
Por Yudy Zambrano Meza*
Facebook: yudy.z.meza
También soy del Guaico. Ese lugar que, según las lecciones escolares, significa “hueco”. Nuestro gentilicio es “guaicoso”, en mi caso “guaicosa”, y lo llevo con orgullo. En aquellas aulas de la Escuela Urbana de Niñas, actual Liceo Nuestra Señora de la Visitación, en los calurosos salones de clase, repetíamos una frase que aún guardo en la memoria: “Ancuya es un municipio que se encuentra ubicado en un ramal de la Cordillera Occidental, bordeado por las aguas caudalosas del río Guaítara.”
Así fue como nos enseñaron a ubicarnos en el mapa del país, a decir quiénes éramos, a iniciar nuestras primeras lecciones de geografía, de identidad, de territorio y, en mi caso, de las letras.
Porque sí, las letras también comenzaron ahí, entre dictados y silabeos, en un territorio que quizás para muchos es apenas un punto remoto, pero que para mí es raíz, es origen, es identidad. En ese Guaico de tierra fértil y olor a caña, donde lo cotidiano está lleno de historias que merecen ser contadas.
No siempre es fácil escribir. Hay días en los que las palabras se esconden, se enredan, se resisten. Pero más difícil aún es escribir para ser leída. Escribir para encontrar un eco, para que lo íntimo se vuelva diálogo. Lo pensaba hace poco mientras trabajaba en una ponencia para un congreso internacional de Derecho. La titulé: “Narrativas de lo humano: mujeres, literatura y derechos en tiempos de inteligencia artificial.” Un título ambicioso, quizás, pero que nace desde lo más simple y esencial: el deseo de contar nuestras historias en un mundo que cambia, que se automatiza, que a veces olvida lo humano.
Pensaba, entonces, en las mujeres que me han precedido en esta tarea de narrar: Virginia Woolf, que habló de la necesidad de un cuarto propio; Elena Poniatowska, que dio voz a los silenciados; Piedad Bonnett, con su poesía llena de humanidad; Laura Restrepo, Pilar Quintana, Carolina Sanín… Todas ellas, con sus estilos diversos, me han enseñado que escribir es un acto de resistencia, de amor propio, de libertad y de memoria.
Yo hago mis pinitos literarios, me atrevo a escribir y lo confieso con franqueza: también quiero ser leída, no por vanidad, sino porque creo que en cada texto hay una posibilidad de encuentro, de transformación, de despertar conciencia. Por eso valoro profundamente los medios alternativos de comunicación, esos espacios en donde la palabra no necesita grandes títulos ni editoriales famosas para tener valor.
Hoy, celebro con gratitud los 15 años de El Informativo del Guaico, una plataforma que ha sido ventana, puerta y casa. Una casa que nos recibe sin importar cuán lejos estemos o cuán pequeñas creamos, que son nuestras historias.
Gracias a este medio, he tenido la posibilidad de compartir mis letras, de expresar lo que pienso y siento.
Desde ese Guaico, hemos salido a recorrer caminos diversos. Nos hemos convertido en maestras, médicos, abogados, campesinas, artistas, lideresas, periodistas… cada quien, desde su quehacer, contribuye a la construcción de un mundo más justo, más digno, más humano, pero sin olvidar de dónde venimos, sin perder la raíz.
Porque escribir es existir y existir, desde el Guaico, es también una forma de resistir, de nombrarnos, de construir paz desde lo cotidiano.
Gracias por estos quince años de persistencia y compromiso.
Que vengan muchos más, y que nunca falten las palabras. ¡Felices letras!
*Abogada
Mg. Derechos Humanos