Mi ventana
ramigar71@hotmail.com
Es inevitable en esta época decembrina
retroceder mentalmente el implacable paso del tiempo para situarse en la
infancia y adolescencia vivida en el barrio o cuadra de nuestro lugar de
origen. Cuántas navidades compartidas con personajes
cercanos, con quienes en la mayoría de
los casos, jamás tuvimos la cierta oportunidad del reencuentro, pero cuya
estampa y entorno permanecen como
inquietos fantasmas en nuestro imaginario. Un verdadero conflicto entre el
deseo y la realidad que dispersa con la fuerza de un ventilador a todos los
terrenales hacia escenarios lejanos e insospechados.
retroceder mentalmente el implacable paso del tiempo para situarse en la
infancia y adolescencia vivida en el barrio o cuadra de nuestro lugar de
origen. Cuántas navidades compartidas con personajes
cercanos, con quienes en la mayoría de
los casos, jamás tuvimos la cierta oportunidad del reencuentro, pero cuya
estampa y entorno permanecen como
inquietos fantasmas en nuestro imaginario. Un verdadero conflicto entre el
deseo y la realidad que dispersa con la fuerza de un ventilador a todos los
terrenales hacia escenarios lejanos e insospechados.
Cómo no recordar aquel fatídico día en que esa
fuerza centrífuga del destino combinada con la innata ansia de superación, nos
condenaron a muchos coterráneos al destierro voluntario, al desarraigo, al
trasegar con retratos envejecidos y amarillentos de la adolescencia, por
regiones y países desconocidos llenos de incertidumbre y situaciones cambiantes. Con la mirada fija en
un objetivo común: el mejoramiento continuo a cambio de no ceder en el
obstinado apego a la tierra. Con nuestro cerebro parafraseando implacablemente
a Shakespeare: sabemos lo que fuimos, pero no lo que pudimos haber sido en
nuestra pequeña aldea. Una lapidaria y jamás resuelta incógnita.
fuerza centrífuga del destino combinada con la innata ansia de superación, nos
condenaron a muchos coterráneos al destierro voluntario, al desarraigo, al
trasegar con retratos envejecidos y amarillentos de la adolescencia, por
regiones y países desconocidos llenos de incertidumbre y situaciones cambiantes. Con la mirada fija en
un objetivo común: el mejoramiento continuo a cambio de no ceder en el
obstinado apego a la tierra. Con nuestro cerebro parafraseando implacablemente
a Shakespeare: sabemos lo que fuimos, pero no lo que pudimos haber sido en
nuestra pequeña aldea. Una lapidaria y jamás resuelta incógnita.
Con el transcurrir de los años, y luego de
establecer el balance de las experiencias vividas, incluso las más
amargas, no queda sino la resignación de
recordar esas etapas idílicas de varias temporadas navideñas, las más y mejor recopiladas de aquella
provincia de techos rojizos con sus
calles polvorientas durante los días veraniegos, y majestuosas y románticas
noches enmarcadas en la espesa neblina del invierno decembrino.
establecer el balance de las experiencias vividas, incluso las más
amargas, no queda sino la resignación de
recordar esas etapas idílicas de varias temporadas navideñas, las más y mejor recopiladas de aquella
provincia de techos rojizos con sus
calles polvorientas durante los días veraniegos, y majestuosas y románticas
noches enmarcadas en la espesa neblina del invierno decembrino.
Recordar, entre otros eventos, el destello de la pólvora fabricada por
artesanos ancestrales cuya seguridad era una garantía implícita; las “pasadas”
durante la novena de aguinaldos; la picaresca raizal en la elaboración de los
“años viejos”; la lectura del
inquietante testamento en la vespertina de final de año; la ansiedad de
adolescente para asistir con la mejor gala a la tradicional “fiesta de
disfraces” del 3 de enero; y, finalmente, el derroche de alegría y fascinación
durante los carnavales propiamente dichos. Por fortuna, y como ingrato
recuerdo, quedaron atrás aquellos salvajes episodios de ruptura violenta de ropajes carnavalescos, y
el uso irracional del agua.
artesanos ancestrales cuya seguridad era una garantía implícita; las “pasadas”
durante la novena de aguinaldos; la picaresca raizal en la elaboración de los
“años viejos”; la lectura del
inquietante testamento en la vespertina de final de año; la ansiedad de
adolescente para asistir con la mejor gala a la tradicional “fiesta de
disfraces” del 3 de enero; y, finalmente, el derroche de alegría y fascinación
durante los carnavales propiamente dichos. Por fortuna, y como ingrato
recuerdo, quedaron atrás aquellos salvajes episodios de ruptura violenta de ropajes carnavalescos, y
el uso irracional del agua.
Para ser concordante con mi escrito, evoco con
la mayor de mis nostalgias el recuerdo de algunos vecinos de mi cuadra:
Los Castillo, Pantoja, Chamorro, Fajardo, Portilla, Caicedo, Montilla, etc.,
con quienes durante la emotiva noche de muchos lejanos 31 de diciembre,
acompañábamos a don Pachito Narváez (q.e.p.d.), en su providencial e infalible
quema de nuestro maltrecho “taitapuro”…
la mayor de mis nostalgias el recuerdo de algunos vecinos de mi cuadra:
Los Castillo, Pantoja, Chamorro, Fajardo, Portilla, Caicedo, Montilla, etc.,
con quienes durante la emotiva noche de muchos lejanos 31 de diciembre,
acompañábamos a don Pachito Narváez (q.e.p.d.), en su providencial e infalible
quema de nuestro maltrecho “taitapuro”…
Jamás olvidaré esas mágicas y alicoradas
escenas.
escenas.
Como en Los pasos perdidos de Carpentier, la
constante para muchos paisanos será siempre la misma: Una vez abandonado, el
retorno al Edén es imposible…
constante para muchos paisanos será siempre la misma: Una vez abandonado, el
retorno al Edén es imposible…
FELIZ NAVIDAD Y AÑO NUEVO.
Diciembre 22 de 2014.
Este es un espacio de opinión destinado a
columnistas, blogueros, comunidades y similares. Las opiniones aquí expresadas
pertenecen exclusivamente a los autores que ocupan los espacios destinados a
este fin por el blog Informativo del Guaico y no reflejan la opinión o posición
de este medio digital.
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