Las palabras sobran

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Yuyay
Por Alejandro Rosero Montenegro
Facebook: alejandro.rosero2

Qué inconvenientes resultan a veces las palabras del Presidente de la República, Gustavo Petro, en eventos públicos, donde al parecer se deja llevar por sus temas personales para terminar minando la poca imagen positiva que puede tener. Sobran muchas de esas expresiones altisonantes que, en un líder de Estado, suenan como insulto de ‘pelionero’ en riña callejera.

Peor aún, el resultado de su última alocución, en donde se fue lanza en ristre contra la prensa colombiana y en especial la ejercida por las mujeres a las que calificó de “muñecas de la mafia”, en una clara alusión a colegas periodistas de medios nacionales que han mostrado su descontento con lo que está pasando en el país en el denominado Gobierno del Cambio.

Dos temas para destacar en este caso: primero, los ataques sistemáticos a la prensa pueden calificarse como una injerencia negativa en el ejercicio de los derechos constitucionales a la libre expresión y el derecho a informar y ser informado, que, en una democracia decente, deben protegerse con mayor fuerza por el propio Estado, pero en este caso la posición personal del mandatario parece superar su sentido demócrata y transformarlo en un autócrata o en las actitudes de un dictador, pasos para tras del mandatario.

Lo segundo y lo peor de las palabras del presidente fue su posición machista y casi misógina, para referirse a las colegas periodistas, con algunas de las cuales no tengo mayor identidad, pero ante un ataque como éste, las diferencias se quedan atrás. No tiene aceptación alguna en una sociedad democrática y en un Estado social de Derecho, una expresión discriminatoria para con las mujeres y menos, para con mujeres periodistas, se equivoca el presidente en sus posiciones y con ello, seguramente, su pobre imagen terminará destruida por sus propios actos.

Muchas veces escuché al presidente Petro haciendo llamados para bajarle el volumen a la violencia informativa y las expresiones que polarizan, aún más, a este país; pero acciones o palabras como las lanzadas en la posesión de la Defensora del Pueblo, no son más que una contradicción filosófica a sus principios políticos. O, simplemente, no son más que una traición a las actitudes que debe tener un caballero, un mandatario de un país que se precie de ser una democracia.

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