
Desde Nod
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com
El fallecimiento de don Miguel Garzón Arteaga (3.I.1941, Ipiales – 27.VI.2022, Pasto) llena de luto no sólo a Ipiales su cuna, a Pasto donde desempeñó gran parte de su trabajo, al Departamento de Nariño donde era conocido, reconocido y apreciado, sino a todo el sur de Colombia.
Don Miguel, “Miguelito”, para sus más entrañables amigos (en este caso ese diminutivo nuestro que expresa cariño), de amplio y pródigo espíritu, un periodista con título de sociólogo de la Universidad Nacional, Bogotá, reciente facultad entonces creada por el empuje y el patriotismo de Orlando Fals Borda, el Padre Camilo Torres Restrepo y otras eminencias, jamás pretendió provenir de las usuales, pretendidas y falsas élites. Dejó muy en claro que fue el último del hogar de ocho hijos formado por su padre Luis Alfonso Garzón, carpintero, de Yacuanquer, y de su madre Fidelina Arteaga Castro (que lo tuvo a los 41 años de edad), de Puerres y que se casaron en Tulcán (Ecuador), porque allá se conocieron.
Retirado ya de los micrófonos, de los teclados y de todas las carreras que suponen la noticia, la información y la formación de opinión, construyó una familia con un grupo de amigos (entre sesentones y noventones), El Parvulario, dedicado a temas literarios, culturales y artísticos, de estricta reunión los miércoles en las tardes pastusas, que la pandemia les obligó al traslado de sus oficinas desde una aromática mesa del café Moneta hacia el zoom. Tuve la ocasión de compartir con ellos, en Moneta y en zoom. Y me cuentan los Párvulos que se seguirán reuniendo, honrando la memoria del amigo y buscando -como los Detectives Salvajes, de Bolaño con su Cesárea Tinajero- el o la poeta nariñense que responde a las enigmáticas iniciales C. H. L. de un poemario que algún sesentón o noventón conserva. Creo que aún no lo han logrado.
En 2016, publiqué un artículo titulado “Miguel Garzón Arteaga y la cultura en Nariño”, el mismo que me permito compartir hoy, con alguna revisión:
No recuerdo exactamente cuál fue el año de mis vacaciones de profe del Inem de Medellín que decidí acercarme por primera vez a Diario del Sur, en Pasto, con todas las angustias y las prevenciones del “escritor” que ha comenzado sus escarceos literarios. Hacía más de diez años que vivía en Medellín y -en 1988 y 1989- acababa de ganar unos premios literarios nacionales en poesía y en cuento; eran mis primeros reconocimientos. Llegaba con unos inmensos deseos de escribir algo en un periódico, algo así como una columna periodística que me exorcizara del fariseísmo que me había generado la gente bien del interior de país ante un hecho natural pero doloroso y trágico para nosotros: el volcán Galeras se había reactivado. La ceniza, los temblores y los rugidos –decía la prensa- eran el pan diario. Y diario también -pero más en las noches- era nuestro terror ante esa incertidumbre. Yo estaba muy preocupado pensando en mis padres y mi familia. Desde el centro del país, no sólo el indiferente gobierno de entonces sino quienes siempre han manejado el poder político y económico comenzaron la hipócrita letanía de frases conmiserativas hacia mi región, al tiempo que le quitaban todas las ayudas económicas que significaban riesgo de pérdida para para ellos: se cortaron los créditos, comerciales y de toda clase, empezando por la financiación de los bancos. Fueron tajantes: de ahí en adelante, los negocios se harían al contado.
Alguna institución gubernamental de esas que generalmente pululan, que no tienen fin ni objeto pero que cobran sueldo y son “tanques” de votos para los políticos, había enviado una donación de bolsas plásticas negras a Sandoná -mi pueblo- para que fueran entregadas a las autoridades o a su hospital. El propósito era que sirvieran para embolsar a los muertos ante la ineludible tragedia. Al parecer no sólo llegaron a Sandoná sino al resto de municipios de alrededor del macizo volcánico y al mismo Pasto, me cuenta un prestigioso profesional nariñense que fue testigo presencial de ese hecho de donación y transporte de bolsas negras plásticas.
