El lenguaje hablado en Nariño: dos obras

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Columna Desde Nod
Por Alejandro García Gómez.
pakahuay@gmail.com
Atatay, ¡qué asco!; achalay, ¡qué lindo o
gracioso o bello!
; achichuy o achichucas, ¡qué calor!; Achichay, ¡qué frío!,
chirle (adj.) mezcla o coloide muy “delgado”, o gelatina de pata de res endulzada con panela (sust.); soberado, (sust.)
desván; siéntese bonito, un adjetivo calificando o modificando un verbo, la
cual es función propia del adverbio
;

¡traerálo, verá!, modo verbal imperativo
en futuro, con reiteración de la orden; allasito y allasote o allasotote,
adverbio de lugar con sufijo diminutivo o aumentativo y “súper aumentativo”,
etc. y otros centenares de palabras –sustantivos, adjetivos y verbos- y
expresiones adverbiales son de común habla en el lenguaje cotidiano en el Dpto.
de Nariño, todavía, a pesar de la estandarización con que van arrasando los
medios masivos de comunicación. Algunas de ellas son arcaísmos españoles, otra
gran mayoría provienen del Qichua o Runashimi –dialecto regional norteño del
idioma del imperio incaico
– y otras muy pocas corresponden a una mínima
cantidad de voces de la lengua de los Pastos y mucho menos a  la de los Quillacingas –ambos invadidos por
los incas-, que se salvaron casi inexplicablemente. Veamos el por qué Nariño
las conserva:

Los accidentes geográficos al norte (valle
semidesértico del Patía y precipicios del Juanambú); al oriente la Amazonía
inmediatamente pasados Los Andes; al occidente la selva pacífica, también
inmediatamente traspuesto el otro marco de Los Andes, y al sur los precipicios
del Guaitara y más al sur el desierto ecuatoriano de El Chota, nos llevó a ser
una región geográfica, antropológica y sociológica insular durante mucho
tiempo, además de frontera hasta hoy, a pesar de ser paso obligado entre
Popayán y Quito. Esta insularidad creó un lenguaje particular dentro de la
lengua española hablada en Colombia
, propio sólo de nuestra región sureña, de
la que aún hay propios que se avergüenzan o propios y forasteros que se burlan,
afortunadamente cada vez menos.
Este particular vocabulario cotidiano unido a
la mezcla de fonéticas incaica –predominante como invasora prehispánica-, pasto
y quillacinga, fonéticas que se han formado como con un gran número de notas en
un pentagrama ideal, si se pudiera hablar de ello, que denotan diferentes
estados de ánimo, diversos efectos buscados en el contertulio, etc., además de
una comunicación sin palabras, compuesta sólo de gestos, de facciones, de
actitudes y de miradas (a veces, sin mirar), diferencian mucho la comunicación
del nariñense con la del compatriota de interior del país
y quizá, en algunos
eventos, la dificultan. Esto también ha sido objeto de oprobiosa e infame
burla.
“Glosario de quechuismos colombianos”, de
Arturo Pazos Bastidas (Editorial Caza de libros. Tercera edición. Ibagué. 2012.
127 pp.) y “Diccionario de la ‘Lengua’ Pastusa”, de Rafael Sanz Moncayo
(Editorial Graficolor y Audiovisuales Minacuro. Segunda edición. Pasto 2011.
306 pp.), son dos obras que vienen a complementar –y de manera amplia y cada
vez más elaborada- el camino de recopilación y explicación de este tema
lingüístico que antes habían precedido otros ilustres investigadores.
Según la reseña biobliográfica, Pazos Bastidas
es de Guachavés (Nar.), nacido en 1925. Fundamentalmente se desempeñó como
profesor, escolar primero, de secundaria luego y finalmente abogado con doce
obras escritas, la mayoría inéditas. Rafael Sanz Moncayo, médico, nacido en
Pasto, no registra fecha de nacimiento, pero por la fotografía de la solapa
parece una persona de lo que hoy se llama Tercera edad.
Si bien la obra del médico Sanz Moncayo es
mucho más extensa y completa que la del profesor Pazos Bastidas, al leerlas con
detenimiento se encuentra que ambas se complementan
; esto para los estudiosos
académicos o para quienes por diferentes necesidades nos acercamos a ellas.
Pienso que, en este sentido, ambas son necesarias, quizá imprescindibles.
27.V.14

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