Por Enrique Herrera Enríquez
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En la madrugada del 10 de mayo de 1814, el general Antonio Nariño prepara el ataque definitivo contra Pasto y su gente, se siente victorioso por los acontecimientos del día anterior en Tasines y a dado la orden a sus tropas para marchar sobre la ciudad cuando tiene conocimiento que el brigadier Melchor Aymerich abandona con sus tropas a Pasto para irse supuestamente a atrincherar al Guaitara. Pasto nuevamente traicionada por los militares españoles se apresta a combatir a Nariño que amenaza con destruir a Pasto de una manera tal que no pueda nunca jamás ser habitada, será el tema a analizar en la presente oportunidad.
En la madrugada del 10 de mayo de 1814, el general Antonio Nariño divisó desde una de las altas montañas cercanas a la ciudad vía El Calvario, cómo un gran contingente del ejército al mando de Melchor Aymerinch salía por el camellón de Caracha rumbo al Guaytara, huía cobardemente para atrincherarse en el Guaytara, dejando a Pasto y su gente sin ejército, solos al amparo de sus propias fuerzas, tal cual lo habían hecho otros jefes españoles como Miguel Tacón y Juan Sámano en pasadas oportunidades.
El historiador José Manuel Restrepo dice al respecto: “El general Aymerich, desesperado de sostenerse y detestando la conducta de los pastusos en el combate de Tasines, donde según sus oficios a Montes, se habían portado cobardemente y le habían venido abandonando el campo, resolvió aquella noche retirarse a la madrugada del día siguiente (10 de mayo) al otro lado del río Guáitara, con arreglo a sus instrucciones…Salió en efecto, en efecto, llevando consigo las tropas de Cuenca, y se acampó en la hacienda de Mejía, a tres leguas de distancia…”
Leopoldo López Álvarez, al hablar sobre la conducta del Mariscal de Campo español Melchor Aymerich, refiere así el acontecimiento: “Todos pensaban que este jefe se resolvería a morir heroicamente en las calles de la ciudad haciendo desesperada resistencia a los republicanos que, sin duda, llegarían a más tardar en la madrugada del día siguiente. Pero ¡cuál no fue el desengaño cuando todo él, temblando de pavor, dijo que fusilaría a todo el Cabildo si inmediatamente no se le suministraba todas las caballerías necesarias para trasladarse al otro lado del Guáitara, donde haría construir trincheras iguales o superiores a las del Juanambú!
Con no paliado desdén se le proveyó de todo lo necesario para marchar, como lo ejecutó a media noche, dejando orden terminante de que le siguieran los veteranos españoles a la mayor brevedad posible.
Pasto, pues, quedaba abandonada a sus solas fuerzas; la victoria no tremoló sus banderas en el anterior combate; y tenía pendiente sobre su cabeza el rayo que debía reducirla a escombros”, recalca finalmente López Álvarez.
El historiador José Manuel Restrepo, ratifica la situación de abandono militar en queda Pasto cuando afirma: “El soldado que condujo el oficio dirigido por Nariño al Cabildo, aseguró que no existía allí tropa alguna por haberse retirado con dirección a Quito, y que todo estaba en el mayor desorden. Esta anoticia, la necesidad de abandonar una posición desventajosa, la de ir a preparar a las tropas que comer, la de no dar tiempo al enemigo para reunirse y volver a empeñar otro combate, obligaron a Nariño a seguir a Pasto, con intención de situarse en el alto de Aranda o en El Ejido a la vista de la ciudad, a fin de esperar allí el resto del ejército y artillería.”
La noche anterior no se pudo dormir, sabiendo que a poca distancia estaba Nariño y su ejército, presto a atacar a la ciudad de Pasto. El recuerdo de los macabros acontecimientos del 22 de septiembre de 1811, en que los quiteños prácticamente arrasaron a la ciudad se hacía palpable cuando se traía a referencia la muerte de tantos y tantas gentes de la ciudad, de los huérfanos que aun deambulaban lamentando el sacrificio de sus padres, de las doncellas que perdieron su virtud y alguna de ellas tenía entre sus brazos el fruto de la salvaje acción de que fue objeto por parte de las tropas quiteñas. Todo era confusión, temor y zozobra, trayendo a referencia el registro de las cartas amenazantes de Nariño que de llegar a Pasto “la destruiría de un modo que nunca jamás pueda volver a ser habitada”, según expresaba en carta del 4 de abril 1814 al Cabildo de la ciudad.
