nos estremecen; tu muerte, Jaime, logró estremecernos al límite de la sorpresa.
Y en seguida vino a mi mente esa maravillosa manera tuya de saludar a tus
amigos, con ese abrazo tan tuyo que parecía rompernos el alma, un abrazo que te
identificaba y que sentíamos cálido y sincero, brotado de un alma generosa y
buena como la tuya para hacernos olvidar de tristezas, penas y consternaciones
como dirías tú.
mente esa maravillosa cultura que siempre te identificó y que marcó la
diferencia entre la intelectualidad fría y calculadora y esa estupenda forma de
hacer o sentir la cultura como lo hacías tú. No por eso dejaste de recibir las
malquerencias de quienes hicieron de la moral un refugio para débiles,
pusilánimes y cobardes. Cuantas veces tu
voz se levantó para defender al débil y al perseguido, para abrir tus brazos
generosos a quienes la adversidad tocaba en su ser. Y tu voz se dejaba oír siempre en momentos en
que los silencios se imponían en periodistas medrosos y asustados; pero nada parecía estremecerte, nada parecía
perturbarte, pues siempre serena y pausada se deslizaba tu palabra parara
expresar que la bondad de la caridad es muchas veces el resguardo de los cobardes.
amigo o enemigo, pero jamás tibio o entre dos aguas. Quienes te conocimos siempre admiramos esa
inteligencia tuya que te volvía lejano e inalcanzable, con esa memoria prodigiosa
que todos admiramos y que te permitía recitar de memoria versos, estrofas,
fechas, situaciones y personajes. Bravo cuando de defender a Nariño tocaba,
para sentir en esta tierra de promisión la huella de los grandes que labraron
tu espíritu para volverte irreductible y muchas veces incomprensible. Nadie como tú, Jaime, personificó a este
pueblo incomprendido y valeroso, solitario en medio de su grandeza y fuerte
entre los opresores y oprimidos.
sonrisa fuerte y sonora que inundaba recintos y acompasaba amistades; pero, seguramente, que retumbará en cada uno
de tus amigos, familiares y conocidos esa carcajada que te hacía grande y
bonachón. Periodista acucioso, escritor
exquisito, catedrático afamado, filólogo envidiado, humanista reconocido y,
para mencionar solo unas pocas de tus habilidades existenciales, poeta sensible
y exquisito. Toda esa cultura se encarnó
en ti convirtiéndote en un conversador único e inigualable, una maravilla que
pocas o raras veces se nos brinda en el escenario existencial de nuestras
vidas.
Expresamos nuestra solidaridad a Amanda Enríquez,
tu eterna compañera, a tus hijos y familiares y agradecemos a la vida por
permitirnos conocer a una persona de tus quilates intelectuales, humanos y
profesionales. Y si la muerte viene como
expresión de nuestros días, tu encuentro con ella fue placido y tranquilo, como
un suspiro hecho de caricias, de sueños o de ilusiones. Tal vez esa muerte es un regalo de los dioses
a los hombres que quieren, admiran y envidian… Descansa en Paz Jaime, que tu
legado empieza a vivir, a tomar forma entre los hombres, a ser comprendido
entre quienes a pesar de la admiración te sabíamos distante y solitario. Ve tranquilo a esa Tierra de Promisión donde
nuevos cayados esperan tu mano prodigiosa para conducir entre gritos y
silencios a los hombres al cielo de su redención….
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