La macabra navidad de 1822

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Por Enrique Herrera Enríquez
kikeherrera666@gmail.com
A ciento ochenta y nueve años de la toma
militar de Pasto a sangre y fuego por parte de las tropas que comandaba Antonio
José de Sucre, aquel 24 de diciembre de 1822, consideramos oportuno traer a
referencia una pequeña serie de comentarios que respecto a este macabro
acontecimiento han escrito diversos autores, unos muy allegados y defensores
acérrimos de la actitud de Simón Bolívar y sus demás Generales contra Pasto,
por aquello de así es la guerra, y otros de pronto imparciales. Pero es lo
cierto que los unos y los otros no pudieron ni se podrá ocultar el acto
criminal que se cometió contra una población civil indefensa como observaremos
a continuación
.

El historiador José Manuel Restrepo, narra así
el acontecimiento: “Al amanecer del 24 los cuerpos desfilaron sin detenerse por
la fragosa montaña que separa a Yacuanquer de Pasto. Tardaron mucho en
atravesarla y hasta las doce del día no avistaron a los facciosos apostados en
las alturas y quebradas que rodean a la ciudad por la parte del sur. A la una de
a la tarde fueron destinadas la primera y quinta del Rifles a tomar las alturas
que ocupaban los rebeldes a nuestra izquierda; el resto del batallón, con su
coronel y el general Barreto, se dirigieron contra la principal estancia del
enemigo. Habiéndose ésta sobre la iglesia de Santiago, circuida de un terreno
excesivamente cortado, y donde los pastusos se creían invencibles con el
auxilio de aquel santo apóstol, patrón de la España…
Alberto Montezuma Hurtado, manifiesta: “ Según
refiere la crónica, la propia imagen de Santiago fue puesta en medio de los
defensores, como un gran general y más bien cayó al suelo en uno de los lances
del combate, convirtiéndose en estorbo, y mientras sus decepcionados
partidarios le echaban en cara tan lamentable inutilidad. A las tres de la
tarde la dispersión de los facciosos se hizo incontenible; el sujeto Boves tomó
camino de oriente con unos clérigos españoles y varias gentes de fusil,
Agualongo y Merchancano se acogieron a sus montes hospitalarios. Y entonces,
bajo la vista inexplicablemente gorda del general Sucre, los vencedores se
entregaron al saqueo de la ciudad, distinguiéndose por sus atrocidades el famoso
batallón Rifles, con su jefe Arturo Sanders a la cabeza
. Sobre los hechos no
existe un solo recuerdo, amargo o descomedido, no hay tampoco un solo
comentario, en prueba de lo cual se transcriben ahora los de diversos y
conocidos historiadores:
De don José Manuel Groot: “Las tropas
irritadas con la obstinada guerra que les hacían los pastusos, saquearon la
ciudad y el general Sucre hubo de permitírselo. Allí no hallaron casi gente,
todos los hombres habían huido, no habían sino las monjas y algunas mujeres
refugiadas en el convento”.
De don Carlos Pereyra: “Sucre tuvo que
destrozar a los combatientes y tuvo que presenciar después, lleno de un
profundo desaliento, la matanza que siguió al combate”.
Del general Tomás Cipriano de Mosquera:
“El encono del batallón Rifles por el rechazo que sufrió en Taindala en el
mes anterior, le hizo ser cruel y no dio cuartel, de lo que provino que
murieran más de cuatrocientos hombres
, mientras que los cuerpos del gobierno
nacional solamente tuvieron seis muertos y cuarenta heridos. El general Sucre
tuvo que restablecer la disciplina y sujetar al Rifles, poniéndose a la cabeza
del batallón Bogotá. Este castigo cruel que sufrieron los pastusos produjo que
la guerra durara dos años más”.
Del general José María Obando: “No se
sabe cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustrado como el general
Sucre la medida, altamente impolítica y sobremanera cruel de entregar aquella
ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y de cuanta iniquidad es capaz la
licencia armada
; las puertas de los domicilios se abrían con la explosión de
los fusiles para matar al propietario, al padre, a la esposa, al hermano y
hacerse dueño el brutal soldado de las propiedades, de las hijas, de las
hermanas, de las esposas; hubo madre que en su despecho, salióse a la calle
llevando a su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco antes de que
otro negro dispusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de
refugiados fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a
referir por menor tantos actos de inmoralidad.. .”.
José Manuel Restrepo, historiador coetáneo de
los acontecimientos y profundo admirador de Bolívar y su ejército dice al
