Por J. Mauricio Chaves Bustos
¿Y dónde está la memoria de los pueblos?
Respuesta al Departamento Administrativo de Cultura de la Alcaldía de Ipiales
Este 10 de noviembre se conmemoran 200 años del asesinato de Josefina Obando, a quien el pueblo ha llamado “La ninfa mártir”, pasada al cadalso por Eusebio Mejía apodado “El Calzón”, cumpliendo órdenes de Agustín Agualongo, Estanislao Merchancano y Benito Boves, por el grave delito de haber coronado la cabeza de Simón Bolívar con laureles en Ipiales el 12 de junio de 1822, durante su paso a Quito. Ella representaba a gran parte de la población del territorio de Los Pastos, quienes desde 1809 fueron afectos a la causa patriota, como fácilmente se deduce del acta autonomista firmada en Ipiales el 7 de septiembre de 1810 y ratificada en Cumbal el 28 de septiembre del mismo año, buscando de esta manera separarse del Cabildo de Pasto y así de la Corona española. Es así como, junto con la “corona de laureles”, los ipialeños donaron dineros y joyas al ejército patriota que venía de enfrentar a los pastusos en la dura batalla de Bomboná.
Escapado Benito Boves de Quito y Agustín Agualongo licenciado por su condición de indígena, al llegar a Pasto encuentran una población descontenta con el armisticio firmado por los jefes pastusos, de tal manera que encontraron un caldo abonado para iniciar una rebelión el 28 de octubre, rompiendo de esta manera el tratado firmado con el gobierno republicano, partiendo hacia Túquerres, retomándola a sangre y fuego, al igual que varios poblados de Los Pastos, entre estos Ipiales, tomando venganza, asesinando hombres y mujeres, quemando archivos y robando cuanto pudiese servir para su causa, además de imponer contribuciones sin admitir excusa ni excepción, y como lo dice Sergio Elías Ortiz “y hasta con la amenaza de si se resistían, el mismo general Boves vendría con su división a pasarlos por las armas”.
Es un hecho sabido la soberbia y el encono con que los realistas pastusos trataron a los patriotas de Los Pastos, Jairo Gutiérrez Ramos, retomando al historiador José Manuel Restrepo en su enjundioso estudio “Historia de la revolución de la República de Colombia”, publicado en la temprana 1827, anota: “la provincia de Los Pastos, un tradicional refugio de patriotas, fue devastada por los neo-realistas: todos los hombres útiles para las armas fueron reclutados, se recogieron cuantas armas se pudo conseguir y se extrajeron `más de tres mil reses de ganado vacuno, dos mil quinientos caballerías y otros varios efectos de valor que pasaron al lado septentrional del Guáitara`”.
De Josefina Obando hemos recibido información a través de la tradición oral, toda vez que el archivo del poblado fue incendiado por los realistas, de tal manera que hasta el momento ha sido imposible encontrar un documento que hable de esta historia nefasta para Ipiales y para la ex provincia de Obando. Ildefonso Díaz del Castillo, Paulo Emilio Morillo, Salvador Velásquez Herrera, Arquímedes de Angulo, Roberto Sarasty -el historiador de la comarca-, Florentino Bustos -el poeta de las nubes verdes-, Enrique Pantoja Muñoz, entre muchos otros de los “de adelante”, así como Jorge Luis Piedrahita, Armando Oviedo, Guadalupe Flórez, Jaime Coral Bustos, entre muchos otros, han recogido esa tradición y han alimentado así nuestra historia madre vernácula.
Dicho lo anterior, se debe decir que desde hace varios meses muchos ipialeños interesados en el rescate de nuestra memoria, hemos venido haciendo los llamados pertinentes para que el 10 de noviembre, bicentenario del asesinato de Josefina Obando, no pase desapercibido y se conmemore dicho evento, así como lo ha hecho el país con ocasión de los bicentenarios de 1810 y 1821, así como lo está haciendo Pasto con la batalla de Bomboná y lo hará con ocasión del triste recuerdo de la navidad nefanda, así como lo está haciendo Quito, Riobamba, Ibarra, entre otras ciudades hermanas del Ecuador.
En vista del silencio preocupante de la administración municipal de Ipiales, el día 15 de octubre radiqué un derecho de petición solicitando se informara a la ciudadanía sobre la programación o los eventos a realizarse con ocasión del bicentenario del asesinato de la heroína ipialeña, petición que fue remitida al Departamento Administrativo de Cultura de la Alcaldía de Ipiales, dando respuesta el día 3 de noviembre, en donde en conclusión se informa que no se hará absolutamente nada. Esto, sería entendible en un medio en donde la cultura y la memoria parecieran no importar, muestra de ello es la exagerada inversión en un festival que acaba de cumplir 15 años y no en la propia Banda Municipal de Ipiales que acaba de cumplir 116 años, o quitando el apoyo a los Carroceros y Minicarroceros de Ipiales del carnaval de Negros y Blancos que tiene una tradición de 106 años.
