Por Giovanny Gómez Palomino
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Cuando las calles se llenan de luces y el aire de villancicos, es fácil olvidar que la verdadera esencia de la Navidad no está en los escaparates ni en las mesas abundantes, sino en la capacidad humana de trascender las barreras del egoísmo y tender la mano al prójimo.
Como decía el filósofo Jean-Paul Sartre, “El hombre está condenado a ser libre.” Esta libertad, más que un peso, es una oportunidad: la de decidir cada día qué huella queremos dejar en el mundo. Y en una época como esta, donde la división y la indiferencia parecen eclipsar lo humano, ¿por qué no elegir la bondad como nuestra respuesta?
Martin Luther King Jr. nos recordó que “La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad; solo la luz puede hacer eso.” ¿Qué tal si este diciembre, tú decides ser esa luz? Una luz que ilumine los rincones más sombríos de nuestra sociedad: el comedor donde falta un plato, la soledad de un anciano, el frío que siente el que duerme en la calle.
No hace falta hacer grandes sacrificios ni gestos desmesurados para marcar la diferencia. Una sonrisa genuina, un abrigo regalado o una visita inesperada pueden cambiar el día, incluso la vida, de alguien. Como lo expresó la Madre Teresa de Calcuta: “No podemos hacer grandes cosas, pero sí cosas pequeñas con gran amor.”
La invitación está servida: dona tu tiempo en un hogar de niños, escribe cartas a pacientes en hospitales, comparte una cena con alguien que no tiene dónde celebrar. Si cada uno de nosotros hace un pequeño esfuerzo, estaremos creando una cadena infinita de actos de bondad.
El poeta Rumi dijo una vez: “Eres un océano en una gota.” En esta Navidad, seamos gotas de bondad que juntas formen un océano de esperanza. La revolución que el mundo necesita comienza con un acto simple, pero cargado de propósito.
Y tú, querido lector, ¿cómo eliges ser parte de este cambio?
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