Remembranzas consaqueñas
Bolívar
Por José Rodrigo Rosero Tobar
roserotobarjoserodrigo@gmail.com
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco o Simón Bolívar o Bolívar, nació en Caracas el 24 de julio de 1783. Cuando cumplía 39 años de edad, cruzaba agrestes caminos para llegar hasta predios de Cariaco y Bomboná en Consacá, sitio donde se sucedió una de las más cruentas batallas en la era emancipadora de los pueblos americanos.
Durante su vida y después de ella, constituye una de las personalidades más polémicas de la historia latinoamericana, encontrando por doquier defensores y detractores de las acciones y decisiones que tuvo que adoptar durante las gestas de independencia y, posterior a estas, cuando la nación iniciaba su vida republicana. Paulatinamente, lo convirtieron en un mito cuya figura representa un anclaje desde el cual se puede construir la historia del tiempo pasado con la historia del tiempo presente.
La benevolencia y los odios, la aquiescencia y la desaprobación, la lealtad y la traición fueron matices que generó su paso por la vida terrenal, originados por su procedencia social, su formación intelectual y, más que todo, por su vida política y militar.
Quienes desde 1872 promovieron el culto bolivariano y lo dimensionaron en la forma de un prohombre majestuoso, se cuidaron en dejar de lado la versión más polémica de su vida y se dedicaron a tratar de disminuir el efecto negativo que causaron muchas de sus acciones a la vez que condenaban a quienes le hicieron oposición o se enfrentaron a sus decisiones.
Quienes critican sus acciones, le endilgaron pretensiones dictatoriales y contradictorias aseverando que, en nombre de la libertad, defendió una presidencia central que tenía características de vitalicia y hereditaria, sumado a su delirio de despotismo total lo que dio para señalarlo como genio de la guerra, tirano y dictador. Para ellos no fue una figura conciliadora, sino una persona que infundió extremos y acuñó múltiples enemistades.
El sacrificar su fortuna con intenciones libertarias, sufrir con constancia los reveses y conflictos que lo perseguían y saber proyectar deliberadamente un lugar distinguido en la serie de las personalidades, son rasgos que lo deberían colocar indiscutiblemente en la clase de aquellos seres privilegiados que viven indelebles en la memoria de los siglos; pero, al recorrer los sucesos que llevaron a considerarlo como un soldado afortunado, destructor alevoso de las libertades y germen de la discordia, la destrucción y la muerte bastarían para despojarlo de los laureles que se le hubieren otorgado.
Me he dejado llevar por mis precarios pensamientos y tocar un punto de tanta gravedad. Antes de continuar con algo que no terminaría jamás, divaguemos mejor en el tiempo y traigamos al libertador para sentarlo en el banquillo de los acusados e imaginemos un juicio en el que habrá un veredicto final. Digamos entonces:
Hagámosle un juicio de responsabilidad a Bolívar
Sin menospreciarlo ni sobredimensionarlo
Busquemos un juez ecuánime (difícil de encontrar)
Llamemos un fiscal que un triunfo hipotético saboreará
Llamemos al ministerio público que por sus compromisos
A la audiencia no acudirá
Pero enviará un escrito que no se entenderá si pide absolverlo
O sumirlo en la penumbra de su responsabilidad
Busquemos un defensor que prontamente acudirá
Sin saber del tema sino con el deseo de protagonizar
Busquemos en las víctimas principalmente los pastusos
El grado de su insensibilidad
Después de un arduo y quizá infructuoso debate
El juez un fallo emitirá
Un fallo confuso que lo condenará
Irremediablemente a la inmortalidad
Y que dejará la sensación que en los aires diáfanos
De la geografía comarcana
Simplemente con imaginar la palabra Bolívar
Se dibuja la palabra libertad
Consacá, 30 de julio de 2021
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