(Medio) ambiente de Carnaval

Luis Maya Vinueza, columnista
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Por Luis Eduardo Maya Vinueza
luismayavi@gmail.com

Mientras miraba la transmisión de RTVC del desfile magno del 6 de enero en Pasto, alguien que no puede identificar -la entrevista ya había arrancado-, remataba con una máxima cuando era interrogado por la cuestión del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de nuestro Carnaval: “lo que se preserva es el juego”, decía. Nunca lo había pensado así, ya que como todo lo evidente, se aleja siempre de la razón con una facilidad inusitada.

Las magníficas carrozas que adornan kilómetros y kilómetros de las vías andinas de El Sur todos los 6 de enero, las mismas que desafían la imaginación de sus propios habitantes, y que explotan de color ante un contrastante cielo gris encapotado -ese al que ya nos hemos acostumbrado tanto los pastusos-, nos haría creer que son ellas quienes trascienden más allá de este Carnaval, que se deben cuidar, las que se preservan. No. Está más cerca. Es aquello que sucede a derredor; todos los días, sin tregua y sin armisticio, desde el 28 de diciembre y hasta el 6 de enero; es la pintica; son las infinitas batallas de talco y carioca; y los reencuentros con amigos. En resumen: el juego, ese que nos iguala sin importar nuestro nivel socioeconómico; que nos confunde, sin importar nuestra raza; que nos acerca, sin importar nuestro origen; y es ese mismo el que está en riesgo.

Hablar del tema es tan controversial como desgastante porque está plagado de zonas grises y, al parecer, no hay respuesta correcta, por lo que no me queda más remedio que tomar una posición -la mía, por supuesto-.

Desde hace ya varios años diversos grupos nariñenses apalancados en temas ambientales han exigido a las autoridades de los municipios que celebran el Carnaval retirar los medios por los cuales este juego existe, es decir: el agua, el talco, la carioca, y, a este paso, también pronto estaremos debatiendo acerca del uso del cosmético.

¿La razón?, los daños ambientales que estos suponen que, si bien son menores, “cualquier esfuerzo es necesario”, como ellos mismos aclaman. El trasfondo va mucho más allá. Por décadas las grandes corporaciones nos han vendido, con todo el marketing posible, que el cambio climático y el calentamiento global es una causa inherente a malos hábitos realizados por nosotros, y cuando digo nosotros me refiero a la clase media y pobre de los distintos países del mundo, mientras, a la par, mantienen actividades extractivas y contaminantes a gran escala, con poco o casi nulo control gubernamental que los obligue a tomar acciones contundentes en los próximos años, y conduzcan a un viraje de la situación que aqueja nuestro planeta.

Asumir por parte de la ciudadanía, en este caso la de El Sur andino, una responsabilidad con un impacto parvo, es una respuesta facilista, presurosa y mal direccionada de las organizaciones ambientales, que a fuerza de titulares sensacionalistas y noticias virales, no generarán el verdadero cambio que se requiere en este esfuerzo conjunto. En este contexto no podemos permitirnos el lujo de depender de acciones inocuas, e ir a por todo en la definición de metas verdaderas por el clima y la biodiversidad por parte del 1% más rico que, según un informe publicado por Oxfam International en 2019, generó el 16% de las emisiones de carbono a nivel global, la misma cantidad de emisiones que el 66% más pobre.

Hay que decirlo: prohibir el uso del agua, carioca y talco en el Carnaval es irrelevante.

En algunos municipios, como el nuestro, la resistencia ciudadana se erige como último bastión ante estas prohibiciones, cosa que, al menos de mi parte, aplaudo.

Si nos quitan el juego, muere el Carnaval: ¿Estaremos dispuestos a asumir esa responsabilidad?


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