Gómez.
circulación nacional ha publicado -¿ignorante, cínica, ingenua, neciamente?- un
artículo insultante contra esa tierra nuestra, que jamás sacaremos de nuestro
corazón. Ahora es una dama, llamémosle así porque no se le devolverá infamia
por infamia, insulto por insulto, canallada por canallada; antes bien se
empezará por pedir respeto hacia ella, el mismo que no lo tuvo. Pero, eso sí,
invito a la reflexión.
aquellos -y de sus antecesores- quienes hace doscientos años habitaron esa
feliz y, entonces, apacible comarca y se jugaron la vida por una epopeya de
lealtad a sus principios. Hoy, desde los hechos consumados de la Historia, la
vemos como “equivocada actitud”. En otros artículos y escritos, he sustentado
mi pensamiento para dicha conducta que, por espacio, no puedo hacer aquí.
Bolívar, al no haber sido capaz de doblegarla en la guerra quedó herido en su
orgullo. No pudo vencer en Bomboná a una muchedumbre de milicianos, quienes de
día le guerreaban y de noche dormían en sus casas, después de los deberes
religiosos de la Semana Santa. Sólo se le permitió pasar por la inmensa tierra
llamada Pasto luego de un armisticio. Los milicianos pastusos y su comandante
chapetón sabían ya, antes que Bolívar, el total descalabro realista de
Pichincha (Quito). Luego vinieron los incumplimientos de lado y lado y los
levantamientos. No dudo que su soberbia nos acuñó el mote, aconsejado quizá por
sus lambiscones asesores. Todo arrogante se rodea de ellos, ayer y hoy. El
resto sólo fue “correr la bola”, por orden del dios de entonces.
hasta hace poco, la peor difamación contra una mujer era hablar de su actividad
sexual por fuera del matrimonio –“de su honorabilidad”-; contra un hombre, de
su palabra en los tratos y de su hombría, de su “machía”; contra un pueblo, de
su inteligencia. Como nuestra región, después de su postura anti
independentista –al comienzo vacilante- debió seguir en consecuencial
contracorriente, la infamia se reprodujo y creció como la espuma de las canalladas
hasta convertirse en “verdad histórica” para los ignorantes. Lo ocurrido ahora
con la dama en cuestión es sólo un eslabón más de la cadena de infamias que
hemos soportado en estos doscientos años.
resignarnos ni vociferar. De nada serviría. A corto plazo, plantear con
dignidad nuestra dignidad, sí. Enseñar a los nuestros nuestra historia, sí. Esa
es una de las razones de este artículo. A mediano y largo plazo, reafirmar
nuestra valía en todos los campos, con un trabajo continuo en nuestros centros
educativos. Somos una “nación” grande que ha producido gente valiosa y de ellos
descendemos. Tenemos lealtad, virtud que muy pocos poseen. Debemos dar a
conocer nuestros valores paradigmáticos –lealtad, creatividad, tesón en el
trabajo, respeto y júbilo con nuestras celebraciones- a nuestra niñez y
juventud. Con agrado he percibido en los últimos viajes a mi tierra natal, que
esto se viene cumpliendo por muchos maestros, periodistas, artesanos,
intelectuales y gentes del común, callada pero constantemente. Como puliendo
con una invisible lija. Los frutos se ven en lo cultural, intelectual y
deportivo. Trabajar duro, siempre procurando la excelencia, en lo que cada cual
emprenda, en lo que cada cual sepa hacer, es a lo que estamos obligados. Recordemos,
siempre hasta la excelencia. Así nos hemos ido consolidando poco a poco. La
tarea es continuar. Seguir trabajando calladamente. Absorber lo mejor de otros
pueblos, apropiárnoslo y, con lo nuestro, volverlo nuestro, sin perder la
esencia de lo nuestro.
Formas de esa opinión, como la tratada aquí hoy, va quedando entre
gentes ignorantes que, desafortunadamente, aún las hay incluso entre algunos
conspicuos intelectuales y periodistas, aun de la revista Soho, que podría ser
el caso de esta dama. Un contrasentido, pero es así. Por eso nuestra tarea debe
continuar. 04.II.16
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