El 23 de noviembre de 1856, desterrada y proscrita, blanco de calumnias y aferrada a una silla de ruedas, víctima de una epidemia de difteria y con apenas 59 años, murió en el puerto de Paita (Perú) la emblemática libertadora del Libertador, Manuela Sáenz Aispuru. Su cuerpo y sus posesiones, incluidas sus cartas de amor y documentos secretos de la Gran Colombia que conservaba como recuerdos, fueron incinerados y las cenizas arrojadas en una fosa común del cementerio local, como un destino manifiesto para el olvido absoluto.