Por Aníbal Arévalo Rosero
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Muchas personas recordarán a don Edmundo Acosta Dávila por la realización de sus programas musicales en la radio local, sobre todo las generaciones más maduras. Ya hace algunos años había dejado de estar en una cabina de radio ante el arduo caminar por la vida. Aunque su voz se conservaba intacta, los rigores del tiempo no dan tregua: su estado de salud se había visto muy menguado que lo llevaría a privarse de estar frente a un micrófono o departir con los amigos, que en Pasto es usual detenerse varias veces a saludar en un trayecto de pocas cuadras antes de llegar a su destino. La voz del hombre amable, dicharachero, el locutor, el buen amigo, el padre ejemplar, el abuelo consentidor se apagó para siempre.
Edmundo Acosta Dávila fue un hombre de radio, apasionado por la presentación de tríos en vivo, de refinado gusto por la interpretación de los boleros; le gustaba empuñar las maracas y seguir el compás de las melodías. Hizo su gesta en la promoción de varios géneros musicales, como el hecho de haber transitado por la música andina y la música colombiana, pero ante todo su fuerte era la música de cuerdas.
Quiénes lo conocieron de cerca, como Javier Ortega Olave, dan cuenta que Edmundo Acosta le dedicó más de cuarenta años a la locución; que desde muy joven se consagró a esparcir el mensaje cultural y musical. De gran talento: inició sus programas con los niños; sembró una gran semilla entre los pequeños. Acostumbraba a presentar los tríos en escenarios como en la radio o el teatro Javeriano. Laboró por muchos años en la Casa de la Cultura. Había nacido hace 94 años en el municipio de Linares.
Era una de las mejores voces de Nariño por su dicción y vocalización; una persona muy culta y respetada por miembros de su gremio. Algunas personas le preguntaban que cómo hacía para mantener su voz y no se modificara con el paso de los años, y él, se limitaba a mostrar unos caramelos que llevaba en el bolsillo. Era el caballero elegante, nunca se lo veía sin lucir su corbata y su vestido de paño, se acompañaba de buenos modales y muy atento en el saludo.
En alguna oportunidad el periodista Rodrigo Espinoza (qepd) nos contaba algunas anécdotas del gremio de periodistas y locutores, y nos decía que la presentación de la música de tríos se prestaba para tomarse algunas copas, por lo tanto, regresaban entonaditos a las casas. Al día siguiente -decía Rodrigo-, llegaba Edmundo a tocar la puerta a reclamar el anillo y la cadena que le había encargado. “Yo sin saber dónde xxxx los dejaría, entonces, pasaba donde otro colega y le creía, por lo tanto, lo ponía en aprietos.” También, nos contaba Rodrigo, que Edmundo gustaba mucho de las chuletas, por eso acostumbraba a pasar por el restaurante ‘Don Pancho’ antes de direccionarse a su casa en el barrio El Tejar.
Entre otros de los colegas de la radio con los que tuvo la oportunidad de compartir micrófonos fue con Ramiro Rosero, Humberto Burbano, Javier Ortega Olave, el abogado Orlando Morillo, Antonio ‘Terry’ Gallego, Rodrigo Espinoza, Luis Hugo Noguera Caicedo, Carlos Humberto Enríquez, El ‘Pachito’ Muñoz, Jaime Solano, Jhonny Insuasty. Uno de sus aliados cercanos y colaborador en sus especiales musicales fue el abogado Jesús Ortiz Muñoz, quien se encargaba de leer las notas que engalanaban el programa. Amanda, una de sus hijas, heredó su oficio, siendo su aliada al oficiar como maestros de ceremonias. Eran invitados a las fiestas como el Concurso Departamental de Bandas en Samaniego. Sus programas con tríos en vivo llegaron a tener resonancia en todo el país al contratar transmisión nacional con las cadenas Todelar o Súper. Y por supuesto era muy buen vendedor, ya que conseguía importantes patrocinadores para lo que él llamaba ‘Especiales Musicales’. También fue animador de tarima en las verbenas del Carnaval de Pasto.
Su voz se dio a conocer a través de Ecos de Pasto, La voz del Galeras, y el Grupo Radial Colombiano. Edmundo Acosta hacía las veces de empresario arrendando los espacios radiales, para ello tenía que conseguir los patrocinadores como aportantes del financiamiento de los espacios y obtener una utilidad, que no siempre era la mejor, porque los mayores beneficiados eran las estaciones de radio. Pero también hizo programas en vivo en la Concha Acústica Agustín Agualongo. Lo que debe quedar claro es que nunca fue empleado de emisora alguna, siempre se destacó como empresario de la música.
Ha partido aquel hombre de la personalidad liviana, el personaje que en su tiempo se lo identificaba con la música de tríos, el hombre presto siempre a servir a los demás, el que le hacía el servicio social de manera gratuita en la Ecos de Pasto. Deja una gran familia, muy bien conformada, bajo los preceptos heredados de doña María Luisa Teotiste, su madre.
Edmundo Acosta Dávila, una noche se fue a dormir y, al día siguiente, no despertó, se quedó profundo en el lecho de Dios. Una muerte llamada bonita. Dios y la vida actuaron con generosidad con él, y vivir más se convierte en un suplicio, por eso no hay mejor muerte que la que ya nos permite descansar de las buenas obras y de haber hecho lo suficiente.