Hacia el bicentenario de la Batalla de Bomboná 2

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Remembranzas consaqueñas
El golpe militar del 10 de julio de 1944
Por José Rodrigo Rosero Tobar
roserotobarjoserodrigo@gmail.com

El 10 de julio de 1944, protagonizado por el coronel militar Diógenes Gil, se produjo un golpe militar en contra del entonces presidente de la república Alfonso López Pumarejo, quien había sido reelegido para un segundo mandato presidencial. A Consacá le correspondió ser albergue presidiario del presidente, quien fuera recluido en casa de la hacienda de la familia Bucheli. Este hecho, que poco a poco se ha ido esfumando en las brumas del olvido, es de trascendental importancia en la vida institucional del Estado colombiano y, aunque no ha sido reconocido oficialmente, marcó el inicio de la dimisión del presidente un año después de sucedido.

En medio de un enrarecido ámbito político en el que soplaban vientos de conspiración y se libraba una fuerte oposición contra el gobierno del reelegido presidente, de manera sorpresiva el 8 de julio de 1944, el presidente López viajó al sur del país con el propósito de presenciar unas maniobras militares de rutina. El día domingo 9 viajó de Ipiales a Tumaco y regresó en la misma fecha sin que el pueblo se diera por notificado ni supiera la razón de la visita presidencial. A su arribo a Pasto fue recibido con muestras de una agresiva hostilidad, con grupos de reservistas y particulares que gritaban vivas al ejército y abajos al presidente. Con posterioridad, el presidente declaró que “desde el momento en que había pisado Pasto se había sentido prisionero”.

A las 5 y 30 de la mañana del día lunes 10, un grupo de militares ingresó al apartamento ocupado por el presidente en el hotel Niza donde se había alojado, le manifestaron que estaba preso, que había estallado un movimiento militar que se había tomado Pasto, Bogotá y otras ciudades y le extendieron un papel en el que expresaba su renuncia a la presidencia y que encargaba del mando al coronel Diógenes Gil, documento que se negó firmarlo.

Prisionero el presidente fue conducido por una caravana militar por la vía a Yacuanquer. Después de pasar por carreteras y caminos en mal estado, por un puente de varas sobre el río Azufral que cruzó a pie el presidente asomó Consacà, pueblito al que días antes fue el coronel Gil para informarse de quienes eran conservadores y quienes eran liberales, vislumbrándose luego una antigua casona, rodeada de verdes potreros y de grandes filas de árboles y que era residencia de la familia Bucheli, residencia que estaba preparada como para recibir a un Príncipe. El presidente departió largo rato con la familia Bucheli una conversación forzada sobre hechos inconexos. Mientras tanto, los soldados de la escolta empezaron a deslizarse hacia el estanco del pueblo de Consacá, estanco que fue cerrado para evitar cualquier incidente. El teniente Julio Cuellar, a quien se le había confiado la custodia del presidente, llamó a la tropa y dio órdenes a las autoridades del pueblo.

Después de varios acontecimientos, el día 11 de julio en horas de la mañana liberaron al presidente López, quien junto con el capitán Navas salió con destino a Yacuanquer, apareciendo en sentido contrario un automóvil en el que viajaba el coronel Diógenes Gil quien descendió y saludó al presidente. En Yacuanquer, ingresaron a la oficina telegráfica. El presidente trataba de establecer comunicación con el palacio presidencial. El coronel Gil, después de considerar la situación, le dijo al presidente que era su prisionero. A las siete de la noche continuaron el viaje, pasaron por Pasto y se desplazaron hasta Túquerres, donde el presidente reasumió el poder. A las doce de la noche llegaron a Ipiales. El día 12 de julio, a mediodía, el presiente viajó a la ciudad de Bogotá.

Hoy tan solo existe un recuerdo vago de los hechos, y aunque quedó como recuerdo la construcción del puente Alfonso López Pumarejo sobre el rio Azufral en la carretera circunvalar al Galeras con una placa conmemorativa, por lo demás, brillan el olvido y la indiferencia, puente que hoy se encuentra en destrucción y olvido absoluto, aunque quizá repercuten en el ambiente lo que expresa Jaime Quintero en su obra Consaca, cuando dijo:

“En  Consacá se escribió con caracteres vitandos una página que las gentes del porvenir habrán de leer con asombro, más que con admiración.

Consacá, que es el escenario en que se partió en dos la vida de una colectividad política, como una paradoja, no fue simplemente un episodio sino un eslabón en la interminable cadena de artificios revolucionarios puestos en práctica por el régimen. En otra nación, como hay tantas en América con permanentes agitaciones  militaristas y  anarquizantes tendencias políticas, no habría sido más que una escena. Pero,  en Colombia, fue una catástrofe que produjo un sinnúmero de bancarrotas: bancarrota política, bancarrota moral, bancarrota social, bancarrota económica, bancarrota constitucional.

A nombre de Consacá se han cometido todos los desmanes, se han realizado todos los ensayos, y se han ejecutado todas las locuras.  A  la  oposición  se  le  silencia con Consacá. Al desastre económico se le muestra el endriago Consacá. A la disolución de los partidos, se les señala Consacá. La república macerada se le abate con los ramalazos de Consacà. Y, a la conciencia civil de Colombia, desfalcada por las clases oligarcas, se le enfrenta Consacá, como una deidad maléfica que guiara los destinos melancólicos de nuestro pueblo.

Por Consacá hay un parlamento sojuzgado. Una libertad de prensa mutilada. Una república escarnecida. Un pueblo enloquecido por la demagogia. Y una política prostituidla en todos los basamentos doctrinarios”.

Consacá, 08 de julio de 2021

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