“La guerra sigue llorando afuera”

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Columna DESDE NOD
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com
 “No hay
soledad más espesa que la del hombre que va a entrar definitivamente a la
guerra
”, señala de Alba, uno de los personajes de esta novela del nariñense
Arturo Prado Lima (Chambú, 1960). Las expresa un soñador “letrado”, un
estudiante a quien le duele “este país de mierda” al que ha salido a conocer
arriesgándose más allá de los límites de su universidad en un autobús que
recorre las carreteras patrias, comiendo, sufriendo y amando perdido entre las
gentes y que termina enredado en la guerra de guerrillas.

Conocí al periodista Prado Lima una
tarde-noche en Sandoná entre vapores de vino y ron, cuando él ya era uno de los
2.556 amnistiados de la fracción del EPL
que dejó las armas a cambio del
indulto y la amnistía en 1991 en el gobierno de César Gaviria. Jamás volví a
saber de él hasta que Jaime, un amigo común, me proporcionó un ejemplar de La
guerra sigue llorando afuera (Imprenta Nacional de Colombia, Bogotá. Junio
2001), al que le falta desde la página 225 a la 240, pesar de que su edición
fue supervisada por el funcionario nacional Jaime Gutiérrez Hernández, según
los créditos iniciales. Hoy, por la magia tecnológica, somos vecinos en
Página10.com, un periódico virtual originado por dinámicos jóvenes desde Pasto,
aunque él vive en Europa.
La novela es una prolongada pesadilla que hace
la radiografía y la disección de la corrupción, las ambiciones arribistas y el
manejo del poder
con todas sus bajezas al interior de una agrupación
guerrillera, desde sus mínimos combatientes hasta sus míticas y enigmáticas
cúpulas. Prado Lima recurre a la construcción onírica con lenguaje poético,
casi siempre el surrealista y barroco propio de los sueños, que puede llegar a
marear a aquellos lectores afanados, quienes no tienen tiempo para reflexionar
con pausa sus sentencias de poeta -profeta moderno- que también lo es. Difícil
manejar esta técnica en un trayecto de 385 páginas sin llegar al abuso o al
error. Prado Lima lo logra, así se le pueda señalar alguno que otro exceso.
Cada capítulo es una etapa de la vida del
combatiente: de simpatizante a militante y de aquí a combatiente guerrillero.
Cómo va llegando cada uno al remolino de la guerra: unos la escogen
conscientement
e. Otros no tienen opción diferente. A todos arrastra esa
vorágine: a unos lejos, a otros cerca; la muerte se encarga de marcar parada
para unos, allí mismo por donde los otros pasarán de largo. El fragor del
combate impresionantemente descritos tanto en las tomas que ejecutan como en
las emboscadas que reciben o sufren. La angustia siempre. El amor urgente, otra
vez la angustia. Lo políticamente correcto ordenado desde la cúspide de la
pirámide. La duda, otra vez la angustia. Debes matar a tu amor o a tu amigo
porque es la orden. O quizá tú eres el
objetivo esta vez; de nuevo la angustia. El Comando Nacional no se equivoca.
Pero si empezar la guerra es difícil, como
dice Prado Lima por boca de Gustavo de Alba al iniciar esta reseña, soñar con
arañar la paz es casi imposible
. En la novela lo saben los combatientes que
disciernen. Y en la vida real, quienes lo sufrieron. Con ataques y asesinatos
de lado y lado, como ocurrió con los excombatientes del EPL, cuando a Raúl
Reyes (Farc) propagó el rumor de que su principal líder de la desmovilización,
Bernardo Gutiérrez, lo hizo para asegurarse una curul en el Congreso y con el
dinero de los hermanos Castaño, según wikipedia. Comenzar la paz es otra
guerra
. Lo vemos cada nuevo gobierno. Hoy como ayer son las mismas razones:
comprensibles las de las víctimas; respetables las de quienes temen no sólo la
impunidad sino “la repetición de la película”; abominables las de quienes las
usan con cualquier excusa sólo para satisfacer sus apetitos personales de poder
económico o político.
En La guerra sigue llorando afuera se necesitó
otra guerra para el proceso de paz
. Algunos no lo culminaron; por eso su bello
título. ¿Material para otra novela? 10.II.14
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