.
Supe que había renunciado a su plaza docente.

Luego contaron
que se “había largado” a trabajar a algún sitio de la costa Caribe. Entonces,
aún no llegaba el baño de sangre que nos salpicó a todos. Un mediodía,
Raimundo, compañero de mi dpto. de Ciencias Naturales, me ofreció la venta de
un impreso de forma tabloide. Es de Ángel, lo publica en Magangué, me dijo.
Desde ahí seguí comprando “El pequeño periódico”, que me llegaba por Rai o por
Amira.
Sería a finales
o después de la década del noventa, cuando yo comenzaba mis escarceos
literarios, cuando un abrazo nos volvió a encontrar. Él había torcido su
destino por la literatura y el periodismo, pero sin dejar la docencia
. Ya no
enseñaba los secretos de la electricidad a unos adolescentes sin ganas de
aprender, sino los del placer de la lectura y la escritura a adolescentes y
adultos. A esos oficios, hoy junta el de editor.
De cuando en
cuando nos damos otro abrazo, otro encuentro. El último fue en septiembre de
2016 en la Fiesta del libro de Medellín. Sacó de su descomunal bolso la segunda
edición de Palabras al viento y yo le ofrecí mi poemario El Paraíso de las
carcajadas ausentes, que algunos amigos habían publicado en Pasto. Abrazo y
larga conversa para contarnos “las que nos habíamos perdido” desde la última
vez.
En general, los
temas de Palabras al viento parten de los hechos simples de la vida y los
transforma; p.ej. un rutinario viaje en el Metro o una clase universitaria,
etc
. Todos despegan de la realidad cotidiana, los impulsa y los deja volar alto
–Chejov-. Al final, el lector se siente transportado en ese revoloteo y, casi
siempre, desde esas alturas, al adentrarse en la “otra realidad” del personaje,
mira su “entorno instrospectivo”. Porque esa es otra de las magias de la buena
literatura: nos transforma en los personajes. Claro está, siempre que nos
aprisione un texto; y eso también depende de cada lector: del desgarre que
lleve por dentro, de si lo que pretende es exhibir o sanar o de algo más.
En “El otro
viaje” retorna el eterno mito, el yo de Eva, el relato de la serpiente y la
mujer, el del deseo por el placer del conocimiento o del conocimiento del
placer y de la muerte que conlleva ese oscuro objeto; todo en simultánea.
Palabras al viento, cuento que da nombre al libro, es el juego que acompaña a
la elaboración mental del misterio que el narrador propone al lector para que
lo solucione. Que cada cual aporte los datos que faltan para conocer el porqué
de la actuación de esa fina, elegante y bella mujer que, en un momento,
destruye su universo; ¿o son sólo las ilusiones de su universo?
No podía faltar
la situación de violencia del país
. En Morir más, no se sabe –ni importa- si
los asesinos son guerrilleros o paras o bacrim o Fuerzas Armadas del Estado.
Son los sitiadores; son los  causantes de
la angustia y de la muerte. Ellos, quienes sean, matan no sólo la ilusión y la
inocencia (de un niño) sino las ganas de vivir de sus padres y llenan de
incertidumbre al resto. Por espacio se me vuelve imposible hablar de cada uno
de los cuentos que conforman a Palabras al viento, que fue ganador del Concurso
Nacional de Cuento de la Cámara del comercio de Medellín en 2003. 14.XII.16

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