‘Me dejó una chiva, una burra negra,…’

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Endulzando las palabras

Por Iván Antonio Jurado Cortés
A pocas horas de finalizar el año
2018, son muchas los recuerdos, anécdotas, alegrías, tristezas, reflexiones y
expectativas que se tejen en la mente de cada uno de los colombianos;
absolutamente todos con la ilusión de que el año entrante sea mejor que el
cesante
. Como buenos hijos del ‘Corazón de Jesús’, no se puede pasar por alto
ciertas actitudes misteriorosas o agüeros 
para la despedida del año viejo y el recibimiento del nuevo.

Es una época propicia para el
reencuentro familiar y de amigos, al tiempo que la ocasión permite de alguna
manera hacer un alto en el camino para analizar lo realizado, concluir errores
y proponerse planes en pro de mejorar condiciones personales y familiares.
Diciembre es el mes del año más esperado, pero también el de mayor gasto,
siendo una alegría momentánea y un sacrificio venidero. Fiestas, regalos,
invitaciones, compras y atención a la familia y amistades, son actividades impuestas
desde una humilde familia hasta la más potentada.
El país aún sigue siendo una nación
de gran fervor cristiano, hecho que alimenta constantemente las tradiciones,
recayendo siempre en gastos excesivos. A medida que avanzan los tiempos las
costumbres se transforman, pero jamás pierden el instinto monetario; al
contrario, cada vez son más costosas. Los detalles van desde una simple
tarjeta, pasando por la botella de vino hasta regalos impresionantes
económicamente, lo importante es quedar bien y evitar críticas: ‘somos pobres
pero orgullosos’
.
Cae como anillo al dedo una canción
demasiado popular: ‘El año viejo’, del maestro Crescencio Salcedo Monroy,
músico bolivarense, compositor de otras famosas melodías como, ‘La Múcura’, ‘Mi
Cafetal’,  ‘El Caimán’. “Me dejo una
chiva, una burra negra, una yegua blanca…” reza el coro de este tema,
caracterizado por su peculiar ritmo y contenido, letra que expresa resignación,
realidad popular e ilusiones.
A medida que las manecillas del
reloj avanzan hacia la hora cero, empieza el corre-corre, personas viajando de
una ciudad a otra, otras quedadas en los terminales, algunas envueltas en su
soledad y distancia, en fin, todas deseando reunirse con sus seres queridos o
amistades, lo importante para ese momento es compartir la melancolía o
alegría..
En la momentánea historia quedan los
calzoncillos amarillos, lentejas en agua, maletas en la puerta, arroces
esparcidos, baños en azúcar, entre otras supersticiones que se conservan y
pasan de una generación a otra. No cabe duda que la despida del año viejo es
una fecha sentida por la comunidad colombiana. Es un impulso innato del ser
humano que a través de la historia se ha ido perfeccionando y ha encajado
perfectamente en el molde capitalista.
Inevitable pasar desapercibido la
‘chiva y la burra negra’ que nos deja el gobierno nacional, un indignante
salario mínimo; disputa entre poderes del Estado; un enredadísimo post
conflicto; petulantes políticos gobiernistas con aureola de odio y sed de
venganz
a; un congreso perverso, negligente y corrupto; la avaricia de Uribe
Vélez y su peligroso séquito de adoctrinados; cartel de la toga; una pandemia
llamada Odebrecht; la cacería infernal de un fiscal infectado; una selección de
fútbol que no cumplió el objetivo y un país sumido en una disimulada crisis
socioeconómica e ignorancia política, donde irónicamente los vulnerables
insisten en defender a sus avasalladores.
Obviamente que la costumbre nacional
es seguir tolerando herencias no deseadas; no queda de otra, sino asimilarlas e
insistir en la convicción de que algún día un año viejo permita que la ‘chiva,
la burra negra y la yegua blanca’ sea sinónimo de dignas herencias para colmar
tanta necesidad comunitaria. Hoy más que nunca Colombia necesita sensibilidad
ciudadana para abrirse paso hacia una oportunidad distinta a la trajinada. No
se puede perder de vista la situación social del país. Datos internacionales
muestran que la tierra del mejor café del planeta ocupa los primeros lugares en
desigualdad económica, violencia, violación de los derechos humanos,
desplazamiento forzado y subdesarrollo generalizado.
Desafortunadamente el folclorismo
nacional no permite mirar más allá de las narices. El bullicio propio de la
época absorbe la sensatez hasta de los más centrados.
En la noche sonaran las campanas, se
comerán las uvas y los mejores deseos se balbucearán en medio de emotivos
abrazos y besos de año nuevo, amenizados con el clásico de Néstor Zavarce,
‘Faltan Cinco Pa’ Las Doce’. Y como se dice en este país, los problemas a un
lado y a gozar se dijo. Solo queda desearnos muchos éxitos para el 2019.
Domingo, 30 de diciembre de 2018

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