Desde Nod
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com
Pasto conserva aún su carácter de ciudad colonial (con rezagos de mentalidad medieval en sus élites, en las que aún son valiosos los abolengos de pacotilla de los apellidos “añejos”) a pesar de que la ciudad moderna posee -y exhibe orgullosa- casi todos los “adelantos” de la vida actual y a pesar de la compacta polución del aire de sus apretadas calles, invadidas por un parque automotor de particulares (del que pareciera que supera a las familias); y a pesar de que el Dane estimó -para 2023- en 410.835 sus habitantes (que pueden ser unos cincuenta o cien mil más, sumada la población flotante).
Aunque el período histórico llamado La República, abolió de su nombre el colonial “San Juan de…”, muchos de sus habitantes, y aún quienes se precian de cultos, se sienten orgullosos de seguir llamándola como “San Juan De Pasto” (y no el republicano y a secas “Pasto”) que fue el “regalo” de algún delegado de la Constitución del 91’, la última, que lo retrotraería de alguna colonial memoria o de algún empolvado pergamino con prosapia. Así es la fría -y amada para mí- Pasto, y así la vivo dentro de mí (con las cúpulas cada tres o cuatro cuadras de sus magníficas iglesias, su llovizna sempiterna embadurnada de su vientecillo cargado de hielo o sol picante y del polvo de sus calles -y ahora de polución- enterrándosele a uno en los ojos hasta las lágrimas) y así amo a la ciudad de los amaneceres de mis estudios universitarios y parte de mis secundarios y vuelvo alborozado a ella, y a mi Departamento, encadenado por el extraño y contradictorio amor de Paraíso Perdido, el olor y sabor de sus viandas y su pan -únicos en Colombia-, que hacían exclamar a los oficiales de los llamados ejércitos libertadores en los combates “empujen, empujen, que nos espera el pan de Pasto”, según el escritor dominicano Juan Bosch, en uno de sus ensayos históricos.
¿Será incidental que esa élite que ha gobernado a Pasto y Nariño, sea descendiente de la misma que se opuso a la acción de los ejércitos entonces llamados libertadores, que en su momento eran la avanzada militar y armada del pensamiento que la humanidad nos brindaba como un rescoldo del regalo de Derechos Humanos que nos llegaba del Iluminismo Francés y que dio origen a su Revolución? ¿Será incidental que esta misma “casta” -de terratenientes, militares, empleados de la Corona Española y clérigos- es la heredera de la que manipuló a su pueblo, en ese entonces ahogado en una masa de ignorancia y prejuicios religiosos, y lo lanzó a una guerra (contra la Historia) que lo destrozó y, que aún hoy, la sufrimos? Que hubo lecciones de valor y de heroísmo que nos enorgullecen, porque de ellos descendemos, es indudable, así algunos consideremos hoy que nuestros próceres sureños -repito, de quienes orgullosamente descendemos-, estuvieron del lado contrario del avance de la Historia en cuanto a Derechos Humanos, claro todo esto señalado desde la poltrona que me brinda el claro panorama de más de doscientos años de Historia.
¿Por qué traigo este amplio prolegómeno? Porque en la pág. 42 del libro que hoy reseño (“Amores fáusticos”) se lee algo que es para mí, novedoso y, también para mí, el dato más interesante que nos expone su autor: el caso de La Bucheli, en Pasto. Lamentablemente, se pinta apenas en página y media. Estoy seguro de que el escritor Edgar Bastidas Urresty, (quien también forma parte de la Academia Colombiana de Historia), más adelante -y en un tiempo ojalá no lejano- nos proporcione los hallazgos de esa veta que deja abierta en este libro, y de la que por ahora sólo nos da una pincelada. Es que La Bucheli (como persona real que da origen al personaje literario), al parecer, forma parte del entorno familiar de quien fuera el primer Gobernador de nuestro Departamento; Bastidas no lo explicita, y por eso no se sabe si lejano o cercano. Lo deja “medio dicho”. Así de simple. Y aquí radica su importancia. Suponemos que alrededor de este silenciado caso (que en ese tiempo logró hasta cambiar el título de una novela (en la mojigata Pasto de entonces) de un autor regional reconocido entonces, Juan Álvarez Garzón -que era quien contaba literariamente el suceso, según Bastidas U.-, deben ir surgiendo multitud de hilos históricos que lo lleven a él o a otro que se atreva, al conocimiento más profundo de la génesis de nosotros como pueblo, y no sólo a contemplar desde acá abajo las miríadas de luces del olimpo parroquial santurrón de esas familias que nos han gobernado, refulgencias de las que se han ocupado varias personas y quizá recursos. Que todo sea en beneficio de nosotros, los lectores y moradores. Bastidas Urresty ya nos había deleitado antes con una (en sus palabras) “crónica histórico social” de similar explosividad: “El Fariseo” (1985), valiente y muy controvertida a nivel regional y nacional.
En su contraportada se lee -sin que nadie firme esta aseveración, por lo que se presume que está redactada por su autor- que “Amores fáusticos” es un libro de relatos, así a algunos nos parezca que se trata más bien de las crónicas de una vida cualquiera o, mejor, de los amores y lances sexuales de un académico solterón, profe universitario, escritor, que, a veces toma diferentes nombres, pero pareciera ser el mismo personaje a través de los diferentes relatos o crónicas y que nos proporciona hasta los diversos nombres de las innúmeras agraciadas (¿desgraciadas?) de sus amores. Sólo al relato o crónica final (Cenizas) lo señala como cuento. Quizá estos lances y estas historias de amor y de sexo indujeron al autor a su título, que rememora la historia popular medieval de Fausto, que el genial Goethe la llevó al teatro en el siglo XIX.
A la par con cada relato o crónica, el narrador o narradores -que, con diferentes nombres, se conjugan en uno solo- nos va mostrando retratos en movimiento de los cambios, del pasado y del presente de nuestra región, de sus habitantes y del país de mediados del siglo xx, en el que debieron vivir Emilio o Hernando (el último, un personaje del que el narrador relata que ha muerto, pero que en la página 115 el lector encuentra que, extrañamente, lleva el nombre de Emilio). Esta es otra de las razones por las que lo señalo también como libro con límite cercano a la crónica. Como son muchas las pistas que el escritor va regando en este camino de páginas, ¿sería muy arriesgado pensar que el protagonista de todos estos lances es un “alter ego”? Dejemos que cada lector independiente, o cada una de las lectoras agraciadas con sus nombres en estas páginas, lo descubra o lo decida.
Amores fáusticos viene a enriquecer la lista de títulos publicados por el autor de Samaniego, Nariño (1944) y la cada vez más densa producción de autores nariñenses.
Medellín, 17.IX.24