Lo de Pasto no es un chiste pastuso

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(Pala) Carlos Palacio
Foto eldiario.com.co
Por (Pala) Carlos Palacio
Tomado de
www.las2orillas.co

Para muchas personas
el paso de los años suele venir apareado con una búsqueda de reposo y una
vocación por tomar distancia de los demás, lo que, no pocas veces, termina
convirtiendo a muchos en ermitaños y misántropos de oficio
.

En mi caso esa teoría
se aplica a la perfección: la comodidad, en lo que a mí respecta y cada vez con
mayor intensidad, es proporcionalmente inversa al número de personas que me
rodean.
Por eso cuando decidí
embarcarme hacia Pasto para asistir al Carnaval de Blancos y Negros durante la
primera semana de este año, lo hice como un sacrificio de amor hacia mis dos
entrañables amigos extranjeros que por esos días nos visitaban
, convencido de
que no existía un lugar que combinara de manera más aterradora las cosas que
detestaba: aglomeraciones, guerras de talco, bullicios y aguardiente.
¡Aguardiente! El único licor que mi cuerpo rechaza desde su biología más
íntima.
Sin embargo una vez
sobreviví al espeluznante aterrizaje en el aeropuerto Antonio Nariño,
comenzaron a aparecer y siguieron apareciendo durante toda mi estadía, en cada
esquina, en los almacenes, en los restaurantes, en las tiendas, en las calles
todas, unos personajes que me resultaban más irreales mientras más los trataba:
los pastusos
.
Emitir un juicio sobre
una colectividad es tan arriesgado como inexacto. Ningún grupo es homogéneo y
cada visión está sesgada por la experiencia
. Aún así, es innegable que los
estereotipos responden a características distribuidas entre la población con
una homogeneidad tal que resulta imposible ocultarlas.
Los argentinos, por
ejemplo, cargan con el lastre de una imagen que, según mi experiencia, no les
hace justicia. Son personas entrañables y generosas. Sin embargo, hay que
decirlo, para ganar su corazón se debe doblegar primero su postura canchera
ante los otros. Luego de eso, son un sol.
Los cubanos son todo
afecto
. Te abren las puertas de su casa, te ofrecen un ron, te sirven café, te
abrazan. Pero, al menos al principio, te están midiendo. Lo saben bien quienes
han tratado de decir la última palabra en una discusión con un cubano. ¡Es
imposible! Vencido eso, tendrás no un amigo, sino un hermano por siempre.
Los paisas somos muy
buenos anfitriones
. Haber sido los parias del mundo por décadas hizo que
floreciera esa necesidad de aprobación que ahora se traduce en xenofilia y
sinceros deseos de que los extraños se sientan como en sus casas.  ¡Pero pobre del visitante que suelte un
adjetivo que no sea elogioso! Los paisas abrimos el corazón y la casa de par en
par, pero si alguien dice “hay un poquito de inseguridad”, lo declaramos
enemigo público y le retiramos el afecto. Salvada su nula capacidad de
autocrítica, el paisa es un maravilloso anfitrión.
Y no enumero más
estereotipos porque yo mismo los considero inexactos e injustos
, pero sobre
todo porque esos tres me sirven como contraste para explicar lo que pienso de
los pastusos: que son el anfitrión sin peros.
Amables como el más
amable que jamás haya conocido, pero sin la agobiante sensación de servilismo
que se experimenta en ciertos lugares más al sur. Dispuestos a brindar su
orientación pero sin invadir los espacios del otro. Orgullosos de lo que tienen
pero mesurados a la hora de ponderarlo. Calmos como las inflexiones de su bello
acento
. Afectuosos y dulces, todos y cada uno de los que conocí.
Uno de los días de
locura (todos durante el Carnaval lo son), mi tropa y yo nos cruzamos frente a
frente y en una calle vacía con un grupo de locales. Ambos bandos íbamos
armados con aerosoles de espuma y vestidos según la batalla lo exigía: los
hombres con gorros, las mujeres con pañoletas y todos con gafas de nado para
proteger los ojos. Nos miramos unos a otros entendiendo lo inevitable del
desenlace y sin mediar más que el grito de batalla (¡Ahhhhhh! en el caso de los
pastusos y ¡Jueputaaa! en el caso de los paisas y sus adoctrinados acompañantes
extranjeros) arremetimos unos contra otros hasta que cada rostro quedó
sepultado por la espuma
.
Luego y una vez
terminada la escaramuza, mis compañeros y yo nos limpiábamos los rostros entre
carcajadas y escupíamos la espuma que nos había entrado a la boca, mientras los
locales, haciendo lo propio, se preocupaban por despedirse sonriendo al tiempo
que gritaban ¡bienvenidos!
Un lugar donde una
batalla se cierra con una bienvenida
, es un lugar al que siempre se debería
regresar.
Sí. Es verdad. El
Carnaval de Blancos y Negros es una parranda descomunal. Pero la amabilidad y
la dulzura de los pastusos logran que sea disfrutable hasta el delirio
incluso
por ermitaños y misántropos como yo.
¡Ah! Y aclarando que
no recibo comisión por publicidad, debo decir que el aguardiente de Nariño me
pareció francamente delicioso.

Nota original:

http://www.las2orillas.co/lo-de-pasto-no-es-un-chiste-pastuso/

Author: Admin

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