Por Miguel Ángel Santacruz López

Con el derecho que me da, el haber compartido con Luis Antonio 87 años de vida, vengo hoy, a tomar la palabra, para despedir a un amigo, no únicamente amigo; podría decir, hermano.

Con Luis Antonio, desde muy niños fuimos vecinos. El barrio San Francisco, en Sandoná, nos vio crecer y presenció todos los juegos infantiles que practicábamos en la calle, recuerdo muy bien, cuando jugábamos futbol descalzos y con pelotas de trapo, pero también recuerdo cuando nos entreteníamos en el río del Ingenio, mirando los peces debajo de las piedras. ¡Qué placer, que alegría que sentíamos!

Pero es el caso, de que con Luis Antonio, también compartimos pupitre, desde el primer año, hasta el cuarto año de escuela primaria, pues la pobreza, no dio para más. Y aunque fue muy poca la educación, compartimos con Luis Antonio un reconocimiento especial, por nuestros profesores Luciano Salas y Luis Ortiz que a más de enseñarnos las primeras letras, también nos enseñaron a amar a Dios y al prójimo; a respetar a nuestros padres y ante todo a no levantar falsos testimonios y como el ejemplo enseña, lo bueno como lo malo, también con Luis nos fumamos el primer cigarrillo, pero con seguridad, puedo decir, que fue el primero y el último, porque comprendimos a tiempo que se trataba de uno de los vicios más tontos que podrían existir y cuando ya dejábamos de ser muchachos y empezábamos a sentirnos jóvenes, comprendimos también que teníamos que prestar el servicio militar obligatorio y hasta juramos defender las fronteras de nuestra patria, hasta con nuestra vida; sin embargo, cuando ya estábamos en el monte, comentábamos que no únicamente estábamos defendiendo las fronteras de nuestra patria sino los intereses de unas pocas familias, que en cierta forma son las que mandan al país.

Cuantas cosas que se podría decir de Luis Antonio, cuantos esfuerzos por sacar adelante a su familia, cuantas bromas de amigos, cuantos chistes, cuantas anécdotas. Lo único cierto es que fuimos sinceros, 87 años de sinceridad, nunca jamás nos humillamos, siempre nos tratamos de vos y cuanto teníamos que despedirnos jugábamos un rato al tope y al final nos abrazábamos, excepto en esta última ocasión, esperábamos llegar a los 90 años para celebrarlos entre las dos familias, pero la muerte Luis Antonio te arrebato.

Réstame ahora pedirle al Señor por la conformidad para su esposa y para sus hijos. La muerte no se la puede cambiar con nada ni con nadie.

 Alguien dijo: “La muerte es un pretexto para llegar a Dios”.

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