“Poemas escogidos” de Everardo Rendón (*)

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Columna DESDE NOD
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com
En la canícula de ruidosos treinta y cinco
grados a la sombra en Tolú, tirado a la bartola en una hamaca, en la terraza
del piso de un hostal desde donde se divisa el Caribe con su brisa, leo unos
poemas muy bellos: “… Dile que llegué a Comala/ Para conocer el principio de mi
sed (…) Dile que esta tierra es amarga pero dulce/ (…) que la muerte sólo es un
pretexto para quedarse”
(Palabras a Don Juan Rulfo).

Poemas escogidos(*) trae una selección hecha
por el poeta Everardo Rendón, de sus tres libros anteriores y de otros
“sueltos”. Sagradamente, sus amigos los hemos bautizado todos. Éste, con olor a
tinta, que saca de su inefable bolso de cuero de mago y lo pone en nuestras
manos, aún no. “Escribir un libro de poemas es tan contradictorio como nuestra
propia naturaleza: la escritura quita mordazas, alivia, libera, pero también
nos siembra de terrores ante la incertidumbre de haber malogrado las palabras
(…) Publicarlo (es) más complicado todavía, puesto que toda creación del hombre
está expuesta al abrazo solidario o al desencuentro impune”
, había escrito como
prólogo de su Memorias de la sangre (1989). El poeta Eduardo Lizalde (México,
1929), con quien en cierta manera coincide Rendón, señala: “Todo poema es su
propio borrador (…) Los poemas de perfectísima factura, los más grandes, son
exclusivamente un manotazo afortunado. Todo poema es infinito. Todo poema es el
génesis. Todo poema nuevo memoriza el futuro. Todo poema está empezando”.
Hoy, con la sabiduría de 25 años más,
manifiesta: “…He aquí el mito del destino narrado día a día por los labios
prosaicos y vulgares de nuestro transcurrir por el mundo (…) El espíritu del
acto nos congrega a cada instante para crear el mito, el gran relato de los
pueblos que oriente la interminable marcha de las incertidumbres, la unidad de
todos los desamparados en una función mágica, transformadora del Universo”
(*).
Así se logra saborear a plenitud: “No cabían en el cuarto los fantasmas/ Brujas
y diablos volaban/ por mis sueños aterrados/ (…) Yo te gritaba entre lo oscuro:
¡no me dejes!/(…) No podían con tu fuerza los espantos./ (…) Limpiando
madrugadas con tu canto/ Encontrabas el día/ La primera fiesta de pájaros./ Tu
voz se oía, tu voz mandaba,/ se regaba libre de temores tu risa./ Ah, mi viejo
amigo:/ Ahora que el tiempo arrugó cometas/ Y no me alcanzan dedos para nombrar
ausencias/ Ya sé de tus gestos amargos (…)”, (El Padre). Los poemas de Everardo
son plenos de profundidad sugerente. Saudades, muchas veces. Alegría
incontenible, otras. En la página 93, hay un poema enigmático, casi esotérico,
que hace recordar a César Vallejo: “A las tres de la tarde vendrá el ángel/ Con
su golpe de cruz sobre mi cuerpo a solas/ Con mi primero de abril/ Vuelto al
revés ya tan lejano (…) A las tres de la tarde será, montaña mía/ La última
gracia de mis ojos (…) A las tres de la tarde/ Vagará mi alma con su ecuación
exacta/ Interrogando el otro lado del infinito/ Cero”.
César, La Mona Luz Helena, René y yo, sus
amigos mascaluna, siempre le pediremos el deleite del que para nosotros ha sido
el más sencillo y humilde, pero inolvidable poema: “Usted tenía las manos de
ternura y tiza/ Señorita Gilma/ Qué lección tan preciosa escondía/ Bajo su
falda pulcra:/ Usted tenía los ojos grandes/ Como los soles que pintaba en el
tablero
.// Qué habrá sido de sus primitivos sustos/ y de esos labios tejiendo/
Los rosados sonidos de mi-ma-má-me-mi-ma (…) Señorita Gilma boca de vocales (…)
Usted embriagó mi sangre/ Con la primera A de asombro/ Y enredó en su pelo mi
primera cometa/ Señorita Gilma boca de vocales.” (La maestra de escuela).
(*) RENDÓN COLORADO, Everardo. “Poemas
escogidos”. Ediciones Fondo Editorial Unaula. Medellín. 2014. 116 pp.
10.VIII.14
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