Alejandro García Gómez en el país de los sueños y las sombras

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Por Carlos Bastidas Padilla

Se ha dicho que toda narración es un misterio y que su forma de contarla más precisa es la novela y que ésta, más que un espejo de la realidad, es un espejismo. Pichouka et Gabriel en el país  des sueños et sombras, de Alejandro García Gómez, es una novela de esas que siendo difíciles de leer abren caminos para las nuevas formas de narrar. El lector se desconcierta inicialmente preguntándose qué es lo que se cuenta aquí; pero  a medida que se adentra en el relato, o vuelve a su lectura, se deja llevar por la  manera cómo se está contando, y así pasa del desconcierto al gusto por la riqueza expresiva del texto, por la exploración de la forma que, al decir de Michel Butor, puede llevar a la revelación de nuevas cosas; con todo, la novela más que una forma de ver viene a ser una manera de contar; esta manera de contar es en donde el lector de esta nueva obra de García Gómez, si no se está atento, puede soltarse del hilo de Ariadna y abandonar el laberinto poético de este texto por no permitirle el confort de la lectura de la novela tradicional a que, tal vez, se ha acostumbrado; “lector hembra” llamaba Cortázar a esta clase de lector; a ese que tal vez no podía o no quería seguir leyendo su “Rayuela”, por ejemplo.

Pichouka et Gabriel en el país  des sueños et sombras, como ya se dijo, es una novela de difícil lectura, si nos atenemos a la búsqueda de un argumento que responda a la pregunta ¿qué cuenta? Hay un niño llamado Gabriel, una innominada madre, un padre que va y que viene, que arregla la casa y prepara la comida, y nada más, una gata llamada Pichouka, una imaginaria amiga del niño que es su gata transfigurada en una niña sabía  que conduce al niño al país de las sombras y los sueños; país ajeno a ese que aterra a su madre y que es un campo de malandros y gánsteres que lo mal gobiernan, lo ensangrientan, explotan y manipulan mentalmente con el opio de fútbol;  todo esto presentado aquí ―aunque un tanto  discursivo― en contraposición con la fantasía y los sueños en que se embebe Gabriel, todo en  una confluencia poética para darnos una obra que es una transfiguración poética de la realidad en la que los personajes de esta novela parecen estar o no estar; es que parecen embebidos en un sueño; eso es, son personajes de un mundo onírico, así sus vidas a ratos parezcan desenvolverse en medio de las cosas cotidianas: salir de compras, preparar los alimentos, asear la casa, sentarse a escribir en el computador, velar el sueño de un niño, lavarlo, contarle cuentos antes de dormirse; ¿pero en realidad pasan estas cosas? Sueñan: la joven madre con volver a su país a presentarle a sus padres a Gabriel, y Gabriel con estar en el parquecito al que lo suele llevar su madre y en donde sueña entrar a otro mundo con su gata transformada en una niña compañera en busca de las cuatro llaves que un mago les dice que deben buscar para abrir el cofrecito que le está destinado al niño; y con todo, la nostalgia, la tristeza de la madre al recordar los tiempos de su niñez en su pueblo, y los viajes con sus padres, y el vivir despreocupado de los tiempos de la adolescencia en las alegrías y travesuras de las primeras escapadas de la casa para ir a los bailes o a pasear por ahí con sus primos o sus amigos; nostalgia de ella y recuerdos dulces del niño por su Abe (abuelo) y su Tita (abuela), a quienes cree  que viven en el “aipad”, pues todos los días se conectan con él que como niño no sufre de nostalgia alguna sino que vive en las fantasías de niño, que le son propias.

El Medellín de esta novela “es una ciudad de pillos”, dice una tosca mujer en medio del barullo de un grupo de  jóvenes que lo mismo juegan futbol que disparan sus fierros al aire  y en donde uno de ellos yace muerto en el suelo. En esa ciudad tal vez murió el papá de la madre de Gabriel; en un sueño, mientras baña a su hijo, ella va a buscarlo a la nube desde donde él la llama para decirle que la verdad que busca está en su propio corazón, algo así; dicho esto, la fantasmal figura del padre desaparece. Así ocurren las cosas en este libro en donde todo parece ir entre apariciones y desapariciones, entre el soñar y el despertar; así es el juego poético, onírico, en el que García Gómez ejercita sus saberes narrativos, su estro poético y su experticia lingüística; dándonos, al final,  una novela  moderna, planteada desde una dimensión del mundo en el que no podemos andar a nuestras anchas como los lectores “hembras” de las novelas tradicionales, sino como los mineros que se adentran en los socavones alertas a los encuentros de los tesoros que a veces son inesperados; es decir, esta novela nos induce a estar despiertos para entrar en el juego  de las posibilidades narrativas que nos plantea Pichouka et Gabriel en el país  des sueños et sombras, de Alejandro García Gómez desde su lejana Nod, que debe de quedar en el país de los sueños y las sombras o un poco más allá o más acá. Vaya uno a saber.

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