Sembrando ideas

Por Primitivo Enríquez Enríquez

Para una formación basada en valores ciudadanos se hace necesario una
revolución pedagógica que convierta la escuela o el colegio en un espacio: comunicativo y de diálogo, de
tolerancia, participativo, constructivo de valores y de conocimiento. Los valores deberían enmarcar todo un proceso educativo. Incluyen normas sociales
por las que definimos problemas, establecemos criterios de evaluación, fijamos
parámetros de selección y de intervención.

Toda transacción entre el Educador y
el  Educando incluyen  negociaciones con respeto a los sistemas de
valores que cada uno de ellos trae a la relación interpersonal; de allí que el
buen ejemplo del Maestro en función de sus estudiantes es clave para ayudarlo a
formar en valores y educar de manera integral.

Los valores morales, culturales y políticos
son la medida por la cual una persona dirige sus acciones, define, interpreta o
juzga los fenómenos sociales. Los valores son tomados de la vida familiar, la
red social, la experiencia educativa y la organización sociopolítica. Estas
medidas convergen y generan múltiples configuraciones que se vuelven dinámicas
desarrollando un sistema de valores en cada individuo.  Estos valores se filtran por  una variedad de caminos y formas entre los
componentes de una sociedad. Es así que es de suma importancia que una persona,
el educando reconozca e identifique los valores del otro y que traspase el
umbral de la resistencia a la aceptación de valores diferentes a los propios.

La pedagogía que se practica en la actualidad,
es una pedagogía de la distribución de conocimientos, que realmente no
desarrolla la creatividad, por lo tanto debería sí, orientarse hacia una
actividad escolar en la que predominen la importancia de la información, la
memoria, la formación disciplinaria y el conocimiento. No son realmente las
cátedras de Educación cívica o democrática las que forman al ciudadano en la
escuela o colegio sino la vivencia de la cultura dentro de los establecimientos
educativos. Las relaciones sociales cotidianas, no es el discurso de la escuela
sino la práctica lo que va generando los valores de la vida en sociedad.

Sin duda 
alguna, la educación en valores ciudadanos debería ser uno de los objetivos centrales
del proceso educativo colombiano y de todo ser humano, en tanto que la
dimensión social se materializa  en la
cotidianidad de la convivencia y en la construcción de formas cada vez más
elaboradas de organización, que
permitirán el desarrollo de todas las potencialidades de cada individuo como
parte de un núcleo social.

Un ciudadano, en el más pleno sentido, es
aquel que participa de un conjunto de
valores básicos que le permiten 
trascender su propio interés en función del bien común, aportando sus
capacidades al desarrollo del núcleo humano en el que se desenvuelve su acontecer
personal. De allí que una función crucial del sistema educativo de una
sociedad, sea la formación de ciudadanos.

Es muy notorio, a veces, el esfuerzo que se
hace desde la Escuela o Colegio por lograr una excelente formación de  los niños y los jóvenes. Es también muy
explícito en la mayoría de los Padres de Familia, el deseo  de que sus hijos reciban unos sólidos valores
humanos y morales. Pero, gran parte del esfuerzo, de los lugares donde se hace,
está orientado a la razón discursiva, que no siempre garantiza que haya un
proceso de construcción lógica del conocimiento, ya que no todo discurso
asegura por su sola repetición, que sea significativo o conduzca a cambios
conscientes de comportamiento. La educación tiene la responsabilidad de formar ciudadanos
a conciencia, deliberantes y activos, para lo que es imprescindible el
juicioso  y disciplinado  proceso de interiorización de valores, antes
que cualquier cosa, ya que esta es la verdadera misión del sistema educativo
colombiano.

Por lo tanto,  Educar supone procesos más profundos, es
decir, una formación en actitudes;
supone potenciar los valores que la persona ya posee y crear e impulsar otros
nuevos. Sin esos valores, es imposible que el niño o el joven se desarrollen
plenamente; tampoco es posible que se prepare debidamente para la vida
profesional y la interacción social. Por esto, es vital que exista una
continuidad entre los valores que fueron inculcados en el hogar y los que se
refuerzan en las Instituciones Educativas, de modo que se le exija, a medida
que crece, más autonomía y responsabilidad.

Es
decir, no basta con una educación que se centre en la acumulación de datos, en
la resolución de problemas intelectuales, en la memorización de contenidos,
aunque hoy en día existan herramientas muy poderosas que nos asisten en la
formación de este tipo de capacidades. Los conocimientos y sus aplicaciones
juegan un papel importante, pero igualmente importante es el hecho de que las
personas sean laboriosas, responsables, sinceras, comprometidas, respetuosas,
solidarias o buenas compañeras y buenos compañeros. Y esto difícilmente se
aprende en los libros o de boca de los Profesores, sino más bien observando la
vivencia ejemplar de otras personas.

Finalmente, 
La educación, debe replantearse cambiando de enfoque el aprendizaje y la
enseñanza. Ambos son para vivir mejor, para alcanzar calidad de vida. No para
llenarnos de saberes. Estamos hechos de inteligencia y necesitamos los
conocimientos, pero también estamos hechos de pasiones, emociones, motivaciones,
sentimientos, miedos, tristezas, entusiasmos, alegrías, deseos, esperanzas o
sea, de la amalgama de muchos valores. La educación debe retomar esa brújula y
abandonar su frialdad y constructivismo intelectual, desencarnado de la vida y
de la sociedad.