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Somos luces y sombras

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Por Martha Ruiz
Tomado de lasillavacia.com

Los periodistas que hemos trabajado en los grandes medios no somos santos, hemos cometido errores graves -estigmatización y banalización, por ejemplo-, y estamos en deuda con una necesaria autocrítica. Pero es un gran despropósito que el presidente Petro señale en genérico a algunos sectores del periodismo como corresponsables del genocidio ocurrido en Colombia. Por cierto, esta palabra –genocidio- merece ser usada con mucho rigor y no manoseada políticamente. 

Una cosa es que a Petro le incomode, con algo de razón, la poca objetividad y rigor que han demostrado grandes medios para informar sobre sus políticas y que exhiban una tirria evidente hacia él. Y otra que use su reclamo para entrar en el juego peligroso de deslegitimizar al periodismo, un oficio esencial en estos tiempos de redes, influenciadores y robots.

Una primera dificultad para abordar este debate es que no me queda claro si Petro habla de los medios como empresas que producen dinero; de los periodistas que trabajan en estos medios y que tiene también su propia voz, ideología o convicciones; o de una actividad que ejercen personas, incluso políticos, que fungen como opinadores y columnistas.

Es cierto que hubo directivos de medios de comunicación y también periodistas que simpatizaron con los paramilitares, se hicieron sus amigos, aceptaron que entraran en sus salas de redacción, se convirtieran en censores, y que, por afinidad o miedo, crearon una matriz justificativa de la violencia paramilitar. También que fueron guerreristas e hicieron de altavoz de las políticas de gobiernos militaristas; que se creyeron soldados guardianes de la seguridad nacional; y que contribuyeron a instalar narrativas que banalizaron el horror. Algunos periodistas también se sintieron identificados con las guerrillas en distintos momentos. Esto es parte, en suma, de ese complejo entramado del conflicto armado en Colombia y de la dificultad enorme que significa cubrir una guerra.

Pero también es cierto que en las “entrañas” de ese mismo monstruo mediático siempre ha habido periodistas y directores que han hecho un trabajo extraordinario no solo de denuncia sobre los horrores cometidos, sino esfuerzos para que el país no caiga en el olvido de las víctimas.  Gran parte del trabajo inicial del fotógrafo más reconocido del país, Jesús Abad Colorado, se hizo desde las páginas de El Colombiano, que no era precisamente de izquierda. De un medio tan cuestionado como El Meridiano de Córdoba salió una de las periodistas más respetadas del mundo, justamente por su trabajo por la memoria de las víctimas. El periódico El Espectador ha mantenido una visión liberal, plural y seria de la información a lo largo de un siglo. Me consta que durante muchos años la revista Semana hizo un gran trabajo para desnudar las mafias en el país y por apoyar el periodismo de las regiones, y fue la casa donde nació por ejemplo Verdad Abierta. Cambio se destacó por un periodismo independiente que por fortuna ha regresado. Periódicos como El Tiempo estuvieron bajo el influjo de grandes investigadores y se creó una unidad de paz que hizo un trabajo muy serio.

En radio y televisión han cabido voces muy diversas en cada década. Desde las más prosaicas hasta voces sofisticadas, serenas y analíticas. No quiero dar nombres, pero la lista de buenos periodistas en Colombia es larga, muy larga. No pocos de ellos señalados por el entonces presidente Uribe, de ser terroristas, idiotas útiles de “la far” y aliados internacionales del fantasmagórico Castro-chavismo. Por cierto, el Petro joven que nos deslumbró en el Congreso sustanció muchos de sus debates con reportajes y notas de la prensa que hoy considera cómplice del genocidio.

Comparto con mi vecino de columna, Carlos Cortés, que probablemente ese viejo periodismo clasista, que todo lo vuelve escándalo, que banaliza lo que toca y que se regodea en el racismo, está en decadencia. Porque el mundo cambió, el país está en transición mental y las ciudadanías globalizadas no se rinden a sus pies. Ahora, más que nunca, las narrativas mediáticas son campos de disputa donde nadie reina totalmente.

Es necesario y urgente discutir sobre la responsabilidad que le cabe al periodismo por lo ocurrido en una guerra de medio siglo que aún no termina. Sobre sus sesgos y sus silencios. Sobre sus luces y sombras. Sobre una experiencia dura, en la que enfrentamos dilemas éticos, presiones, sufrimos miedos, fuimos perfectamente humanos, falibles, a veces sin herramientas para entender todo el contexto. Buscamos ser objetivos en medio de nuestras engañosas subjetividades y tomamos decisiones que tuvieron consecuencias. Y por supuesto: estábamos inscritos en un juego de poder.

Este debate sobre la responsabilidad de los medios en el conflicto ya está en curso. Desde finales de los años noventa existe un abanico de organizaciones que se han dedicado a apoyar a los periodistas, pero también a velar por el derecho de los ciudadanos a estar bien informados en medio de la mentira y la manipulación. Ojalá ese debate salga de la academia y llegue a los medios mismos. El periodismo juega y jugará un papel fundamental en la comprensión del pasado, en la rendición de cuentas sobre lo que hicimos e hicieron otros, y en la reconciliación. Como a muchos sectores de esta sociedad, le llegó la hora de la verdad.

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