Después de la muerte, la vida

Yudy Zambrano Meza, abogada
Spread the love

Por Yudy Zambrano Meza
Facebook: yudy.z.meza

La semana pasada quise escribir una columna titulada “Que el dolor no nos sea indiferente” como un breve homenaje a Sara Millerey, brutalmente asesinada el 4 de abril en Bello, Antioquia. Su muerte me dolió profundamente. La sevicia, el dolor innecesario infligido, el odio… todo configura un escenario macabro e infame. Golpearla hasta quebrarle los brazos y las piernas, lanzarla a una quebrada para que se ahogara y luego, la multitud: una masa de espectadores que, en lugar de auxiliarla, usó sus celulares para grabar. No llamaron a una ambulancia, no alertaron a las autoridades, dicen que no podían hacerlo, tal vez, pero en un mínimo gesto de respeto, pudieron abstenerse de subir el video a redes. ¡Por Dios! ¡Cuánta indolencia, cuánta deshumanización!

Vivimos tiempos en los que el dolor ajeno parece no conmovernos, se normaliza la violencia, se banaliza la muerte, se viraliza el sufrimiento y aunque quise escribir en ese momento, por los afanes de la vida y de la academia, no logré hacerlo. Así es esta época de inmediatez, en donde los acontecimientos se sobreponen unos a otros y pierden importancia con velocidad pasmosa, parafraseando a Héctor Lavoe “esto ya sería periódico de ayer”.

Pero no, la muerte de Sara no puede quedar como un dato más, su vida truncada nos exige detenernos y pensar, porque no es solo un caso más, es la historia de una joven que merecía vivir, de una sociedad que sigue fallando su deber de protección, de una humanidad que parece perder su esencia frente a la vida.

Esta semana, en contraste, el tema de conversación es la muerte del Papa Francisco, una muerte natural, a los 88 años después de haber presidido la Vigilia Pascual y dar su última bendición al mundo. Su partida fue serena, en paz, y profundamente simbólica. Se va un líder espiritual que abogó por la justicia social, por la dignidad humana y por una Iglesia más cercana a los pobres.

Y entonces me pregunto: ¿qué tienen en común estas dos muertes? Ambas ocurrieron en abril, una, violenta y la otra, natural, ambas, sin embargo, nos invitan a reflexionar sobre la vida y su fragilidad, sobre el valor de cada ser humano, sobre el derecho fundamental a existir con dignidad.

La muerte no solo marca el final, también puede ser una alarma que nos sacude, una oportunidad para transformar. ¿Quiénes somos para quitarle la vida a otro? ¿Con qué autoridad decidimos que alguien debe dejar de existir? ¿Qué clase de sociedad estamos construyendo cuando naturalizamos la barbarie?

La reflexión es para quienes aún respiramos, para quienes aún podemos elegir, ojalá podamos vivir en plenitud, con conciencia, con responsabilidad, ojalá las muertes violentas terminen, ojalá, el amor y la empatía prevalezcan sobre el odio y la indiferencia.

Después de la muerte, lo único que queda es lo que hicimos con la vida y la vida es, o debería ser, lo más sagrado que compartimos.

Abril 28 de 2025


Ahora puede seguirnos en Facebook y en nuestro Canal de WhatsApp


Este es un espacio de opinión destinado a columnistas, blogueros, comunidades y similares. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores que ocupan los espacios destinados a este fin por la página Informativo del Guaico y no reflejan la opinión o posición de este medio digital.

Author: Admin

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *