Ingeniero geógrafo, planificador, magister, educador
En la historia reciente nadie pudo haber imaginado que la población de una pequeña región insular soportara simultáneamente tres de los más enormes cataclismos que ha sufrido la humanidad: un maremoto de intensidad extrema (8,8 en la escala de Richter), un tsunami con olas de altura (20 mts) y fuerza arrasadoras, y un accidente nuclear con amenaza de contaminación radioactiva (hasta de 400 mili sieverts/hora) de graves y mortales consecuencias.
El Japón, país de tradición milenaria, con una población de sólida contextura espiritual, social y tecnológica, sometido históricamente a continuos embates de las fuerzas terrestres y a experiencias dolorosas como la del ataque nuclear de las bombas atómicas de la II Guerra Mundial, fue nuevamente víctima de las espantosas tragedias naturales.
La Tierra, cuerpo viviente, en su rotación y desplazamiento continuos desata fuerzas que mueven la masa de sus diferentes capas y alteran el equilibrio de sus partes. Siendo una estructura que se autorregula, el planeta controla las relaciones entre sus elementos físicos de masa y energía, internos y externos, y produce movimientos de acomodación para alcanzar un equilibrio temporal o inestable y continuar su curso en el universo siguiendo sus leyes inmodificables de totalidad.
Esas mismas fuerzas desequilibrantes originan muchos fenómenos que ocurren en la superficie terrestre y en la atmósfera en donde la intervención incontrolada del hombre contribuye a acentuarlos en forma aperiódica y peligrosa.
Los desastres sufridos a finales del año pasado en casi todo el territorio colombiano fueron causados precisamente por el Fenómeno de la Niña, antítesis a la vez del Fenómeno del Niño, los cuales hacen parte de un sistema más complejo denominado ENOS, iniciales de El Niño – Oscilación Sur.
La corriente del Niño tomó este nombre por referencia que hicieron al Niño Jesús algunos pescadores del Perú porque observaron que el fenómeno aparece en la época de Navidad. El Niño se presenta por el calentamiento de las aguas del Océano Pacífico tropical y el debilitamiento de los vientos alisios mientras que, al contrario, el Fenómeno de la Niña se produce por enfriamiento de las aguas tropicales debido a la intensificación anormal de los vientos que se encuentran en la Zona Intertropical de Convergencia la cual, dicho sea de paso, es la que origina las temporadas de lluvias anuales en Colombia.
El enfriamiento de las aguas produce aguaceros torrenciales, vendavales y tormentas tal como las que ocurrieron el año pasado en el país causando estragos y destrucción por las lluvias intensas que se iniciaron desde junio de 2010; ya en el mes de julio originaron desbordamientos de ríos como Telembí y Maguí que inundaron los municipios de Barbacoas y Maguí Payán, en Nariño; en agosto las precipitaciones aumentaron y se intensificaron hasta fin de año dejando millares de hectáreas inundadas, pueblos enteros, como el de Gramalote en Santander, completamente destruidos, cientos de muertos y millones de damnificados en Atlántico, Bolívar, Magdalena, Sucre, Chocó y Norte de Santander. Los deslizamientos y las inundaciones dejaron tristeza y desolación en 87,5% del territorio colombiano, lo que obligó al Gobierno Nacional a decretar, en diciembre de 2010, la Emergencia Económica, Social y Ecológica, y a pedir ayuda internacional para afrontar la catástrofe.
Si bien algunos de estos desastres son efectos de transformaciones climáticas por altas diferencias de presión y alteraciones de fuerzas, hay muchas acciones que los gobiernos deben emprender para evitar o por lo menos aliviar las catástrofes recurrentes.
En el ámbito mundial se adelantan compromisos para disminuir el uso de combustibles fósiles como el petróleo y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero con el fin de desacelerar el incremento del calentamiento global. Pero cada país debe destinar los recursos económicos necesarios y establecer organismos de control ambiental para prever las emergencias. Uno de los cuidados inmediatos es la conservación y el manejo de las cuencas hidrográficas que debe tener rigurosidad prioritaria.
Parece paradójico encontrar que una de las más envidiables riquezas del país, la de poseer agua en abundancia solamente superada por Rusia, Canadá y Brasil, por falta de previsión y manejo, sea la causante de tanta destrucción y abatimiento. Una precipitación promedio de más de 3000 mm anuales, el doble de la de América Latina con 1600 mm/año, nos permite tener unas 1800 lagunas, cerca de 1900 ciénagas y alrededor de 1200 ríos permanentes con un rendimiento promedio de escurrimiento de unos 60 lts/seg/km2, casi tres veces mayor que los 21 litros/seg/km2 que corren en Suramérica.
Es necesario a mediano plazo implementar todos los mecanismos para evitar que este potencial de aguas que es nuestra riqueza y reserva ante el mundo para las próximas centurias, sólo sirva de flagelo a través de inundaciones y sequías.
Las 33 Corporaciones Autónomas Regionales (CAR) que funcionan en Colombia son las encargadas de administrar el medio ambiente, los recursos naturales renovables y propender por el desarrollo sostenible. Ellas son las entidades responsables del ordenamiento y manejo de las cuencas hidrográficas en cada región por lo cual si se invirtieran adecuadamente los recursos en obras de protección con el cuidado necesario para evitar el deterioro de los ecosistemas, los cauces alcanzarían mayor eficiencia y se disminuiría notablemente el riesgo de inundaciones y deslizamientos. Sin embargo, por el entramado político que les confiere a las CAR la actual forma de elección de su Director y de los miembros de las Juntas Directivas, la distribución del presupuesto se orienta más a proyectos de interés específico que hacia la planeación de programas permanentes para el ordenamiento de las cuencas y la prevención de desastres.
Mediante la prórroga de la Emergencia que fue declarada inexequible en marzo de 2011, se trató, a través del Decreto 141/2011 de reestructurar estas Corporaciones y fusionar algunas, modificar la composición de sus juntas directivas, agilizar la ejecución de sus presupuestos y exigir la presentación de planes inmediatos de recuperación de zonas ecológicas, de ordenamiento de cuencas regionales y locales, de prevención de riesgos y de conservación de recursos naturales.
Por ahora tenemos que realizar tres acciones inmediatas: la primera, la reestructuración de las CAR con el propósito de darles un carácter técnico y menos político a fin de que puedan formular las propuestas que guíen el desarrollo sostenible; la segunda es la reconstrucción de la infraestructura y el refuerzo del sistema de control de desastres; y la tercera es la de dar soporte a las políticas del Plan de Desarrollo para que sean sustento de los Planes de Ordenamiento Territorial con los cuales se moderen los usos del área de las cuencas hidrográficas, se propenda por el manejo racional de los recursos y se logre ofrecer el servicio de agua potable a todos los habitantes.