Una institución de beneficencia internacional se hizo sentir con otra dádiva, esta vez de medallitas: el objetivo era que fueran lanzadas desde su cráter, en busca del aplacamiento del volcán. Todo esto había despertado la ira, no sólo mía sino de la mayoría de nosotros. Por esta razón, en esas vacaciones mías me presenté con mi maletín de expectativas a la dirección de Diario del Sur, pues mi amiga, la poeta Lydia Inés Muñoz, me había contado que llevó mis textos ganadores a su director y que los había publicado; pensaba yo que ésta era una “cuña” a favor de mi propósito. Después de esperar por breves momentos se me hizo pasar. Al otro lado del amplio escritorio se encontraba un señor de más o menos entre 40 a 45 años. Siempre mantenía encendido un cigarrillo Président, entre sus dedos o en un cenicero, junto a una taza de tinto cerrero y una grabadora inmensa en un anaquel a su lado, encendida con bajísimo volumen, con noticias, sólo noticias. Esta visión del cigarrillo Président, la taza de tinto y la grabadora inmensa con noticias a bajo volumen en el anaquel, se repetiría en el resto de mis visitas que le hice cuando volvía para saludarlo en las periódicas vacaciones del colegio donde yo trabajaba.
Vinieron las presentaciones de rigor. Me contó que en el magazine dominical –Reto- se habían publicado mis obras ganadoras. Yo le agradecí (aunque no le dije que ya lo sabía por Lydia Inés) y le manifesté mi solicitud: deseo escribir una columna para el periódico, por estas y estas razones. Me manifestó su aceptación. Me dio unas pocas hojas-guía de las que utilizaba el periódico para los textos de sus periodistas, porque en ese tiempo se escribía a máquina. Me dijo “desde aquí hasta aquí”, señalándome con el dedo el tamaño máximo de cada artículo. Qué condiciones hay para escribir esta columna, le pregunté, no creyéndomela que ya “era” columnista. Me refería a algunas condiciones vinculadas con la profesión del periodismo, porque para esos días habían salido unas extrañas normas sobre un estatuto que se le ocurrió a algún deschavetado y sin oficio de ese gobierno y yo no era periodista graduado. “Aquí la única condición es no hablar mal del dueño”, fue su respuesta, palabras textuales que jamás he olvidado. Yo no sabía aún cómo se llamaba el propietario ni me había importado. Ya casi despidiéndome -y todavía en mi perplejidad que no sé si notaría- me preguntó, y cómo se va llamar su columna. No había pensado en ningún nombre; Nod, le respondí, luego de algunos instantes de vacilación. Es el territorio de Caín, personaje bíblico a quien admiro, y creí ver algo de sorpresa en su rostro. Le expliqué el pasaje bíblico (Gén. XIV, 16) pero con el “aliño” que le hace el nobel John Steinbeck en su magna novela Al este del Edén. Ahora el que vio perplejidad clara en sus ojos fui yo. No hizo ningún comentario y nos despedimos.
Ipiales su ciudad, Pasto y los nariñenses en general le debemos mucho a este hombre que toda su vida la ha dedicado al fomento de la cultura y del periodismo con altura y conocimiento. Varios amigos escritores de mi edad, o un poco mayores o más jóvenes, me cuentan similar historia que la mía en relación con el impulso que recibieron de él desde las páginas de Diario del Sur y desde el lamentablemente desaparecido Reto, su hebdomadario, levantado con su pulso y desaparecido para siempre después de que él dejara ese periódico. A las alcaldías de Pasto e Ipiales, a la gobernación de Nariño, a Diario del Sur, al resto de sus colegas periodistas y, ante todo, a la ciudadanía nariñense, que tanto ha recibido de su trabajo humano y humanístico, propongo un homenaje de reconocimiento a este sociólogo de la Nacional de los setenta.
Muchas otras cosas habría por contar de este “Hombre bueno” -en el pleno sentido que de la palabra de “Bueno” da don Antonio Machado- nacido de la entraña popular de la liberal clase media ipialeña, refugio del escritor ecuatoriano Juan Montalvo, escapado de la tiranía de García Moreno, pero dejemos aquí. Vaya Desde Nod mi abrazo de agradecimiento y amistad para don Miguel Garzón Arteaga. Hasta aquí el artículo referido.
Hoy me enorgullezco de haber sido su amigo. Hasta unas semanas antes de su fallecimiento logramos conversar telefónicamente. A doña Gloria su esposa, a Gloria y Miguel Mauricio sus hijos, mi abrazo solidario. QEPD. Medellín, 3 de Julio de 2022.