La angustia de tener

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Por Pablo
Emilio Obando A.
peobando@gmail.com
El sirviente
recogió la pala y cavó una tumba en la que Pajóm cupiera y allí lo enterró. Dos
metros de tierra, de la cabeza a los pies, era todo lo que necesitaba
”. Tolstoi
Tolstoi retrata
a la humanidad en su memorable cuento “¿Cuánta tierra necesita un hombre?”. El
campesino Pajóm es cada uno de nosotros en su angustia de poseer cada día más
. Y
si bien ayer el valor supremo era la tierra, hoy esa ansiedad se refleja en los
infinitos bienes con los que el capitalismo nos acecha. Y la renta, la palabra
que aflora en los labios de los hombres cada vez que desean dar por sentado su
felicidad y prosperidad.

Nos atormenta la
angustia de tener, de poseer, de ser dueños de todo cuanto admita un título de
propiedad
. Somos el reflejo del ambiciosos Pajóm que trocó su reino de paz y
tranquilidad por la insana posesión de cientos y de miles de fanegadas de
tierra. Nos habita un Pajóm en cada deseo de riqueza pues, inexorablemente,
descubriremos que se puede poseer más, que se puede acumular mayores ganancias
así se pierda la sonrisa de una familia o la tranquilidad de unas tortillas con
un vaso de sidra.
Leer a Tolstoi
en este cuento visionario y existencialista es encontrarse cara a cara con la
miseria humana, con sus ansias de éxito desbordado y descontrolado, con su
ambición de poseer mucho más de lo que realmente se necesita y requiere para
vivir y existir. Todo lo sacrificamos por las posesiones materiales que, en
realidad, jamás son nuestras en su totalidad
. Y eso lo vemos cotidianamente, en
el rostro de esa sencilla y humilde maestra que en su ánimo de poseer riquezas
y reconocimiento a su perseverancia adquiere con gran esfuerzo una casa o un
apartamento que le permita disfrutar de una renta en sus años de vejez. 
Y la
vemos desencajada y demacrada cuando una vez alcanzado su sueño, también lo
pierde por la sencilla razón que ahora debe preocuparse por cobrar la mensualidad
o estipendio, por mantener al día los impuestos, por llegar a la fecha exacta
de cobro y no sentir en su rostro ni en su corazón la amargura de un
aplazamiento en su paga. Sus pequeñas preocupaciones ahora son grandes, pues ya
no come, ya no duerme, ya no puede sentarse a ver la salida del sol y mucho
menos gozar de un té o un café con los suyos. Ahora en su pecho alberga la
sensación de vacío, de tristeza, de soledad, de frustración y amargura
. Es ella
el renacer de Pajóm en su expresión de dolor.
Lo mismo ocurre
con ese empresario que inicia su caminar apenas sale el sol. Mira el horizonte,
otea las distancias y siente que puede más, que otro esfuerzo le permitirá
abarcar la usura que lo hará feliz y poderoso. Pero, como el personaje de
Tolstoi, siempre querrá más, deseará que el día se extienda para aumentar sus
ingresos y acariciar suavemente la ganancia del día. En su rostro se dibuja la
desgracia de la ambición, de esa insana sospecha de que alguien lo engaña o lo
roba
, de que más allá de sus sentidos requiere de ojos extraños para controlar
el tintinear de sus monedas en la distancia. Tampoco duerme y como Pajóm siente
que su pecho arde ante la sola sospecha de que sus empleados holgazanean en
charlas y sonrisas. Nada colma sus deseos, quiere siempre aprisionar el
horizonte económico hasta que, vencido y humillado, termina exhausto y con la
rara sensación de que su vida fue una equivocación y un extravió. A su
alrededor ríe el diablo mientras su carne descompuesta yace en los dos metros
de tierra que su suerte abonó.
Pajóm está en
nosotros en cada ambición. No ha muerto del todo para los hombres pues nos
habita constantemente en el deseo de riqueza y progreso. Lo queremos todo a
costa de nuestra propia vida y felicidad; ese carro que miramos extasiados en
la vitrina y que nos quita el sueño y que no nos dejará dormir tranquilamente
hasta que lo tengamos en nuestro garaje
. Inútil ostentación que nos abre el
abismo del sistema financiero, que pagaremos con la misma sangre del campesino
de Tolstoi y que culminará con la sorna del diablo que nos acaricia en su
deseo.
Somos Pajóm, el
diablo y la tierra. El mismo sueño que se dibuja en el horizonte con distintas
visiones y lisonjas. La riqueza que se escurre en nuestras manos creyendo ser
sus dueños. Bastante castigo tienen los comerciantes que pasan su vida tras un
mostrador a cambio de monedas y tintineos. Hasta que llegue el gran día y nos
encontremos como Pajóm, desnudos y fríos, tendidos en la simple tierra que
nunca pudimos abarcar
, abrazados por dos metros de tierra y la sonrisa
socarrona del diablo mientras nos señala con su dedo y nos hace entender
tardíamente que Dos metros de tierra, de la cabeza a los pies, era todo lo que
necesitábamos….”
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