Pasto y su gente, en síntesis, al salir cobardemente Aymerich y su ejército de la ciudad, ésta quedaba solo en manos de las mujeres, los ancianos, los niños y uno que otro miliciano que había logrado escapar del llamamiento a filas para marchar al Guaytara según ordenaba el militar español. Algunas de ellas tenían la experiencia de haber combatido en Palacé y Calibío de acuerdo a José María Espinosa. Todas sin embargo estaban dispuestas a defender la ciudad y los suyos aun a costa de entregar su vida de ser necesario, para evitar que se repitan los criminales atropellos de los quiteños cuando llegaron tras las 413 libras de oro que se las llevaron después de encontrarlas entre las paredes del templo de los Dominicos, hoy Cristo Rey.
Observando que en aquella mañana el general Antonio Nariño comenzaba a descender con su tropa por el escabroso camino de El Calvario, la mujeres pastusas sacaron las herramientas de trabajo como el pico, la pala, una que otra arma de fuego y cuanto elemento contundente encontraron para habilitarla como arma y procedieron a salir a la calle provistas de estos improvisados objetos para defenderse del ataque que se preveía. Las más piadosas fueron hasta el templo de La Merced y sacaron en procesión la imagen de Nuestra Señora de Las Mercedes; de igual manera lo hicieron otro grupo de damas pastusas con la imagen de Santiago apóstol. El General José Hilario López describe así este episodio: “El pueblo paseaba en procesión por las calles a la Virgen do Las Mercedes y Santiago, que son sus patronos. Las mujeres arrastraban a los soldados que huían, y aun les quitaban los pantalones y se los ponían ellas, manifestándoles que eran indignos de llevarlos…”
José María Espinosa, el Abanderado del ejército de Nariño, ratifica la singular escena, cuando dice: “El fuego era tan vivo de todas partes y la gente estaba emboscada y oculta, que no podíamos seguir adelante ni combatir, y el general, no sabiendo lo que habría dentro de la ciudad, resolvió que regresemos al Ejido. Desde allí vimos que por la plaza iba una procesión con grande acompañamiento, y llevaban en andas con cirios encendidos la Imagen de Santiago…”
Ante esta inesperada fuerza militar de valerosas mujeres, las tropas del general Antonio Nariño sucumbieron, se desorganizaron, dándose a la fuga al conocer falsamente que el general había muerto, cuando en realidad el muerto era su caballo. La incertidumbre, la zozobra, el temor cundió entre las filas republicanas, gran parte de las cuales se replegaron hasta Tacines para comunicar la triste noticia de la muerte del general Antonio Nariño.
Espinosa describe así los acontecimientos: “Al anochecer nos atacaron formados en tres columnas. Los nuestros se dividieron los mismos, y la del centro, mandada por Nariño en persona, les dio una carga tan formidable que los rechazó hasta la ciudad. La intrepidez del general era tal, que olvidaba mi propio peligro para pensar en el suyo, que era inminente. Pero las otras dos alas habían sido envueltas y rechazadas, y los jefes, viendo que Nariño se dirigía a tomar una altura para dominar la población, lo creyeron derrotado y comenzaron a retirarse en dirección a Tacines, donde estaba el resto del ejército, para buscar apoyo. A media noche resolvió Nariño retirarse también, pues no le quedaban sino unos pocos hombres, y las municiones se habían agotado durante la pelea. Si la gente que estaba en Tacines se hubiese movido, como lo ordenó él repetidas veces, nosotros, reforzados, habríamos resistido; pero no se cumplieron sus órdenes, no sé por qué…”, se pregunta el abanderado Espinosa.
