¿Duque sabrá como tratar a “los indígenas”?

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Foto: El País

Por María Teresa Herrán

Para el BID, el Banco Mundial y el mundo de la diplomacia colombiana, los indígenas son una estadística; para no pocas ONG, son una caridad que les permite conseguir trabajo y sentirse con buena conciencia; para los medios y cierto periodismo, son un folclore o un grupo de perturbadores; para los colombianos urbanos, son una novedad que contrasta con los trancones; para ciertos blancos del Cauca, herederos de aquellos que ejercían el “derecho de pernada”, son una parte del paisaje servil; para los del altiplano cundi -boyacense, donde la mezcla es parte de la idiosincrasia, llamar a alguien “indio” es, o bien un insulto , o bien una manera no violenta de tratarse entre si; para los paisas uribistas que se sitúan en un plano superior a la humanidad, son algo sobre lo cual no vale la pena detenerse y , en general, perturbadores e incivilizados ; para algunos Presidentes, que van a la Sierra Nevada para que les coloquen unas manillas, son una manera de mostrarse pluriétnicos y pluriculturales; y así sucesivamente se construye un curioso imaginario en Colombia sobre las etnias.

Ni hablar (porque no quiero herir susceptibilidades religiosas) de lo que los indígenas fueron para la Santa Madre Laura: unas bestias salvajes que había que “civilizar” es decir, bautizarlos con la fuerza de la determinación y del desconocimiento de lo que podían aportar, para que al fin, ascendieran a la categoría de seres humanos.

En todo caso, para la mayoría de los los colombianos y a diferencia de los ciudadanos de otros países latinoamericanos -Méjico, Perú, Ecuador- y como sucede con los Mapuches en el Cono Sur, las etnias en Colombia solo han tenido algún relieve o utilidad cuando se descubrió que tenían algo que enseñar, diferente de lo que los ha subvalorado como ciudadanos de segunda.

Ciertamente en Colombia no tuvieron imperio Inca o Azteca, ni eran astrónomos como los mayas, pero eso no justificará nunca considerarlos más bien como un “paquete” ajeno, que solo cuenta cuando hacen bulla. El periodismo, salvo algunas excepciones (como un corresponsal de El Espectador cuyo nombre se me escapa ahora) no ha sido capaz de describir sus problemas, ni de preguntarles, a los que no rompen la carretera panamericana, en qué se les ha incumplido los acuerdos.

La Corte Constitucional y juristas como Ciro Angarita se interesaron por defender sus derechos a ser culturalmente distintos y a mantener su propio sistema. Tambien los valoran las diseñadoras que han mostrado sus infinitas y pacientes habilidades, mucho antes de que se hablara de la todavía gaseosa Economía Naranja.

 Pero en general, se le ignora, lo que por cierto extraña a ciertos turistas extranjeros que preguntan dónde están los que salen tanto en la publicidad sobre Colombia pero que no aparecen sino para mostrarlos como por los lados de Leticia. Esos mismos extranjeros que dicen que Colombia es un país silenciosamente racista.

Unos tras otros, los sucesivos gobiernos han tratado el tema de las etnias (1.400.000 personas mas o menos) como una “costura” es decir algo que, como la educación, queda en la cola de las prioridades.

Por eso resulta impresionante que lo único que se le ocurra al Presidente Duque es invitar a Palacio a los Gobernadores de los cuatro departamentos, y a ningún gobernador de las etnias involucradas. Por eso a los medios les encanta pasar por alto la relación entre los ingenios azucareros del Valle y la historia de la expulsión de indígenas hacia la cordillera; por eso solo uno que otro investigador estudia las alianzas entre negros e indígenas o entre indígenas y campesinos. Por eso las propias mingas, año tras año, se van contagiando de violencia juvenil y perdiendo su sentido comunitario. Porque allá también, las nuevas generaciones se les están saliendo de las manos y de las costumbres ancestrales.

Lo que no se puede es confundir a los que disparan a los policías en la Panamericana, con las autoridades paeces, a los traficantes de la sierra Nevada con los Arhuacos de solemne dignidad.

Lo que no se puede es confundir a los delincuentes que rompen asfalto con los indígenas que protestan por acuerdos incumplidos, como tampoco se puede confundir a los que tiran piedras en las universidades bogotanas con los estudiantes de las mismas o, lo que es peor, con los que manifiestan pacíficamente, por ejemplo, en favor de la JEP.

En este tema como en tantos otros, el trato indigno (de los funcionarios, de los gobiernos, de los medios) a los indígenas solo obtiene y obtendrá respuestas violentas. En este tema como en tantos otros, se cree que basta con anunciar diálogos para solucionar los problemas, se prometen dineros que suenan bonito pero que no dicen gran cosa, se intenta apagar incendios cuando es demasiado tarde.

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Hasta ahora, una de las pocas entrevistas mediáticas en estas peligrosas circunstancias ha sido hecha a Feliciano Valencia, Senador,de larga trayectoria en la lucha indígena, que nunca termina. ( El Tiempo, marzo 19 pag. 1.2. )

¿Dónde está el periodismo equilibrado?

Hay como un temor del periodismo en acercarse a las fuentes indígenas cuando manifiestan en sus mingas. De allí a estimular esas desconfianzas, que a su vez atizan a los provocadores, solo hay un paso, que dieron estos últimos en días pasados.

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Columna original:

https://mariatherran46.blogspot.com/

Author: Admin

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