Desde Nod
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com
A pocas semanas de aparecer la primera edición de esta novela (Bogotá, Ed. Plaza y Janés, 1987), su autor manifestaba, “…[El último gamonal] es una aproximación poética al eterno cuestionamiento del poder que he hecho en casi todas mis novelas y que la inmediatez no ha podido dejar traslucir en muchos lectores colombianos…”. Hace pocos días (nov. 2024), salió la última edición de esta novela en la colección de la Biblioteca Gardeazábal, de Intermedio Editores, y él mismo señala en su epílogo que “…y acaso la mayor parte de los países latinoamericanos, se han desarrollado porque en su estructura social hicieron el tránsito de países rurales a urbes citadinas gracias al poder y la influencia de los gamonales” (p. 203), y luego, para corroborar esta hipótesis, entra a señalar diferencias puntuales en los desarrollos de dos conglomerados urbanos como lo son Tuluá y Trujillo, ambos situados en el Valle del Cauca, a sólo 30 Km de distancia el uno del otro, disparidades causadas por las diferencias de sus fundadores, según él. Estas dos afirmaciones del reconocido escritor (reconocido a pesar o quizás a causa de todas las inquinas que se ha ganado en su vida por nadar en una corriente de libertad -para muchos, de niño caprichoso- que casi siempre va en contracorriente de la de la mayoría) nos sitúan en la base estructural de su pensamiento como novelista: su búsqueda literaria ha sido el manejo y la distribución del poder en la sociedad; un análisis desde su punto de vista, porque -como lo señalé en otro artículo, Los míos- él no es marxista y, por lo tanto, no hace este tipo de análisis, aunque muchas veces se intuye -o aún se ve-, que toma en préstamo posturas del filósofo judío-alemán y las imbrica con las de su cosecha. El último gamonal ratifica esa su eterna-humana búsqueda de él como escritor, pero acá, en la novela que hoy reseño, con la particularidad señalada en la segunda cita.
Ya en lo que me atrevería a llamar la arquitectura de confección o de construcción o de estilo, en El último gamonal presentó, para entonces como autor (1987), una novedad en su manufactura de hacer sus novelas. Para mí, su innovación (personal) fue la forma como se valió del diálogo para crear ambientes, situaciones y personajes de manera dinámica y contundente: pequeñas tomas casi fílmicas, que separan capítulos narrados en tercera persona que impulsan o motivan al lector a imaginar un ambiente, observarlo y escudriñarlo, como en la actualidad los modernos drones; aunque es bueno aclarar que el diálogo ya lo había desarrollado antes, de una manera extensa, en su anterior novela, El divino (1986). Acá tiene una “artesanía” un poco diferente, en cuanto a dinamismo (o estilo, como dije arriba). Cuando apareció, y la leí por primera vez por allá en el 87’ u 88’, confieso que a mi mente aprendiz impactó esa metodología narrativa (en mi relectura actual sigo disfrutándola). Claro que yo ya había leído otras obras y a otros maestros del diálogo como el cuento Los asesinos, de Hemingway, algunos de los de Rulfo, la novela El poder y la gloria y el resto de las de Graham Green y varias más de otros autores. Ya he contado en ocasiones anteriores que, como mi formación académica universitaria fue en química y biología, para la docencia (áreas de las que fui profe en mi vida laboral), mis estudios literarios los hice con o a la manera del autoaprendizaje -palabra no muy agradable, pero necesaria aquí-, según iba descubriendo autores o sugerencias amigas me los ponían en mi ruta. Pero la manera exacta, reducida, condensada y contundente de manejar el diálogo por Gardeazábal en esta novela, pero además de “separar” un capítulo de otro (ambientando un “antes”, un “presente” y un posible “después”) me trajo varias enseñanzas, de la misma manera que lo que había aprendido de los mencionados antes.
Sobre lo anotado de sus diálogos, pongo un ejemplo. En el capítulo seis (pg. 23) pinta la exacta relación entre el poder político-económico del poblado, Trujillo, con el clerical-religioso. No necesita ni un solo epíteto ni de sarcasmo ni de ninguna otra índole, para mostrar -descarnadamente- el descaro de una mesiánica jerarquía eclesiástica metalizada y llena de egoístas intereses personales y de grupo de entonces -y de hoy también en muchos casos-, alejados totalmente de las sabias, justas y humanas enseñanzas de El Nazareno, acostumbradas antes del Concilio de Nicea por los grupos cristianos apenas formados que las preconizaban. Destapa las dos caras de esa misma jerarquía clerical católica, una cara en el púlpito y otra después de bajarse de él. Más o menos, con similar factura a éste, dentro de la arquitectura que sostiene la novela en su construcción, son el resto de diálogos cortos capitulares que alternan con los de la narración en tercera persona, como señalé.
Dejo aquí mi reseña de El último gamonal, una novela para leer y, en mi caso, para releer, cerrando con las líneas finales con que acaba el epílogo de esta última edición del libro, “… Tal vez esta edición masiva siembre una pizca de orgullo en quienes ahora lo dirigen [a la población de Trujillo], y mirando su historia en detalle, no la repitan, sino que aprendan de ella hurgándola”.
Sandoná, diciembre de 2024