respecto: “Después de hora y media de combate los facciosos –léase los
pastusos- fueron derrotados completamente en todos los puntos
. Los dispersos
huyeron, unos con Boves hacia las montañas de Sibundoy, camino del Amazonas, y
otros al Juanambú, a fin de ampararse en el desierto de El Castigo.
En el acto fue ocupada la ciudad, en la que
solo hallaron las monjas y unas pocas mujeres acogidas al convento – se refiere
al de Las Conceptas -. Los hombres habían huido todos llevándose las armas.
Desgraciadamente la ciudad fue saqueada por las tropas vencedoras, irritadas
sobremanera por la obstinada resistencia que habían hecho sus habitantes.
Los pastusos tuvieron cerca de ochocientos
muertos en los diferentes combates
, y se les tomaron muy pocos prisioneros a
causa de la vigorosa terquedad con que se defendían. Por una rara fortuna, el
General Sucre perdió solo ocho muertos y treinta y dos heridos.”
Del general Daniel Florencio O’Leary,
secretario privado de Simón Bolívar: “En la horrible matanza que siguió
soldados y paisanos, hombres y mujeres, fueron promiscuamente
sacrificados”
.
Del doctor José Rafael Sañudo: “Se
entregaron los republicanos a un saqueo por tres días, y asesinatos de indefensos,
robos y otros desmanes hasta el extremo de destruir como bárbaros al fin, los
archivos públicos y los libros parroquiales, cegando así tan importantes
fuentes históricas. La matanza de hombres, mujeres y niños se hizo aunque se
acogían a los templos, y las calles quedaron cubiertas con los cadáveres de los
habitantes, de modo que “el tiempo de los Rifles” es frase que ha
quedado en Pasto para significar una cruenta catástrofe
. Quizás el haber
permitido Sucre tan nefandos hechos, dio causa a que la Providencia señalara
los términos de Pasto ocho años después para que sea sacrificado en términos de
La Ventaquemada”.
El historiador ecuatoriano Pedro Fermín
Cevallos, refiere así el macabro acontecimiento: “Después de hora y media de
combate, fue derrotado del todo el enemigo, y Sucre ocupó la ciudad desierta.
Más de ochocientos de los rebeldes quedaron tendidos en el campo, fuera de los
heridos, no habiendo costado al vencedor sino ocho muertos y treinta y dos
heridos
. Los vencedores llevados de la venganza contra un pueblo tenazmente
enemigo suyo saquearon la ciudad.”
Del doctor Roberto Botero Saldarriaga:
“Al combate leal y en terreno abierto sucedió una espantosa carnicería:
los soldados colombianos ensoberbecidos por la resistencia, degollaron
indistintamente a los vencidos, hombres y mujeres, sobre aquellos mismos puntos
que tras porfiada brega habían tomado
. Al día siguiente, cuatrocientos
cadáveres de los desgraciados pastusos, hombres y mujeres, abandonados en las
calles y campos aledaños a la población, con los grandes ojos serenamente
abiertos hacia el cielo, parecían escuchar absortos el Pax Ómnibus, que ese día
del nacimiento de Jesús, entonaban los sacerdotes en los ritos de
Navidad”.
Del padre Arístides Gutiérrez, sacerdote
oratoriano: “El padre Francisco Villota pasó por la terrible prueba de ver
su tierra natal convertida en un lago de sangre, pillaje y degüello por tres
días, el 24, 25 y 26 de diciembre de 1822
, en los cuales el batallón Rifles
cometió atrocidades inauditas de barbarie y salvajismo”.
De don Pedro María Ibáñez: “Aquella
población fue tratada por los soldados de Sucre como país enemigo; sacrificaron
sin piedad a los valientes y obstinados guerrilleros y apagaron con esos
triunfos la terrible insurrección
“.
Del doctor Leopoldo López Álvarez:
“Ocupada la ciudad, los soldados del batallón Rifles cometieron toda clase
de violencias. Los mismos templos fueron campos de muerte. En la Iglesia Matriz
le aplastaron la cabeza con una piedra al octogenario Galvis, y las de Santiago
y San Francisco presenciaron escenas semejantes”.
Del doctor Ignacio Rodríguez Guerrero:
Nada es comparable en la historia de América, con el vandalismo, la ruina
y el escarnio de lo más respetable y sagrado de la vida del hombre, a que fue
sometida la ciudad el 24 de diciembre de 1822 por el batallón Rifles
, como
represalia de Sucre por su derrota en Taindala un mes antes, a manos del
paisanaje pastuso armado de piedras, palos y escopetas de caza”.
Son algunos de los comentarios que
trascribimos para que se sepa cuál fue la magnitud de la masacre, del genocidio
contra la población pastusa por parte de las tropas al mando del venezolano
Antonio José de Sucre aquel 24 de diciembre de 1822
y subsiguientes días de
aquella negra navidad en que no se tuvo piedad alguna para con nuestra gente.

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