
Por Pablo Emilio Obando Acosta
peobando@gmail.com
La historia que nos marcó
La historia es el faro que ilumina el camino de los hombres y alumbra los pasos de la sociedad. Somos, irremediablemente, memoria. La historia de Pasto es muy particular, colmada de hechos que con el correr de los días se volvieron niebla y una especie de estigmatización debido a la posición de nuestro pueblo ante los conatos de independencia errada y extraviada.
Bolívar y Agualongo: dos visiones enfrentadas
En el escenario aparecen dos grandes figuras: Simón Bolívar y Agustín Agualongo, feroces enemigos que combatieron con la convicción de defender la verdad, principios y lealtades. Personajes que se entrecruzan con la misma historia, convirtiéndose en adalides de un crucial momento de nuestra inexpugnable geografía.
A Simón Bolívar se lo cuestiona permanentemente por sus arrebatos dictatoriales, por sus impulsos guerreristas que arrasaron con sus mismos principios de justicia y libertad. A Agualongo se lo censura y condena por su defensa a muerte de un pueblo que no admitía más opción que la victoria o la rendición total.
El 24 de diciembre de 1822: un antes y un después
El 24 de diciembre de 1822 es una fecha de ingrata recordación. Pasto cae vencida y humillada. Los más procaces crímenes se cometen en su suelo: no se respeta ni templo, ni hogar, ni grito, ni súplica. La próspera Pasto comienza un destino de oprobio y estigmatización por parte de los vencedores.
En 1826, el General José María Obando encuentra a Pasto en una situación de ruina y abandono e implora el cese de la venganza. Encuentra pobreza, desolación y abandono de sus ricos campos. Expresa un profundo dolor por la execrable situación de un pueblo que se mostró altivo y rebelde contra aquellos que ultrajaron su tranquilidad y vocación de paz.
Las secuelas de la derrota
La historia de Pasto se fragmenta en esta fatídica y luctuosa fecha. Los leones feroces y arrogantes se tornan sumisos y asustadizos. Sus principales cabezas caen ante el ímpetu de unos hombres sumidos en la arrogancia y la prepotencia. La economía se ahoga con impuestos y vejaciones, la rebeldía se castiga con muerte, expropiación o destierro. La evocación de sus principios se ahoga en sangre y en obediencia a sus verdugos.
El pueblo aguerrido, rebelde, contestatario, bravío e invencible da paso a un nuevo ser: tímido, sumiso, temeroso y con una psicología colectiva de vencido y humillado. Embarga sus días la falsa creencia de una vergüenza histórica, movida por su excesiva lealtad a un Dios y a una religión que con el paso de los días se conjuga con la fe de la nueva república.
El renacer de la identidad pastusa
Esa vergüenza histórica, esa incomprensión que nos atormenta hasta nuestros días, nos ha dado ese tinte de pueblo distante, lejano y abandonado. Que no reclama, que se avergüenza de exigir justicia y que se reviste de una falsa rebeldía que no es otra cosa que una terquedad ante una realidad que ya no existe, pero que sigue dibujándose en su ser interno, histórico y colectivo.
Pasto aún libra sus propias batallas con la historia, con figuras y personajes que supieron castigar a ese pueblo aguerrido hasta bajarlo de su pedestal de gloria y llevarlo al ocaso de sus propios sueños y anhelos.
La historia es una resurrección. Estamos ante ella, ante su pedestal de bronce y piedra que pretende esculpir en nuevas letras la verdadera hidalguía de nuestro pueblo. Pasto, cuna de hombres soberanos, aguerridos, incansables al momento de defender su fe y sus principios.
Apoyados en los hombros de esos gigantes del Sur, avizoramos un nuevo horizonte, iluminado por un nuevo Sol y amparados por la memoria de nuestros mayores, que yacen insepultos en la memoria de todos aquellos que beben de la savia inagotable de nuestra propia historia.
Conclusión: una identidad por hacer y defender
Pasto, una identidad por hacer y defender. Una memoria que discurre en cada calle, templo o paisaje. ¿Estamos listos para recuperar la verdadera esencia de nuestro pueblo?