Remembranzas consaqueñas
Sobre el cementerio de Consacá
Por José Rodrigo Rosero Tobar
roserotobarjoserodrigo@gmail.com
El cementerio central de la localidad de Consacá, estuvo ubicado en donde hoy están las instalaciones del colegio los Libertadores. Los terrenos fueron cedidos el 18 de noviembre de 1913 a favor de la parroquia, por el entonces cabildo de indígenas de la parcialidad de Consacá, pero, posteriormente, cuando entre los años 1936 a 1939 se produjeron gran cantidad de muertes ocasionadas por la epidemia de la bartomellosis y el cementerio resultó insuficiente para sepultar tantas víctimas mortales, el cabildo nuevamente donó un lote ubicado a la entrada de la cabecera municipal por el sector sur oriental, lugar en el que funciona hasta la actualidad; con la anotación que resulta insuficiente, pues se encuentra colmado en su totalidad.
La bartomellosis, es conocida también como enfermedad de Carrión en memoria de Daniel Alcides Carrión, quien el 27 de agosto de 1887, cuando se aprestaba a cursar quinto año de medicina en la Universidad de San Marcos (Lima), se inoculó sangre procedente de un enfermo en su propio organismo con fines de estudio y experimentación. Veinte días duro la incubación al cabo de los cuales se inicia el proceso clínico, muriendo el día 5 de octubre, después de haber tomado importantes notas para poderla controlar.
Entre los años 1936 y 1939, la enfermedad hizo presencia en municipios ubicados entre las hoyas hidrográficas de los ríos Guáitara, Juanambú y Mayo, entre ellos Ancuya, Consacá y Sandoná. Las víctimas fueron numerosas. El Dr. Manuel Antonio Chamorro, fue designado para atender como médico auxiliar en los hospitales de emergencia instalados en Samaniego, La Unión, San Pablo y Sandoná, identificándola al encontrar el agente causal en un enfermo que atendió en la población de Sandoná.
En Consacá, en el año de 1936 se presentaron los primeros casos, los que se incrementaron rápidamente derivando en un gran índice de mortalidad con elevados registros de defunciones, sin contar que algunas muertes no se alcanzaban a consignar. La mortalidad causada por la enfermedad fue alarmante, pues en 1936 se produjeron 146 defunciones, 162 en 1937, 428 en 1938 y 346 en 1939.
Para atender la emergencia se improvisó un hospital, que funcionó en instalaciones de la entonces escuela de niñas, precisamente en donde hoy se encuentra ubicada la estación de la policía nacional.
El mundo ha sufrido a lo largo del tiempo epidemias y pandemias, diferenciadas porque se cataloga como epidemia cuando una enfermedad se propaga activamente debido a que el brote se descontrola y se mantiene en el tiempo y aumenta el número de casos en un área geográfica concreta; mientras para que se declare el estado de pandemia el brote epidémico debe afectar a más de un continente y los casos de cada país no sean importados sino provocados por trasmisión comunitaria.
Hoy afrontamos una pandemia, lo cual no deja de llevarnos a reflexionar sobre lo sobreviniente de la muerte, que se define como un efecto terminal e irreversible que resulta de la extinción del proceso de equilibrio entre todos los sistemas del cuerpo que necesita un ser vivo para sobrevivir y funcionar correctamente y, por ende, se produce cuando llega este proceso a su final.
Pero que hay más allá de la vida y como el tránsito hacia ese final? Jamás ha vuelto nadie para poderlo contar. Quizá, la descripción más perfecta la encontramos en la obra el general en su laberinto del eximio escritor García Márquez, cuando refiere: “Examinó el aposento con la clarividencia de sus vísperas, y por primera vez vio la verdad: la última cama prestada, el tocador de lástima cuyo turbio espejo de paciencia no lo volvería a repetir, el aguamanil de porcelana descarchada con el agua y la toalla y el jabón para otras manos,… Entonces cruzó los brazos contra el pecho y empezó a oír las voces radiantes de los esclavos cantando la salve de las seis en los trapiches, y vio por la ventana el diamante de Venus en el cielo que se iba para siempre, las nieves eternas, la enredadera nueva cuyas campánulas amarillas no vería florecer el sábado siguiente en la casa cerrada por el duelo, los últimos fulgores de la vida que nunca más, por los siglos de los siglos, volvería a repetirse”. Acaso estas frases no llegan a impactar?
Consacá, 5 de noviembre de 2021
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