En recuerdo mío

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Por Jorge Dueñas Romo
jorgedue.12@hotmail.es

Estados de angustia, zozobra y mucho dolor son los que se han mantenido hace ya más de un mes como consecuencia del tercer y peor pico de la pandemia del covid-19 hasta ahora a lo largo y ancho del territorio nacional, por supuesto Sandoná no ha sido ajena a la situación y tristemente hemos visto como han partido amigos y vecinos con los que compartimos en algún momento de la vida al menos el saludo.

Diferentes son las particulares circunstancias que rodean estas situaciones, por un lado, la inquietud y la angustia que vive la familia en medio del padecimiento, por otro la imposibilidad de celebrar los ritos luctuosos como estábamos acostumbrados y como es debido, así entre otras tantas hacen que los procesos de asimilación y sanación se den de una manera que apenas estamos conociendo.

Tal vez en el futuro cuando la vida retome sus cauces normales, nos reuniremos, tal como lo hicieron en su momento los sobrevivientes del holocausto, a recordar a quiénes perdimos en medio de la tragedia. En virtud de lo dicho, aprovecho la oportunidad y el espacio para compartir un bellísimo escrito que leí hace algunos años en una revista de la serie “Selecciones” del año 1977 y que tan solo busca brindar a quien lo lea algo de consuelo o de alivio frente a los momentos de dificultad vividos, confió en que así suceda, en sus líneas se encuentra un gran significado.

“Tan solo muere quien se olvida

“En recuerdo mío…”

El día llegará en que mi cuerpo yacerá sobre una sábana blanca que cubra cuidadosamente las cuatro esquinas de un colchón, en un hospital activamente ocupado en atender a vivos y moribundos. En determinado momento un médico comprobará que mi cerebro ha dejado de funcionar y que, definitivamente, mi vida ha llegado a su término.

Cuando tal cosa ocurra, no intentéis infundirle a mi cuerpo una vida artificial con ayuda de alguna máquina. Y no digáis que me hallo en mi lecho de muerte. Estaré en mi Lecho de Vida, y ved que este mi cuerpo sea retirado para contribuir a que otros seres humanos hagan una mejor vida.

Dad mis ojos al desdichado que jamás haya contemplado el amanecer, que no haya visto el rostro de un niño, o, en los ojos de una mujer, la luz del amor. Dadle mi corazón a alguna persona a quien el propio sólo le haya valido interminables días de sufrimiento. Mi sangre dadla al adolescente rescatado de su automóvil en ruinas, a fin de que pueda vivir hasta ver a sus nietos retozando a su lado. Dad mis riñones al enfermo que deba recurrir a una máquina para vivir de una semana a otra. Para que un niño lisiado pueda llegar a andar, tomad la totalidad de mis huesos, todos mis músculos, las fibras y nervios todos de mi cuerpo.

Hurgad en todos los rincones de mi cerebro. Si es necesario, tomad mis células y haced que se desarrollen, de modo que algún día un chico sin habla logre gritar con entusiasmo al ver caer un gol y que una muchachita sorda pueda oír el repiquetear de la lluvia en los cristales de la ventana.

Lo que quede de mi cuerpo entregadlo al fuego, y lanzad las cenizas al viento para contribuir al crecimiento de las flores. Si algo habéis de enterrar, que sean mis errores, mis flaquezas, y todos mis prejuicios contra mi prójimo. Dad al diablo mis pecados; entregad mi alma a Dios.

Si acaso quisiereis recordarme, hacedlo con una buena obra o diciendo alguna palabra bondadosa a quien tenga necesidad de vosotros. Si hacéis todo esto que os pido, viviré eternamente. R.N.T.

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