Rincón literario
Por Irma Zambrano
irmazambrano1947@gmail.com
Antes de existir en Ancuya un centro de salud para la atención de mujeres gestantes, eran las parteras o comadronas las encargadas de darles las instrucciones a las futuras madres, haciéndoles un seguimiento, sin antes inculcarle una serie de mitos relacionados con el nacimiento de la criatura.
Al llegar el octavo mes de gestación, colocaban a la embarazada sobre una manta y entre dos personas la mecían de un lado a otro con el fin de que el nuevo ser se ubique en el vientre en la posición correcta, para que así se facilite un normal nacimiento. A este proceso se lo conocía con el nombre de “El manteo.”
Este mismo proceso era utilizado por las parteras cuando ya iniciaba los dolores de parto, además a la futura madre se le suministraba agua aromática de semillas de algodón para acelerar la dilatación.
La señora que iba a dar a luz era colocada en el piso sobre una estera de látigo o de totora y de rodillas esperaba el nacimiento de su hijo. Lo esperaba de rodillas para darle gracias a Dios y a la virgen María por el regalo de la fecundidad, debido a que todas las mujeres no tienen el privilegio de ser madres.
En algunos casos, mientras llegaba la hora del parto, sólo era acompañada por la partera quien no miraba el proceso de nacimiento sino hasta que la criatura lloraba, se acercaba y le limpiaba el rostro y evitar que le entre líquido amniótico a los ojos del bebé, líquido que era conocido como “agua de vida”. Este proceso de limpieza se lo realizaba para evitar futuras enfermedades visuales.
A la madre se le introducía un tallo de cebolla en la boca para que le produzca náuseas y al hacer fuerza pueda expulsar la placenta sin complicación.
Después de este episodio ya podían entrar a la habitación, el padre y los familiares a subir a la cama a la madre y darle la bendición al nuevo heredero. A la madre se le servía agua de panela con canela y aguardiente. En ese momento la partera o comadrona informaba el sexo del bebé.
Acto seguido al bebé se le colocaba un pedazo de tela sobre el ombligo impregnado con cebo y se lo sujetaba con un vendaje llamado Ombliguero; lo vestían con una camisa y lo envolvían en varios pañales y lo sujetaban con una faja tejida en hilo, le colocaban una mantilla de lienzo sobre la cabeza y se lo entregaban a la madre para que lo amamante. La señora debía permanecer cuarenta días en la cama.
Cuando el nuevo miembro de la familia era un varón la comadrona les sugería que la placenta debía ser enterrada en el campo, en la raíz de un árbol frondoso, con el fin de que la madre no sufra de dolores abdominales que eran conocidos con el nombre de “intuertos” y cuando el niño crezca sea un buen trabajador y las tierras den abundantes frutos.
Si nacía una niña, la placenta debía ser enterrada en la cocina, debajo de la barbacoa, con el fin de que cuando sea grande, sea una mujer hacendosa, amante al hogar y una buena ama de casa.
En Ancuya se destacó como partera o comadrona la señora Mercedes Caicedo Díaz, quien se caracterizó por su sabiduría y sus cualidades éticas y morales, fue una consejera espiritual y tenía un gran conocimiento sobre la crianza de los niños.
También es preciso y meritorio mencionar a: Julia Belalcázar, Carmen Benavidez, Leticia Mora, Florentina Pachón, Teófila Portilla, Emilia Narváez, Fidelina Pantoja, Ursulina Recalde, entre otras; quienes se dedicaron con gran esmero a la labor de parteras.
Cabe resaltar que en las distintas veredas había una partera dedicada a esta labor.
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