Desde Nod
Por Alejandro García Gómez
pakahuay@gmail.com
Señoras y señores:
Aunque he ganado varios premios literarios, jamás he escrito ex profeso para ninguno de ellos. Mis textos, cortos o extensos, una vez terminados, los he ido amontonando siempre. Antes, cuando escribía en hojas de papel en mi Olivetti, lo hacía en fólderes; ahora en las carpetas y archivos de mi computador. Alguna que otra vez, los visito, los acaricio, pero si alguna palabra o frase o algún signo ortográfico me parece desmerecer mi idea, los sustituyo o los elimino. A veces ellos, mis escritos, en el momento menos pensado, siento que están maduros para volar y me despido, con algo de alegría y con algo de dolor, como son las verdaderas despedidas con lo que se ama, pero que, al mismo tiempo, se desea su vuelo de búsquedas. Otras veces ellos, con piruetas o berrinches o alzándome sus brazos con la energía del que desea irse para siempre, sé que me están señalando que desean liberarse de mí. Entonces se levantan y surcan -a través de los ojos de mis dedos que los acompañaron en su nacimiento y crecimiento diario- hacia alguna revista o a un periódico o a un libro o a un portal de internet o a un concurso. Reitero que no escribo para ningún premio ni concurso; esta es la verdad; pero también es verdad, una gran verdad que se las confío hoy, que jamás, jamás negaré que -todas las veces que los he ganado- han hinchado en demasía mi vanidad (y, alguna que otra vez, algo mi bolsillo).
Aquella noche -memorable para mí- cuando nuestro periodista, mi amigo Miguel Córdoba, me anunció que el jurado del Premio Sombrero Sandoneño había decidido otorgármelo, en la modalidad de Arte y Cultura, en aquel diciembre de 2022, sentí uno de esos momentos de felicidad; esa que jamás podremos comunicarla tal como la sentimos. Palpaba yo que era la gente, el aire, el sol, la luna y las calles de mi propio pueblo -a veces solitarias, silenciadas por la espesa taciturnidad neblinosa del Guáitara, y otras llenas de bullangas, fiestas y broncas, que es como las tengo en mi corazón-, es decir, mi propia gente, mi aire, mi sol, mi luna y mis calles; es decir yo mismo; aire y sol y luna y calles con sus muertos y sus vivos -es decir con nuestra propia historia- quienes me lo concedían. Eran ellos. ¡Cómo no iba a estar feliz! ¡Feliz y profundamente agradecido!
Rilke, el gran poeta checo, afirmaba que la verdadera patria del poeta -nosotros extendámosla a la del artista y a la de cualquier ser humano- es su propia infancia. Esa es la patria que he guardado y guardo en los desvelos de mi cerebro amarrado a mi corazón, de este Sandoná pleno de la lluvia o del sol diurnos; o de sus noches estrelladas o silenciadas por el fantasma de esa niebla de sus calles, que se atraviesa como una muralla de fantasmas incaicos y quillacingas frente a nuestros ojos y no nos deja cruzarla; o de las exhalaciones de azahar de los naranjos y los cafetos florecidos y del vaporoso arrullo dulce de nuestros trapiches; o de los patios y aulas de mi escuela y colegio Santo Tomás; o de los vientos y de los rostros de mis padres y de mis hermanas y de mis amigos y de mis primeros besos y de los primeros asombros de mi masculinidad, de virilidad naciente, besos y asombros que aún me persiguen. Esta es la terca razón por la que me atreví a aceptar la presentación -con mis mínimas palabras de sandoneño, de hijo que retorna al vientre, así sea por breves días- con estas palabras sobre el Premio Sombrero Sandoneño de este año.
Primero que todo, deseo hacer un reconocimiento a ese grupo de hombres y mujeres que -de manera fervorosa y liderados por nuestro periodista Miguel Córdoba- cada año nos entrega su esfuerzo y su esmero para incentivar en cada habitante el deseo de hacer las cosas mejor para nuestro Sandoná; no para ganarse el reconocimiento personal (que se lo merecen) sino para que entre todos “crezcamos” el lugar que amamos, porque allí se ha desarrollado toda o una parte de nuestra vida. Sandoná soy yo; Sandoná somos cada uno de nosotros. Y por eso también, felicito a cada ganador del premio Sombrero Sandoneño 2024 en sus diferentes modalidades. Desde este atril y desde mi columna libre de Nod, vaya para los organizadores y para los ganadores mi reconocimiento, mi aplauso y mi abrazo de agradecimiento y de felicitación.
Pensaba también hablarles hoy de cómo un grupo de personas que ha superado las necesidades primarias, las vitales, las del sustento diario en todas sus modalidades, que se convierte en una verdadera comunidad humana de seres pensantes, unida por razones del corazón y del cerebro, acceden al siguiente reto, el de saciar el hambre de sus inteligencias, de lo más puro y alto y hondo del espíritu humano, el de verdaderos hombres y mujeres integrantes de la comunidad histórica; pero ya me he extendido bastante y sólo espero sepan disculpar estas emociones mías de hablar de nuevo frente a los míos, a quienes son yo mismo.
Sandoná, 14 de diciembre de 2024.
Muchas gracias.