Descorriendo la noche del olvido o el héroe sin pedestal
Por Pablo Emilio Obando Acosta
peobando@gmail.com
En el revelador libro “El pastuso Don Gonzalo Rodríguez, Precursor de Precursores”, escrito por el historiador y humanista Alberto Quijano Guerrero, presentado a la Academia Colombiana de Historia en el año de 1988, al ser incorporado como miembro correspondiente de esta corporación, escribe en su preámbulo que “El estudio que aquí se presenta, es testimonio de una admiración sin fronteras. Pretende rescatar de las penumbras la efigie procera de un pastuso: Don Gonzalo Rodríguez, Precursor de Precursores e hijo indiscutible de las entrañas criollas. Por su amor a la libertad y el alcance de su concepción emancipadora, es el primero en el fluctuante proceso de las épocas”.
Ciertamente el nombre de Gonzalo Rodríguez permaneció por muchos años perdido en las penumbras de la historia, poco o nada se conocía de su gesta libertaria en suelo americano. La pluma de Quijano Guerrero rescata el nombre de Gonzalo Rodríguez, que comienza a perfilarse y a tomar forma entre las nuevas generaciones de pastenses: “Don Gonzalo Rodríguez, conocedor de hombres y pueblos había nacido en la Villa, y, a diferencia de los peninsulares, pretendía erigirse en el vocero de una clase social, que busca al bienestar de su propia patria y no los dividendos de advenedizas maquinaciones…”.
Aunque se desconocen muchos datos sobre Don Gonzalo Rodríguez, se sabe que este “criollo de primera planta, había nacido en Pasto, probablemente en 1.538 o 1.540. Aún no puede exhibirse su folio bautismal, como ocurre con la Villa nutricia. Más ya comienzan a desempolvarse algunos indicios”.
Sobre este personaje místico y misterioso intelectuales como Ignacio Rodríguez Guerrero opina que, dada la FÉRREA personalidad de Don Gonzalo, su carácter visionario y su capacidad militar e intelectual y ante el arribo de los invasores europeos a suelo americano, lo mismo que su indignación ante el saqueo y el sometimiento violento a los propios de esta región, decide en compañía de otros personajes de otras latitudes sublevarse contra el imperio español organizando un pequeño ejército, “Para él (Don Gonzalo), la solución única de las aventuras de estos pueblos de América, consistía en que asumieran la totalidad de su independencia política de la metrópoli, sin conservar nexo alguno con el monarca. Y eso sólo se conseguiría mediante una revolución, apoyada por la fuerza de las armas, ya que no era cuerdo esperar a que el gobierno peninsular, ni sus aprovechados agentes en las colonias de América, abdicasen de sus prerrogativas y pretensiones por un acto de generosa voluntad. Por lo que, persuadido de ello, obraba en consecuencia”.
De acuerdo a documentos y testimonios, se sabe que en 1564 Don Gonzalo Rodríguez emprende su última y titánica lucha: “Entre insomnios y fiebres, cree Don Gonzalo que la Semana Santa de 1.564 –con sus ritos e inciensos- es la ocasión adecuada para dar el zarpazo definitivo”, lejos estaba el caudillo de imaginar que entre sus mismos colaboradores se escondía la felonía y la traición, pues mientras Don Gonzalo “espera la llegada de soldados y pertrechos, los delatores frustran sus intenciones”.
Se sabe que fue un herrero de apellido Muñoz quien revela a las autoridades, en espera de una recompensa, los planes de este coloso americano. Se conocen entonces los nexos con Quito, Cali, Popayán y Perú y se procede a detener al criollo que osa enfrentarse a la corona española, a quien se tortura en el ánimo de arrancarle nombres y cómplices sin lograrlo. Se procede entonces a juzgarlo y “la ejecución de Don Gonzalo Rodríguez se verificó el mismo 24 de mayo, por orden expresa de los Alcaldes de Pasto”.
Así relata Alberto Quijano Guerrero la ejecución de “El Precursor de Precursores”: “En la mañana del miércoles, veinticuatro de mayo de mil quinientos sesenta y cuatro, el prisionero es conducido a la parte central de la plazoleta de Rumipamba, donde se levanta el rollo o la picota de la justicia. Tañen los bronces de la primitiva ermita de San Andrés Apóstol. Hay griterío creciente. Se asordinan algunas voces de protesta. Al estruendo de parches y timbales, el pregonero anuncia que va a ejecutarse a Gonzalo Rodríguez, por grave desacato a la Corona Española y por incitación al motín y al desorden. El reo no se inmuta. Su silencio es agresivo y contempla con desprecio el espectáculo infamante. En atención a su rango, se ordena cortarle la cabeza y descuartizar su cuerpo. Y en tanto que el verdugo cae sobre la víctima, con la voracidad de las aves de rapiña, se apagan en sus ojos los sueños de emancipación, ante los aliados que no llegan y la muerte que triunfa. Para mayor sevicia, se dispone derruir la casa de Rodríguez y “sembrarla de sal”.
El nombre de Gonzalo Rodríguez debe rescatarse del olvido y enseñarse en las diferentes cátedras educativas. Proponemos la convocatoria municipal, y por qué no departamental, sobre un ensayo en torno a la vida y obra de quien muere en defensa de la justicia y la libertad. Nuestras autoridades educativas y culturales están en la obligación de hacerlo y que, ojalá, se reedite la obra de Alberto Quijano Guerrero en homenaje a una de las figuras “más señeras de la historia”.
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