Darío Lotero, Poemas para leer en el bus, 2014, pero antes comentaré la labor
de los editores. La Universidad Externado de Colombia, de Bogotá, se ha dado a
la labor de publicar la colección de poesía, Un libro por centavos. Se
distribuyen gratuitos a bibliotecas y centros culturales públicos o en medio de
una revista cultural, excelente revista, pero que anda mal $$$. En la librería
de la universidad los libros tienen un precio de mil pesos. Sólo se venden allí.
Para que me entiendan, cuestan menos de 50 centavos de dólar actuales.
Alguien
dirá que se necesita estar locos para semejante negocio. Claro que sí. Pero se
necesita ser poetas también. Ser lo uno es ser lo otro. O irracionales amantes
–pleonasmo, o que se demuestre lo contrario- de la poesía como Juan Carlos
Henao (rector), Miguel Méndez Camacho (decano cultural) y Clara Mercedes Arango
(coordiandora general). Los libros no pasan de las 80 páginas con un formato
que se puede llevar en un bolsillo o una cartera.
el bus, de Rubén Darío Lotero. “En la cañada del suburbio/ los pequeños
levantan chozas/ y los grandes juegan a las cartas/ mientras en improvisado
fogón/ cocinan la gallina hurtada/ de un solar vecino” (Suburbio). Economía
poética de palabras en mínimos versos para describir los extramuros de
cualquier ciudad nuestra. El poeta Lotero lo hizo con la suya, Medellín. Su ojo
aparentemente frío, indiferente, de cámara fotográfica del alma de las cosas y de
los cuerpos es quizá su característica: “Cuando preocupado me he bajado del bus
y camino hacia mi casa,/ el viento que sube por la calle me refresca,/ me alisa
los vellos de los brazos y lo escucho silbar en el hombro.// Entonces me calmo
y observo cada cosa que encuentro en la acera:/ colillas de cigarrillo, papeles
y los yerbajos/ que crecen en las junturas del cemento.// De cada casa sale un
aliento diferente:/ un canario, una flauta y una balada de radio que se
descuelga desde un balcón/ y que continúo cantando calle abajo” (Camino a
casa).
de gramática española y de literatura en la secundaria. “En el sopor del
pueblo/ en tanto el profesor lee en clase El Quijote/ allá afuera en el campo/
una panzuda nube se acoda en el cerro/ para ver el loco viento que atraviesa el
maizal/ y columpia la ropa en los patios” (La clase). Cuando habla de la madre,
la voz del hombre se rompe: “… Por eso cuando mi madre muera/ con dolor la
meteremos en una pequeña/ y estrecha canoa/ y la lanzaremos hacia el cielo/
para verla alejarse/ como nube blanca y en la noche vagar/ como lucecita de
globo” (La casa).
palabras, su poesía practica la de los silencios. De los silencios y de un
lenguaje sobrio de alguien que está ahí, viéndolo todo, pero que no puede
remediar nada en ese río de vida, de muerte o de indiferencia: “Acostado boca
arriba en la acera/ (viste tenis, bluyín y camiseta)/ está el hombre recién
asesinado// En la mano del pecho/ hay un anillo/ en la otra, un cortaúñas// Sin
apartar la mirada/ la joven vendedora de tintos dice:/ estaba casado// Y el
lustrabotas: no somos nada.// Lenta/ por entre las junturas del asfalto/ avanza
la sangre// Dos policías extienden una cinta/ para que nadie pase” (Noticia de
un muerto).
poeta camina en la historia y avanza como parte de esa vida o esa muerte o esa
indiferencia, buscando explicar ese misterio de lo real a sus congéneres. Antes
lo hará para sí mismo, claro. Ese es su destino. Su misión: desmitificar el
poder que produce esos hechos. 04.XII.14
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