Columna: DESDE NOD
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com
Ya es sábado. Saldrás a caminar por el pueblo.
La noche anterior estuviste en su parque también. Allí, el estruendoso “picó” a
batería de una bicitaxi saludaba a tu mujer: “Oye bonita cuando me estás
mirando, yo siento…”; mientras, otra te acariciaba con fragorosas puñaladas de
“hard rock” (intraducible); aunque en ese mismo segundo, detrás de ti: “Ooojalá
que llueva café…, que caiga un aguacero de yuca y de…”; cuando casi te
atropella “En los años mil seiscieeentos, cuando el tirano mandóóó, la calle de
Cartagena aquella historia vivió…”; “Caaali paaachanguero,…”; otra
intraducible, otra, (otrasss); “… No, no queda otro camino que adoraaarlas”…, y
cada una te invitó a pasear, patrón; a la orden, patrón; suba, patrón, con la
seño, patrón; y sintiéndote dentro del negro profundo del Caribe, te soñabas
dentro de tu sueño.
La noche anterior estuviste en su parque también. Allí, el estruendoso “picó” a
batería de una bicitaxi saludaba a tu mujer: “Oye bonita cuando me estás
mirando, yo siento…”; mientras, otra te acariciaba con fragorosas puñaladas de
“hard rock” (intraducible); aunque en ese mismo segundo, detrás de ti: “Ooojalá
que llueva café…, que caiga un aguacero de yuca y de…”; cuando casi te
atropella “En los años mil seiscieeentos, cuando el tirano mandóóó, la calle de
Cartagena aquella historia vivió…”; “Caaali paaachanguero,…”; otra
intraducible, otra, (otrasss); “… No, no queda otro camino que adoraaarlas”…, y
cada una te invitó a pasear, patrón; a la orden, patrón; suba, patrón, con la
seño, patrón; y sintiéndote dentro del negro profundo del Caribe, te soñabas
dentro de tu sueño.
Vamos al mar, dijiste a tu mujer. Pero en ese malecón
nocturno te persiguieron los mismos, como lenguas o como brazos de demonios
disfrazados de picó. Allí, frente a la brisa caribe, te disputaron con cabezas
de dragón con lenguas, con brazos, fuego y fragor camuflados, las discotecas de
forasteros y raizales… La invitación a entrar… Las luces sicodélicas… Y de
nuevo entraste en la negrura estremecedora del mar… El maaar…
Disfrutando del Caribe en la mañana,
escucharás que hay unas playas “divinas”, según el riquísimo vocabulario de las
presentadoras de farándula televisiva. “Playas del francés”, las llaman.
Armarás viaje. Después de una carretera polvorienta y de un puente que trató de
serlo pero que no lo logró en ninguna administración, dando un rodeo por los
laditos de su oxidada y desconchada estructura, te encontrarás a boca de jarro
con el paraíso. Cualquier calificativo será corto. Son las mejores playas, no
sólo de Tolú, sino de muchos kilómetros a la redonda. Pero tienen su pero: son
privadas. ¿¡Playas privadas!? ¡Nooo! ¡En Colombia nuestra Constitución no
permite la propiedad privada de las playas ni de las aguas!… ¡Jua!… Las
Playas del francés en el Golfo de Morrosquillo no son privadas, no, señor…
¡Juaaa!… ¿Este Golfo no fue propiedad paramilitar? ¡Eso ya pasó…! ¿Ya pasó?
¡Ah, qué descanso…! ¿Ya no hay paras? ¡…Señooor, él, perdón, Él los acabó!
¿¡Ah, sí…!? ¡Qué descanso! Y entonces encontrarás que hay kilómetros y
kilómetros de exótico Caribe, de paisaje indescriptible, y frente a él, pegadas
a sus playas, kilómetros y kilómetros de fincas privadas o cabañas o lo que se
llamen, sí, pegadas, -sí, señor- una junto a otra de tal manera que jamás te
permitirán entrar a saborearlo con tus pies, con tus manos, con tu cuerpo. No
podrá porque no hay por dónde. ¡Pero no son playas privadas…! ¡…Juaaa!