Sin embargo, lo que realmente preocupa son los argumentos y la responsabilidad que se endilga frente a algo que, pareciera, quieren ignorar. En un primer punto protocolario, agradecen el interés por resaltar “personajes y hechos importantes”, lo cual aporta, según la lacónica respuesta, a académicos e historiadores del municipio. Al respecto anotar que quizá no han leído mis escritos, ni tampoco tienen la obligación de hacerlo, sin embargo eso les permitiría comprender que el objetivo apunta a formar un pensamiento crítico partiendo de la propia singularidad ipialeña sin desconocer las otredades, que es un trabajo que está direccionado a todo público, que precisamente lo que busca es también romper el tradicional esquema “academicista” con que hemos sido vistos desde lejos para fomentar nuestra lectura propia desde la cotidianidad.
En segundo lugar, responden que “en este despacho existen pocos datos literarios referentes al tema de su petición”, razón por la cual la conmemoración no se encuentra fijada en la agenda institucional. Agradezco en este punto que vean la historia como literatura, donde la creatividad debe contribuir para generar procesos pedagógicos amigables e incluyentes, aunque se debe ir más allá del mero dato para no quedar o en las frías estadísticas o en las livianas anécdotas que muchas veces frivolizan los acontecimientos. Aquí está el meollo del asunto, ya que en esta respuesta lo que yace es una autocrítica, no meditada pero si explícita, inocentemente se reconoce la poca importancia que esta y otras administraciones municipales le dan al estudio de la memoria ipialeña.
Claro que no hay literatura, ni de ésta ni de ninguna, porque no se invierte en la investigación, en la creación y en la industria editorial -que va mucho más allá de tener una imprenta para sacar libros a granel-. Claro que no hay literatura porque los escritores no reciben ningún incentivo de parte de la Administración Municipal de Ipiales, al contrario, parecieran ser un estorbo al acomodo de capitales físicos antes que un refuerzo a los capitales intangibles donde yace el espíritu del pueblo. Claro que no hay literatura, porque no se estimula la creación desde la temprana infancia, porque a los jóvenes se los encasilla o se los excluye de las políticas públicas culturales, porque a los escritores en su madurez se los abandona a su suerte. ¡Cómo puede haber literatura así!
Y finalmente se anota que “sin dejar de lado la tradición oral y el ideario característico de los ipialeños” desde mi experiencia y conocimiento “se pueda brindar información pertinente al respecto” para que así estos hechos históricos empiecen a formar parte de las agendas institucionales “no únicamente para académicos e historiadores”. En este punto debo resaltar el carácter formalista conque hemos crecido como nación, en palabras castizas “una leguleyada”, ya que pareciera que llevando la oralidad al texto, la historia cobrara visos de verdad verdadera. Increíble que en un medio como el nuestro la oralidad deba padecer -en este caso- el asiento de la palabra escrita, así como lo debe hacer un desocupado notario poniendo sellos y rubricando para certificar que lo que dice alguien es una verdad. Yo no estoy en ese papel, ni quiero estarlo.
¿Por qué no se convoca a toda la ciudadanía ipialeña para que participe en un evento cultural en donde todas las muestras artísticas cobren vigencia de un acontecimiento que hemos heredado de nuestros abuelos? ¿Por qué no se incentiva la investigación, la creación de los docentes de Ipiales y de la ex provincia de Obando, mediante foros, seminarios y publicaciones amigables? ¿Por qué no se incentiva a un grupo de investigadores que recopilen la historia matria, tanto escrita como oral, asignándoles salarios dignos y todas las comodidades que su trabajo requiere? ¿Por qué en las escuelas no se incentiva la literoralidad propia, con pénsums incluyentes de los enfoques territoriales, étnicos y de género?
El gran problema es que las administraciones municipales, incluida esta desde luego, le apuntan más al espectáculo que al proceso. Quizá sin pretenderlo siguen abocando por una historia patria alejada de la realidad, ya que el rescate de la memoria propia permite ser autocríticos con esa propia realidad, tal vez no hemos superado nuestra propia colonialidad de pensamiento y seguimos creyendo que lo que nos dice la “oficialidad” es la verdad, así en singular, porque pareciera que la pluralidad no cabe en esta administración municipal, no por sus empleados ni trabajadores, sino entendida ésta como una superestructura que prefiere seguir viéndonos como siervos de un feudo muchas veces ajeno.
Confío en que alguna mano amiga se digne poner el 10 de noviembre, aunque sea una flor en recuerdo de Josefina Obando y de todos aquellos mártires ipialeños y obandeños que murieron siendo fieles a sus ideales y a sus principios, una flor que alimentará nuestra memoria, por ahora marchita. Confío en que algún profesor ese día les hable a sus alumnos de la importancia de la libertad y de la conciencia recordando a nuestras mujeres ipialeñas. Confío en que algo ha de pasar.
Imagen: J. Mauricio Chaves Bustos