La derrota de Nariño es contundente a iniciativa de las mujeres que en aquel 10 de mayo de 1814 dieron buena cuenta de quien había amenazado a Pasto y su gente con destruir y destruir de una manera tal que nunca jamás pueda ser habitada la ciudad. Nariño se apresuró a marchar a Pasto confiado en la información que tenía del abandono de la ciudad por parte de las tropas de Aymerich, situación que pudo observar cuando desde El Calvario miró a la distancia la salida de las tropas rumbo al sur y en tal razón se creyó dueño de la ciudad sin esperar los refuerzos que deberían llegar desde el campamento de Tasines. Esta contundente derrota a Nariño sirvió para que se reciba cartas que certifican el valor y la bizarría de la mujer pastusa en aquella victoriosa contienda, como se analizará a continuación.
Es clara y contundente la activa participación de la mujer pastusa en In defensa que ha hecho de la ciudad y su gente frente a las tropas de Nariño. Al quedarse la ciudad abandonada, sola, sin los hombres que estaban a cargo del Mariscal de Campo Melchor Aymerich, quien amenaza al Cabildo y luego sale huyendo camino al Guaytara. La mujer pastusa apela a su fe religiosa, la que de manera indiscutible es convocante dentro de un pueblo fervorosamente religioso como lo es el pastuso, para organizarse y de manera contundente derrotar a las tropas de Nariño. La derrota de las tropas de Nariño ha sido reconocida de manera oficial por parte de los historiadores del régimen, lo que sí, no nos habían contado es, ésta activa participación de la mujer pastusa que determinó la derrota del General Nariño y por ende la victoria del pueblo pastuso al no permitir que Nariño triunfe y cobre caro con la destrucción total de Pasto, según propio pronunciamiento en carta suscrita al Cabildo de Pasto en plena semana santa aquel 4 de abril de 1814, donde dice: “Que si se me hace un solo tiro, fiados en la indulgencia que he usado en todos los pueblos de mi tránsito, Pasto queda destruida hasta sus fundamentos… Es preciso que antes de romper el fuego, se decida abiertamente a hacer causa común con nosotros o a quedar destruida, y destruida de un modo que nunca jamás pueda volver a ser habitada…”
El 21 de mayo de 1814, don Toribio Montes, Presidente de la Real Audiencia de Quito, hacia reconocimiento del triunfo en referencia cuando dice al Cabildo de Pasto: “Por oficio de Usía de 13 del corriente, quedo enterado de la gloria inmortal a que se ha hecho acreedora esa ciudad por su valiente y fiel vecindario en que hasta las mujeres y niños han contribuido, poniendo por intercesora a Nuestra Señora de Las Mercedes, sacándola en procesión y poniéndola al frente de las balas del enemigo durante la acción, destruyéndolo completamente y dejando en nuestro poder todo su tren de artillería, la mayor parte de fusiles, tiendas y equipaje de su ejército…”
Desde Quito, Doña Manuela María de Vicuña, esposa del Regidor Decano y Administrador de la Real Aduana, hace llegar una sentida carta que en los aspectos pertinentes dice: ” mi gratitud en la remisión de 20 cabos de bayeta para vestir la desnudes de las pobres valerosas y devotas vecinas de esa ciudad- se refiere a Pasto-.
Oí decir que en lo más rigoroso del combate esas religiosas vecinas, sacaron en procesión a Nuestra Señora de La Merced y en medio del conflicto le tiraban del manto y clamaban: “Madre mía, no te hagas la sorda, ni te desentiendas de nuestras angustias”.
Penetrado de este religioso sentimiento, mi marido, don José Guarderas, Regidor Decano de esta Ciudad (Quito) y Administrador propietario de su Real Aduana, procuró por su parte dar una corta señal de su agradecimiento a cuyo efecto remitió quince varas de terciopelo carmesí de Italia, de buena calidad y color, para que se hiciera un velo a dicha Soberana Reina, el que creo estará ya sirviendo.
Deseo saber si en el referido combate a Nariño fallecieron algunos pobres vecinos de esa ciudad, y si dejaron mujeres e hijos, en cuyo caso si Usía lo tiene a bien, se ha de servir mandar que algún dependiente suyo, practique esta averiguación y me avise lo que de ella resulte.”
El Cabildo de Ipiales, dirige el 17 de mayo de 1814, un oficio que al respecto dice: “Aunque siempre se han desempeñado con honor esos fieles vecinos de esa leal ciudad en cuantas acciones militares han ocurrido, defendiendo los derechos del Rey y de la Nación, en ninguna se han distinguido tan gloriosamente, como en esta última, en que han destrozado completamente al enemigo, afianzando la paz y la quietud porque hemos llorado.
