“La rubia de Hamburgo”, de Arturo Prado Lima

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Desde Nod
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com

A. Prado Lima no ha dejado de caminar, hablar y soñar. ¿Camina soñando? Pareciera; sueña despierto y dormido; aparentemente más sueña despierto que dormido. ¿Qué sueña? Utopías, pareciera. ¿Qué habla y de qué habla Prado Lima? Con hechos construye palabras y con palabras reconstruye hechos, hurgando su trascender poético; de joven más hechos que palabras (o lean, si no, “La Guerra sigue llorando afuera”, su primera novela que reseñamos alguna vez acá en Nod); ahora, de viejo, madura más los decires, rumia las palabras. Busca el lado oculto de los hechos de la realidad cotidiana (que no todos los humanos tienen la facultad de descubrirlo) y lo transforma en poemas, en novelas, en páginas web, en relatos que a todos nos los regala como se da un abrazo… Y de relatos, de su último libro de relatos, nos vamos a ocupar hoy. Éste se compone de dos partes: una que ocurre, allá, en Europa, donde el autor vive hoy. La otra forma parte de su vida acá, la de los gélidos riscos de su Chambú y alrededores, su terruño veredal, su Paraíso Perdido.

Quizá la joven y bella mujer rubia, la del relato que da título a su obra “La rubia de Hamburgo” (el mejor titulado, pero que nos queda “al debe” en varios títulos carrereados del mismo libro) es sólo el símbolo de Europa para esa errancia -entre filántropa y magnánima ella- de esa Europa de clase media que acoge solidaria y humana muchas veces -aunque no siempre- o que lidia o que se resigna a ver pasar por sus calles y parques y mercados a esa marea humana de latinoamericanos, europeos del este, africanos y asiáticos, todos los cuales llegan detrás de un sueño o delante de la angustia por salvar su propia vida, o su integridad, de las asfixias que conllevan la miseria económica o las persecuciones políticas o religiosas o hasta filosóficas, cargando a sus espaldas los fardos de sus utopías o la desesperación y anhelo de salvar su vida y la de los suyos, unos con desarraigo voluntario en búsqueda de tragarse el mundo, otros obligados a salvarse. Por eso desde casi todos los relatos (unos mucho mejores que otros) contenidos en “La rubia…” llegan vaharadas espirituales de multicolores culturas: ecuatorianos, vietnamitas, marroquíes, muchos más venezolanos ahora, búlgaros, argentinos, chilenos, somalíes, con un etcétera y, claro, colombianos como él mismo, con sus maletas cargadas de lo que son ellos mismos: recuerdos, maldiciones, angustias y esperanzas, que llegan -digo- a esas indiferentes calles de una Europa que en los siglos anteriores fincó todo su bienestar y la riqueza de sus poderosos y sus gobernantes a costa del sudor, la sangre y las riquezas, a costa de la tierra y de sus habitantes y las expolió. Y ahora los mismos retoños de ese pasado de devastación colonial le llegan como migrantes, en búsqueda no vengativa de su propio bienestar, con la esperanza de vender su fuerza de trabajo, en búsqueda de una mejor vida para ellos y sus familias.


Para mi gusto, de entre todos los relatos “De este lado” (o sea los de Europa) el más desgarrador es “Carta al presidente de Europa”: la tragedia africana que a veces llega en una patera medio o totalmente náufraga en el Mediterráneo y otras, como es este caso, “aterriza” en Londres o en cualquier gran ciudad. Hay otros llenos de sarcasmo trágico, como por ejemplo la misma La rubia de Hamburgo, Deportación y Apocalipsis en el Mediterráneo, Muñeca violada; Despojos, que exhibe los nuevos augurios aprendidos en la errancia miserable, en las “pateras urbanas”.

Entre los “Del otro lado” (o sea los de donde inició su agitada y loca vida) hay algunos que parecieran hilos que, sueltos de su novela prima (mencionada antes) los hala y los narra con ese mismo sarcasmo trágico de su escrutadora poesía. Pero en especial hay uno donde exhibe de manera poética los elementos del alma de nuestra instintiva crueldad infantil, como si tal cosa, porque “todo era natural como la naturaleza misma” (83), en Los primos, jugando en cualquier río Carchi, el que cada uno de nosotros lleva en su corazón -con otros nombres, saudades y fantasmas-.
Medellín, 30.VIII.24


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