
Por Aníbal Arévalo Rosero
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El Carnaval de negros y blancos es una de las expresiones culturales más auténticas. En primer término, la palabra carnaval tiene sus raíces en antiguas fiestas paganas, como las saturnales romanas y las lupercales. Estas fiestas se celebraban con desenfreno y exceso que se realizaban antes de la Cuaresma. Si nos atenemos al estricto significado, el nuestro sería un carnaval atípico porque no cumple con el desenfreno ni está determinado por el calendario lunar.
El carnaval de Pasto siempre se realiza en la misma fecha: los primeros días de enero y no corresponde a las mismas raíces de los carnavales del mundo. Se tiene en cuenta como valor primigenio el juego: primero de la pinta de negro y luego el talco. El juego es esencial, es básico en una cultura que tiene sus valores propios. El carnaval nuestro nace con el juego como forma de romper el protocolo o las distancias que se observan durante todo el año: se puede tocar a la otra persona con respeto para ungirla de carnaval con una pintica.
El Carnaval de Pasto no se exceptúa de que sea una fiesta con connotaciones religiosas, pues se asocia con la fecha festiva de la Epifanía en conmemoración de la fiesta de las santas majestades, los Reyes Magos. El cinco en homenaje al rey negro para que celebren en libertad los esclavos de las zonas latifundistas, como el Gran Cauca y Antioquia.
El Carnaval de Pasto es único en el mundo por su trayectoria, sus saberes y técnicas en la elaboración de su arte escultórico, la apropiación de la sociedad como su bien de goce, y la cultura como una especificidad muy propia del lugar, particularidades en el lenguaje y semiología.
Acorde con esta argumentación, el Carnaval de Pasto surge como fiesta de carrozas y disfraces a partir de 1926 con el nombramiento de Romelia Martínez como la reina de los estudiantes. Es el primer desfile de autos vestidos y los estudiantes conformando comparsas. Desde ese tiempo hasta ahora han transcurrido 100 años. Y es por eso que llamamos la atención de la Corporación del Carnaval que atienda nuestra petición de fijar en todas las piezas publicitarias y logos que identifiquen que nuestro carnaval cumple un centenario.
Ahora bien, es importante señalar que nuestros ancestros tuvieron fiestas en las mismas fechas, como los de luna llena, porque lo de ellos era la fiesta a la luna (quillacingas o hijos de la luna). Si nos referimos a otra cultura que tuvo incidencia en esta región, los incas hacían el culto al sol, y eso también nos pertenece, porque estos territorios fueron conquistados por ellos, y aún celebramos el Inti Raymi, no se mezcla con el Carnaval, pero aportaron a la cultura.
El carnaval se ha dispersado por toda la región de Quillacingas y Pastos, incluyendo el norte del Ecuador, reconocida zona de los pastos en la provincia del Carchi, pero también el Putumayo, Huila, Cauca, parte del Valle y la zona andina de Nariño. Hemos dicho que es la expresión más auténtica de las celebraciones teniendo en cuenta que desde sus inicios no hizo falta quién organice el festejo: es el pueblo el que se desborda a las calles a jugar carnaval, rompiendo todos los protocolos.


Según el historiador Enrique Herrera Enríquez, el obispo de Pasto Emilio Botero, un sacerdote de origen antioqueño, intentó prohibir el festejo en los años cincuenta por considerarlo desbordado, pero quizá sería el momento en que más fuerza toma el juego. Algo parecido ocurrió cuando se suspendió el Carnaval de 1980, a raíz del terremoto maremoto de Tumaco del 12 de diciembre de 1979, porque se decidió entregar el presupuesto de logística y premios a los damnificados. En aquella oportunidad no hubo desfiles, pero el pueblo se desbordó a las calles a jugar y fue la empresa privada la que patrocinó las orquestas.
El de negros y blancos es un Carnaval del pueblo y para el pueblo, aquí no hay privilegios como pasa en otras fiestas: el pueblo es el motor de la celebración.