Llegará hasta los anales, la fama de la fe y el valor de esos invictos y nobles ciudadanos.
Con aquella, cuando más consternados se veían con el enemigo a los umbrales de esa entonces afligida ciudad, recurren a la Madre de Dios, Señora Nuestra con su peregrina advocación de Mercedes, la empeñan con sus fervorosas oraciones y pónenla de antemural; y con esto, confiados en la protección, acometen al enemigo hasta destrozarlo, tomándole las armas, pertrechos, bagajes etc, etc, dejando así aseguradas sus vidas e intereses y destruido aquel cañón.
Por tan heroica y memorable acción que ha coronado de inmortal gloria a ese vecindario fidelísimo, en que tienen la principal parte aquellas valientes heroínas que olvidándose de su débil sexo se tornaron soldados aguerridos, tributa este Ayuntamiento los más expresivos parabienes que Usía muy Ilustre servirá sensibilizar a aquellos nobles ciudadanos, recibiendo Usía muy Ilustre, como cabeza de esa fidelísima Republica, la gratitud con que este cuerpo la felicita…”
El Cabildo de Pasto en representación que hace llegar a Pablo Morillo el 13 de octubre de 1816, dice respecto al acontecimiento del 10 de mayo de 1814: “Volvimos a salir en el día 9 de mayo y tuvimos una acción desgraciada. Aquella ocasionó que el General Antonio Nariño se retirase a cinco leguas de distancia, adelantando sus tropas y pertrechos, dejándonos solos y en el mayor desconsuelo; pero reanimados con la fidelidad y la confianza en la protección del cielo, invocada la de su Madre Santísima, cuya sagrada imagen de Las Mercedes, la tomaron en hombros las débiles fuerzas de las mujeres, salimos uno pocos hombres, que no llegaban a doscientos y destrozamos las fuerzas de Nariño que podían llegar a ochocientos o mil; los obligamos a fugar vergonzosamente y el mismo Nariño, que había quedado oculto, fue sorprendido y hecho prisionero…Tenga Vuestra Excelencia- le dice el Cabildo de Pasto a Pablo Morillo- que si se hubieran reunido las tropas del Norte y Sur, quizá el Excelentismo Señor Montes no triunfara de Quito; y de que si pasa de aquí Nariño , quizá hubiera puesto las banderas de la revolución al frente de la capital del Perú.”
El general Antonio Nariño, al abandonar el campo de batalla y regresar a Tacines encontró todo abandonado: “La artillería (como doce piezas), los caballos, tiendas y pertrechos; y de todo el numeroso ejército, vencedor allí mismo dos días antes, solo quedábamos en el campo de nuestra anterior victoria -dice José María Espinosa- el general Nariño y su hijo, los oficiales Francisco Pardo, Bautista Díaz, Martín Correa, el español Butio y yo…
No es posible pintar el enojo de Nariño cuando vio lo que pasaba, él, que incansable y tenaz, pensaba reunir de nuevo su ejército, y después de algún descanso volver sobre Pasto con su artillería, para entrar triunfante a la ciudad. Pero viendo que ya no había remedio en lo humano, dio orden a su hijo de que siguiese a Cabal, no obstante las instancias que hacía su padre para que tomase el caballo en iba y se salvase. El coronel Nariño partió con los demás oficiales, y yo, que no quería abandonar al general, permanecí con él.
Habiendo en ese momento percibido una partida de gente que venía en persecución nuestra, me dijo con tono resuelto: “¡Sálvese usted, abanderado!; yo los aguardo en esta montaña”; y diciendo esto se internó precipitadamente en lo más espeso del bosque. Temiendo yo que fuese más fácil al enemigo descubrir un grupo de dos personas que a una sola, le dejé y emprendí la marcha a todo correr…” (20)
Tres días permaneció oculto el general Antonio Nariño en las montañas hasta que descubierto por un grupo de soldados, se entregó y pidió ser llevado a Pasto para dar a conocer a las autoridades el lugar donde se ocultaba Nariño, aprovechando que nadie conocía su identidad.
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