Columna desde Nod
Por Alejandro García Gómez
Sandoná es una población que se asentó en una de las mesetas que se han formado geológicamente en los desfiladeros del nudo del Galeras, entre el volcán (a 4264 msnm) y los vórtices del río Guáitara (a menos de 800 msnm). Está ubicada a una hora y cuarto en la carretera llamada de la circunvalación al volcán. Su clima es benigno (café y caña es su producción agrícola) y su población amable, bella y creativa. Es en esta población donde el talento musical podría decirse que se da silvestre.
Nelson Luna también proviene de otra familia de músicos natos, los Luna, así como los Castillo, los Maya y otros apellidos y quizá más por eso Nelson Luna también fue consciente de esta otra virtud sandoneña. Terminados sus estudios de educación musical en la Universidad del Valle supo que su destino era buscar la manera de que su Sandoná del alma tuviera una escuela de formación musical desde su infancia y primera juventud, como él la había deseado. Comenzó haciendo trabajar ejercicios de escalas y notas con flauta dulce. Fueron llegando más niños y a los padres, a quienes pudieran, les recomendó que les compraran el instrumento preferido por su hijo (a) en algunos almacenes que él fue encontrando, los mejores en calidad y precio. Los padres de familia atendieron su llamado y quienes pudieron hacer la compra la hicieron, otros comenzaron con el ahorro. Y en septiembre de 2005 comenzó la banda. Hoy son 35 entre niños y niñas. Y sobre el nombre no tuvo dudas, le haría el homenaje al más grande músico que han dado estas breñas llamadas guaicos por lo incas, el maestro Jorge Rodríguez, conocido como el “Pote Mideros”.
Hoy es grato para los sandoneños escuchar sus conciertos al aire libre en su parque entre el aire tibio y fragante de su sol, como el de este domingo 20 de noviembre. Lo que quizá nadie, a excepción de su familia, algunos discípulos y muy pocos amigos saben es que para tener esta gran banda de pequeños, él debe desplazarse en una odisea semanal, desde el municipio de San Lorenzo, donde labora como docente de su colegio de lunes a viernes. Pasado el medio día del viernes sale hacia Pasto. Ya allí, después de atravesar la ciudad, toma otro vehículo a Sandoná, donde está llegando entre las cinco y seis de la tarde. Descarga su equipaje, saluda a su esposa e hijos, toma algún alimento y a las 7 p. m. ya se encuentra en clase con los niños de la banda. La noche de viernes se ensaya los ejercicios aprendidos en la sesión anterior y dejados como tarea de clase. A las 9 p. m. termina esa jornada y vuelve comenzar el día sábado en tres sesiones: de 9 a. m. a 12 m., de 2 a 5 p. m. y luego de 7 a 9 p. m., donde enseña temática nueva. El domingo la jornada es de 9 a. m. a 12 m., donde termina la temática y finaliza la jornada por esa semana, y así cada semana. Sale del ensayo y comparte con su familia hasta las 4 o 5 p. m. del domingo cuando nuevamente debe viajar a Pasto para madrugar más o menos a las 4 de la mañana del lunes a tomar transporte hacia su colegio de San Lorenzo. Una jornada heroica, que él la toma como si cualquier cosa.
Es escaso el apoyo municipal, departamental o nacional recibido, aunque siempre hay promesas. “No peleo con nadie, no tomo partido por nadie y cuando alguien quiere ayudarnos, de manera inmediata lo tomamos”, dice con esa serenidad de “hombre bueno, en el mejor sentido de la palabra bueno”, como dice el poeta Antonio Machado. Sé que nuestra Colombia debe tener más Nelsones Lunas, callados héroes no sólo de la música sino también de otras artes, cultura y deportes, y a ellos les debemos los grandes logros por los que después se enorgullecen nuestros gobernantes, como es su deber. 21.XI.11