Después de recorrer varios kilómetros paralelos a esa belleza de mar –que sólo
de vez en cuando podrá mirarte- llegarás a un “centro vacacional” u hotel o lo
que se llame, donde te cobrarán una significativa suma por entrar a su mar,
guardar tu carro en algo semejante a un cobertizo y “con derecho a almuerzo,
señor”. Pero es que en Colombia no hay playas privadas, les repetirás
convencido. Usted tiene la razón, señor. Usted puede entrar a las instalaciones
y al mar, señor, y su costo, es menor, señor (en una insignificancia); “pero
sin derecho a almuerzo, señor”. “¿Pagar o no pagar? He ahí el dilema”. Pensarás
entonces en escribir esta crónica a pesar de que una voz interior te repetirá:
¡Será inútil, Alejandro! ¿Es que aún no te has dado cuenta por los
telenoticieros de cada noche, de que aquí en Colombia hasta altos magistrados
de la justicia son dueños de playas privadas, con tierras robadas al Estado?
¡Será inútil, Alejandro, no jodás! ¡No te desgastés! Aprovechá el Caribe.
¡Alejandro!, ¡Alejandro, si aquí lo que se necesita es ser corrupto o ser
malandro o ser rico o todas las anteriores –que es lo que común- para ser dueño
de playa privada o para lo que sea! Aquí los honorables nos manejan con la
ética Space, Alejandro, no jodás más…¡Jua! 10.VIII.14
escucharás que hay unas playas “divinas”, según el riquísimo vocabulario de las
presentadoras de farándula televisiva. “Playas del francés”, las llaman.
Armarás viaje. Después de una carretera polvorienta y de un puente que trató de
serlo pero que no lo logró en ninguna administración, dando un rodeo por los
laditos de su oxidada y desconchada estructura, te encontrarás a boca de jarro
con el paraíso. Cualquier calificativo será corto. Son las mejores playas, no
sólo de Tolú, sino de muchos kilómetros a la redonda. Pero tienen su pero: son
privadas. ¿¡Playas privadas!? ¡Nooo! ¡En Colombia nuestra Constitución no
permite la propiedad privada de las playas ni de las aguas!… ¡Jua!… Las
Playas del francés en el Golfo de Morrosquillo no son privadas, no, señor…
¡Juaaa!… ¿Este Golfo no fue propiedad paramilitar? ¡Eso ya pasó…! ¿Ya pasó?
¡Ah, qué descanso…! ¿Ya no hay paras? ¡…Señooor, él, perdón, Él los acabó!
¿¡Ah, sí…!? ¡Qué descanso! Y entonces encontrarás que hay kilómetros y
kilómetros de exótico Caribe, de paisaje indescriptible, y frente a él, pegadas
a sus playas, kilómetros y kilómetros de fincas privadas o cabañas o lo que se
llamen, sí, pegadas, -sí, señor- una junto a otra de tal manera que jamás te
permitirán entrar a saborearlo con tus pies, con tus manos, con tu cuerpo. No
podrá porque no hay por dónde. ¡Pero no son playas privadas…! ¡…Juaaa!
Después de recorrer varios kilómetros paralelos a esa belleza de mar –que sólo
de vez en cuando podrá mirarte- llegarás a un “centro vacacional” u hotel o lo
que se llame, donde te cobrarán una significativa suma por entrar a su mar,
guardar tu carro en algo semejante a un cobertizo y “con derecho a almuerzo,
señor”. Pero es que en Colombia no hay playas privadas, les repetirás
convencido. Usted tiene la razón, señor. Usted puede entrar a las instalaciones
y al mar, señor, y su costo, es menor, señor (en una insignificancia); “pero
sin derecho a almuerzo, señor”. “¿Pagar o no pagar? He ahí el dilema”. Pensarás
entonces en escribir esta crónica a pesar de que una voz interior te repetirá:
¡Será inútil, Alejandro! ¿Es que aún no te has dado cuenta por los
telenoticieros de cada noche, de que aquí en Colombia hasta altos magistrados
de la justicia son dueños de playas privadas, con tierras robadas al Estado?
¡Será inútil, Alejandro, no jodás! ¡No te desgastés! Aprovechá el Caribe.
¡Alejandro!, ¡Alejandro, si aquí lo que se necesita es ser corrupto o ser
malandro o ser rico o todas las anteriores –que es lo que común- para ser dueño
de playa privada o para lo que sea! Aquí los honorables nos manejan con la
ética Space, Alejandro, no jodás más…¡Jua! 10.VIII.14
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